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Manuel Llamas

Artistas y sindicados, todos paniaguados

Artistas y sindicatos viven por y para el Estado. Son unos mantenidos, cuyo único fin es acrecentar el poder del Gobierno y, así, aprovecharse aún más de la posición privilegiada que le ha otorgado su dueño.

El lobo comienza a mostrar sus orejas. En apenas una semana, el lobby socialista de los sindicatos y artistas ha salido a la luz pública para reclamar al Gobierno nuevas medidas anticrisis ante la sangría que sufre el mercado laboral. El pasado viernes los culturillas reclamaron un mayor grado de intervención pública e, incluso, hicieron un dantesco llamamiento para manifestarse contra los empresarios, a los que en gran medida culpan del aumento del paro.

Este martes, el turno ha sido para CCOO que, ni corto ni perezoso, aboga por reducir la jornada laboral y que el Estado abone el recorte de salarios que, en todo caso, se produciría. No voy a entrar aquí a valorar esta medida, cuyo fracaso ha sido rotundo en la vecina Francia. Para aquellos que quieran profundizar en el tema pueden consultar numerosos artículos, por ejemplo, aquí, aquí y aquí.

Basta con decir que, de llevarse a cabo, y dada la profunda crisis que padecemos, la recuperación económica será una mera utopía. La depresión se enquistaría hasta tal punto que España se convertiría nuevamente en un emisor neto de emigrantes en busca de un trabajo y un futuro mejor fuera del país.

Mi objetivo no es, pues, enumerar los nefastos efectos de tales políticas sino desenmascarar a los autores de tales necedades económicas. Y para ello, tan sólo es necesario acudir al diccionario para condensar y resumir en un mismo término la verdadera naturaleza de tale grupos sociales. La palabra en cuestión es paniaguado: "servidor de una casa, que recibe del dueño de ella habitación, alimento y salario; allegado a una persona y favorecido por ella".

Artistas y sindicatos viven por y para el Estado. Son unos mantenidos, cuyo único fin es acrecentar el poder del Gobierno y, así, aprovecharse aún más de la posición privilegiada que le ha otorgado su dueño. En este sentido, actúan igual que un perro fiel. Ya sea por mandato o iniciativa propia, ladran, e incluso muerden si es necesario, de forma instintiva para proteger y ayudar a su amo. El problema es que, por desgracia, en este caso el perro es un lobo, puesto que sus acciones repercuten negativamente en el bienestar del resto de ciudadanos.

No es algo nuevo. En concreto, la alianza entre el mundo de la cultura y el poder político se fraguó, curiosamente, en pleno auge del absolutismo francés. Para más señas, durante el reinado de Luis XIV (El Rey Sol), allá por el siglo XVII. Fue entonces cuando, bajo la férrea dirección económica de Jean-Baptiste Colbert (1619-83), los artistas comenzaron a vivir de la sopa boba gracias a la protección estatal.

Colbert, el paradigma del mercantilismo, quiso poner bajo su tutela la vida intelectual y artística de Francia. Su objetivo, asegurarse de que este gremio, hasta entonces una profesión como las demás, sirviese para glorificar al rey y, por tanto, los intereses del Estado –"el Estado soy yo", frase atribuida a Luis XIV.

La máxima autoridad económica del Rey Sol organizó a los artistas e intelectuales en academias y les apoyó financieramente para comprar sus servicios, mediante cuantiosas subvenciones y la concesión de proyectos gubernamentales. La Academia Francesa fue nacionalizada con el fin de defender e impulsar la lengua nacional. La Academia de Pintura y Escultura, que ostentaba el monopolio de la instrucción artística, se puso a las órdenes del Rey. Colbert fundó, además, una Academia de Arquitectura para trabajar en el diseño y construcción de los grandiosos edificios estatales y onerosos palacios.

También creó un monopolio teatral y musical, hasta el punto de que ninguna compañía u orquesta podía tocar en París sin previa autorización de dichos organismos que, cómo no, vivían de los fondos públicos. El Gobierno absolutista francés concedió amplios subsidios y subvenciones para mantener a sus fieles siervos artísticos e intelectuales. Exenciones fiscales, nombramientos, donaciones... Toda una serie de prebendas comenzaron a fluir hacia este grupo de privilegiados, aniquilando así su espíritu de independencia... Hasta hoy.

Por supuesto que no todos los artistas ni sindicados comen de la mano de Papá Estado, pero es evidente que como grupo, siguen conformando una casta particular dentro de la sociedad francesa y, por supuesto, española. No obstante, la llegada de los Borbones (de origen francés) al trono de España también conllevó el traslado de ciertas costumbres.

En definitiva, artistas y sindicados, todos paniaguados, ya que su fin es servir al Estado, no a la sociedad civil. De ahí su interés y obsesión por acrecentar el poder del Gobierno (socialismo). Pese a todo, no deja de ser curioso que en lo que respecta a los artistas la política de la subvención pública fuera instaurada por el mayor déspota del Antiguo Régimen, que aún por encima era Rey, ¿no creen?

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