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La Tea Party de Merkel

El hilo conductor entre todas estas "tea parties" es la resistencia al poder desmesurado de los Estados, y sobre todo, el respeto a las reglas: al Estado de Derecho y a la ortodoxia económica.

En 1773, justo antes de la Declaración de Independencia americana, una muchedumbre asaltó un barco cargado de té para las Colonias. Al grito de "no taxation without representation" nacían los Estados Unidos fundados en el consentimiento de los gobernados, esencialmente, para establecer impuestos.

Este suceso, la exigencia del reconocimiento de los derechos de los ciudadanos frente al Estado que se pretende omnipotente, lo invocan hoy los americanos para oponerse a la anulación del país por la deuda, con el notorio apoyo de Sarah Palin. En Europa, como ha sugerido Amando de Miguel, el espíritu de la rebelión se advierte en la actitud de Esperanza Aguirre contra el incremento del IVA. Una tercera mujer, la canciller Merkel, se une al movimiento de manera peculiar, pero inequívoca.

El rescate a Grecia, aunque lleve tres meses discutiéndose, es imposible. ¿Porque lo impiden los tratados? Así es, o debería ser, pero lo que realmente pesa no es su prohibición en un texto, tantas veces violado, sino que Alemania está dispuesta a hacerlo cumplir.

El comunicado de notificación de este hecho a Grecia y a los demás posibles receptores de fondos de quebrados, léase el Gobierno de España, es obra de Alemania. Dice así: los miembros del euro han de llevar políticas financieras sólidas, de conformidad con los tratados, conscientes de sus obligaciones respecto a la estabilidad de la moneda; no se ha tomado ninguna decisión sobre la ayuda financiera a Grecia porque ésta no lo ha pedido –y que no se atreva–, pero en el caso de que lo hiciera, sólo sería posible a través de préstamos bilaterales a intereses de mercado (sin ningún elemento de subsidio, dice el acuerdo), como último recurso, siempre que los miembros del euro lo decidieran por unanimidad. Y siguiendo las normas de los tratados y las leyes nacionales. O sea, que no. La única concesión a Sarkozy, castigado por lanzar a su ministra de Economía a decir bobadas acerca del exceso de competitividad de Alemania, es fomentar el incremento del papel del Consejo en la coordinación de las políticas económicas. Lo mejor, el final: hay que fortalecer el Pacto de Estabilidad, que constituye el corazón del euro en el tratado de Maastricht, explorando todas las opciones para reforzar el marco legal. Es decir, la apertura definitiva a una Europa a dos velocidades, o a un euro b, infiernillo al que serían mandados los Estados que no cumplieran con el 3% de déficit anual y 60% de deuda acumulada. Ausente de todas las decisiones, el patético anuncio de Zapatero de dar dinero a Grecia fue recibido con vergüenza ajena por todos los socios europeos. En eso ha quedado la presidencia anunciada a bombo y platillo al inicio del año.

La deuda, como característica fundamental de Occidente, está empezando a llamar la atención de muchos. El último, el afamado profesor de historia Ferguson, quien en Foreign Affairs ha dicho por a más b lo que todo el mundo ve, al menos desde el sentido común de los "tea parties": que los Imperios se caen de golpe, y que el americano va por ese camino por exceso de deuda. No muy lejos anda Europa. Por mejor decir, algo avanzada, de hecho, debido a sus mayores problemas de financiación por el tamaño de sus Estados de Bienestar y su declinar demográfico.

Por eso, el hilo conductor entre todas estas "tea parties" es la resistencia al poder desmesurado de los Estados, y sobre todo, el respeto a las reglas: al Estado de Derecho y a la ortodoxia económica. Va a resultar que, después de tanta transgresión irresponsable, si se violan las reglas, aunque sea con justificaciones floridas, pasan cosas malas. Y la norma fundamental, olvidada en este momento de orgía de poder y dirección pública, es que sólo el consentimiento de los gobernados mantiene ahí a los políticos. O como decía Reagan: somos una nación que tiene un Estado, y no al revés.

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