Parece que a Obama le empieza a salir mal su proyecto de establecer una hegemonía demócrata para los próximos treinta años. En España, ese mismo proyecto, liderado por Rodríguez Zapatero, tiene bastantes más posibilidades de salir adelante. Continuará así la hegemonía socialista –interrumpida por algún sobresalto– de las últimas tres décadas.
Una de las bazas a favor del proyecto de Rodríguez Zapatero es la continuidad. Los socialistas no interrumpen ni cambian nada: modifican algunas cosas, es verdad, pero sobre todo prolongan y profundizan las fundamentales. Y una de estas, probablemente la más importante, es la creación en España de una amplia capa social, una coalición interclasista, de apoyo a los socialistas. Una parte sustancial de esta coalición la forman los llamados mileuristas, y el proyecto socialista de Rodríguez Zapatero consiste en consolidar y cuidar esa base social que le garantiza su permanencia en el poder en una sociedad nueva, la sociedad mileurista.
Según cifras del mes de agosto, en España 18,3 millones de personas perciben unos ingresos brutos mensuales inferiores a 1.100 euros. De esos 18,3 millones hay que descontar 1,6 millones de profesionales y empresarios, por razones obvias. Quedan 16,7 millones de personas que cobran menos de 13.400 euros al año.
En vista de estas cifras, suele cundir la indignación acerca de la escualidez de los salarios en España y la precariedad de nuestras estructuras económicas. Para devolver a las cosas a la realidad, conviene tener en cuenta que un salario de 1.100 euros al mes no es tan despreciable como muchas veces se oye decir, al contrario. Para pagarlo, el empresario correspondiente hace un esfuerzo suplementario de unos 300 euros.
Hay más. Como todo el resto de los españoles, estos mileuristas tienen acceso prácticamente gratis a un surtido de servicios básicos, entre ellos algunos tan importantes como la sanidad, la educación (desde la guardería a los estudios de postgrado), el transporte (en parte) y el ocio, desde las fiestas patronales a las vacaciones del Inserso, pasando por todas las ofertas culturales de los múltiples gobiernos y administraciones españoles, y eso sin contar la televisión –ahora ya sin anuncios– e internet. También hay vivienda protegida, es decir subvencionada.
Si mil euros son un sueldo escaso, pero respetable, la casi gratuidad de estos servicios lo hace aún más importante. Se cobra relativamente poco, pero se reciben prestaciones importantes. Servicios que son de buena calidad, en general, aunque requieran cierta tolerancia por parte del usuario, en particular en la enseñanza. Habrá buenas instituciones de enseñanza y otras, cada vez más, que se hundan en la mediocridad, pero no se trata de seleccionar o aprovechar la diversidad de aptitudes y vocaciones, sino de igualar. Se forma a los futuros mileuristas, los mismos que, conformándose con relativamente poco, aunque suficiente y bien complementado, seguirán votando a quien garantiza este pasar mediocre y agradable, sin grandes riesgos ni grandes preocupaciones.
Este proyecto político y social tiene costes, en particular entre los jóvenes bien preparados, cada vez más numerosos, que no pueden superar el techo mediocre que se les impone. A cambio, ofrece sus ribetes culturales radicales, como para añadir algo de aventura a una vida limitada. Tiene difícil alternativa, porque requiere romper un círculo vicioso en el que se refuerzan la dependencia, la falta de responsabilidad y un vivir aceptable, todo engalanado con la retórica de los derechos sociales. Es curioso que en general, las comunidades con mayor dependencia (Extremadura, Andalucía, Canarias), son aquellas en las que hay más mileuristas. Madrid, la que menos tiene.
No sé muy bien por qué, pero en más de una ocasión Rodríguez Zapatero parece el perfecto mileurista.