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Rogelio Biazzi

Kitsch

Zapatero es peronismo en estado puro, por su anhelo, por lo kitsch de imponer lo falso como voluntad y representación.

España se ha vuelto kitsch. Tal vez el mundo entero también ha caído en esa trampa de apreciar lo falso que imita a lo verdadero, pero no me siento capaz de pontificar sobre el mundo entero. A decir verdad, para opinar sobre seguro no debería ir más allá de los confines de mi casa, pero me atrevo con España porque hoy en día con este bendito país se atreve cualquiera. Sea un pirata somalí, sea un terrorista de Al Qaeda en el Magreb, sea un etarra en París, sea un dictador sudamericano, sea lo que sea (al decir de Drexler).

Se considera kitsch a una copia de inferior calidad de algo (un estilo, un objeto, un comportamiento) ya existente. Y eso es lo que ha hecho Zapatero con España, con las instituciones españolas. Hace dos días, un parlamento de cartón piedra rechazó una propuesta de la oposición para instar al Gobierno a que reconsiderara su decisión de subir el IVA. Ni siquiera se trataba de debatir una ley sino de una simple instancia que nuestro presidente de seguro ignoraría si la cosa se le torcía en el trampantojo del hemiciclo. Pero yacía en el aire la esperanza de un debate llegado de la calle gracias a otra Esperanza más terrenal. Tampoco pudo ser gracias al montaje orquestado por el partido en el Gobierno, de nuevo lo kitsch, lo falso, ganándole a lo auténtico y tirando de sociedades preconcebidas en otras mesas de negociación más prosaicas. Al final, la idea de que nuestros representantes discutieran sobre impuestos, algo que ha dado pie al nacimiento y caída de países e imperios, algo que había sido galvanizado con la famosa sentencia de la Carta Magna "no taxation without representation", quedo en la nada. Qué duda cabe de que la decisión de aumentar el IVA fue unilateralmente tomada por el Ejecutivo y luego blanqueada en forma de ley metiéndola en el cajón de sastre de los presupuestos. Allí, se sabe, entra todo y todo sale promulgado, con el marchamo de legalidad que da el paso por la Cámara, pero no necesariamente debatido por los representantes del pueblo. Muchas veces –cada vez más– el Congreso es una mala copia de sí mismo. No hay debate real, no existe un verdadero intercambio de argumentos y –en ciertas leyes como en los PGE– actúa más bien como una cámara de compensación de valores: votos por favores.

Lo que pasó con el IVA es una muestra más de lo kitsch de este Gobierno. El Ministerio de Economía es de atrezzo, a la mesa del Consejo de Ministros se sientan varias figuras de cera, ciertos partidos –generalmente regionales– levantan su mano una vez en apoyo del oficialismo y quedan –como la mujer de Lot– convertidos en estatuas de sal para el resto de la legislatura presos de sus "compromisos". ¿Qué es esto? El triunfo del kitsch zapateril, su sonrisa perpetua dibujada en un rostro que oculta lo tétrico de su anhelo. Que no es salvar a España de la quiebra económica y social, que no es salvar aunque sea a la España progre, que no es ni siquiera salvar al PSOE de una debacle casi segura; es lisa y llanamente aferrarse al poder. Zapatero es peronismo en estado puro, por su anhelo, por lo kitsch de imponer lo falso como voluntad y representación.

Lo malo de este síndrome es que se va extendiendo a otros, que reverencian un fraude como si fuera lo auténtico. Por eso necesitamos vacunas que nos curen urgentemente. Por eso, bienvenidas las rebeliones pacíficas, fiscales y de cualquier tipo, movilizaciones de políticos de carne, hueso e ideas y de los españoles de a pie. Todo lo que ayude a forzar un cambio en este rumbo fatal que seguimos.

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