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Warren Graham

Dejadez intelectual

La reciente crisis ha conseguido que al menos seamos más proactivos a la reflexión y puesta en cuestión de las teorías y modelos actuales.

Todavía están cicatrizando las heridas, cuando posiblemente aparezcan en breve otras nuevas. Creo que lo que más nos duele es no saber qué nos las causó. En mi opinión hay dos posibles motivos, no excluyentes entre si. Por un lado, está la falta de entendimiento de los riesgos a los que estábamos expuestos, riesgos que quedaban eclipsados por la avaricia endémica previa al estallido económico y financiero. Por otro lado está la dejadez intelectual: muchos pensábamos que el dogma económico establecido iba a ser lo suficientemente potente como para ajustar por sí mismo los desequilibrios que se iban generando.

Durante los últimos 30 años hemos vivido basándonos en un dogma económico tan arraigado que admitía pocas criticas. Este modelo se apoyaba en que la manera óptima de asignar recursos en las economías era el libre mercado, puesto que asumía el concepto de la racionalidad del ser humano y de la maximización del interés propio. Estas ideas se basaban en que se generaba un sistema menos corrupto que el intervencionismo estatal, más eficiente y capaz de reequilibrarse ante los choques exógenos.

Asimismo, el dogma adquiría respaldo público con el apadrinamiento por parte de figuras destacadas, genios subidos a lo alto de un pedestal, que conseguían validar las teorías y creencias, limitando que pudieran ser cuestionadas. Ejemplos dispares de esto pudieran ser Alan Greenspan o banqueros de renombre, algunos de los cuales más tarde quebraron sus bancos.

A todo lo anterior se le unía el interés por la falta de regulación. Aunque es cierto que es mejor no tener regulación que tenerla mala o excesiva, la creencia de un sistema autorregulado llegó a calar profundamente en algunas sistemas financieros del mundo, evitando el desarrollo de medidas de contrapeso.

Los particulares, los agentes económicos y los medios de comunicación se sentían más cómodos dentro de este pensamiento único, puesto que cualquier intento de cuestionarlo suponía una fricción costosa en el sistema al igual que un rechazo generalizado desde el statu quo socio-económico imperante. Así, era más seguro y cómodo permanecer dentro del pensamiento convencional y buscar excusas sin salirse de él.

Con todos estos ingredientes se fue sedimentando una complacencia intelectual cuya inercia arrasaba con cualquier iniciativa de crítica. Así pues, la complacencia desembocó en una dejadez intelectual que fomentaba una laxitud en el análisis de los riesgos, con las consecuencias por todos conocidas.

El éxito del modelo económico requería estar dispuesto a un desgaste social de corto plazo en aras de un mayor bienestar de largo plazo. Sin embargo, la amenaza política de las elecciones cada pocos años y la falta de coraje y valentía hacían inalcanzable tan noble objetivo. Pero a pesar de ello, los agentes económicos lo siguieron utilizando con fe absoluta. No se detuvieron a pensar que, modificando las premisas de partida del modelo mediante el intervencionismo estatal para evitar el desgaste social, cambiaban el desarrollo esperado del mismo, con consecuencias imprevisibles y, por tanto, no controlables.

¿Qué podemos hacer para no caer en los mismos errores una vez más?

Por un lado debemos ser críticos con todo, pensando de manera no tradicional, rompiendo moldes y destruyendo mitos. Para ser capaces de innovar y seguir evolucionando debemos crear nuevas ideas, aunque debemos ser capaces de descartar aquellas que no merezcan la pena. Es el momento de revisar el modelo.

Por todo ello, lo inteligente es ser corteses con los valientes que se atrevan a pensar por sí solos, y atrevidos para enfrentarnos al establishment.

El método consiste en no fijarnos en los detalles y pensar de una manera mas holística; no busquemos maximizar sólo elementos económicos en el desarrollo de ideas nuevas, sino buscar el equilibrio entre las distintas áreas que compitan entre sí, sean sociales, políticas, etc.

El pasado no es, y seguramente no será, un modelo para el futuro. Tampoco podemos pensar que la evolución futura sea lineal. Debemos entender que el mundo está en movimiento y en cambio constante, y cada vez más interconectado.

La reciente crisis ha conseguido que al menos seamos más proactivos a la reflexión y puesta en cuestión de las teorías y modelos actuales. Asimismo, tenemos que ser capaces de asimilar que no podemos controlarlo todo, y que esa falta de precisión es la que nos genera nuevos potenciales riesgos.

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