Mi amiga Rocío Albert me contó que tenía un compañero de facultad muy fanático del Atleti y que siempre que se avecinaba algún examen importante, ella le preguntaba: "¿qué preferís, aprobar la asignatura o que el Atleti gane la liga?". La respuesta obvia era ¡que el equipo de sus amores saliera campeón! A quienes nos gusta el fútbol o algún otro deporte no nos asombra nada, pero aun sin apelar a la mística futbolera puede afirmarse que la elección del amigo de mi amiga podía ser perfectamente racional. Lo sabrían explicar mis alumnos de economía de 2º desde la primera clase: lo racional es maximizar nuestra utilidad y seguramente dentro de la función de utilidad de ese chico pesaría mucho más su amor por los colchoneros que su carrera. Él sólo seguía sus impulsos de homo economicus y nada tenía que ver su preferencia ni con la pasión, ni con la estrategia. Además, seguía una lógica infalible: si a uno le dan a elegir entre dos cosas buenas, generalmente elige lo que es más improbable que ocurra. Es decir, graduarse un día se iba a graduar, en cambio que el Atleti gane una liga...
Si preguntáramos en la calle a la gente: ¿qué prefiere usted, que a mitad de año España empiece a salir de la recesión o que gane el campeonato mundial de Sudáfrica? , ¿cuál creen que sería la respuesta mayoritaria? Damos por supuesto que la "muestra" sería lo más representativa posible, abarcando distintas edades, sexos, niveles socio-culturales, etc. No estoy muy seguro de la reacción de la mayoría, pero sí estoy bastante convencido de qué contestaría el presidente Zapatero. ¡Creo que elegiría salir campeones!
Está bastante claro que dentro de la función de utilidad de ZP no está ni por asomo España. Al menos en el sentido altruista de desear que sus compatriotas vivan lo mejor posible, sentimiento que, dicho sea de paso, debería estar en todos los políticos. Esto no se aplica a cualquier ciudadano de a pie que, aunque pudiera serlo, no tiene por qué buscar el bien común. Pero sí debería formar parte del ADN de quien se dedica a la política... como a los jueces debería preocuparle la justicia, a los médicos la vida y a los cooperantes el desarrollo de los pueblos. Lo que sí motiva a ZP es el poder y el deseo de ser recordado por algo bueno, algo grande. Y así es que a nuestro leonés le brillan los ojos de ilusión al verse levantando la copa del mundo y festejando junto a una multitud enardecida ser el presidente que llevo a España a la gloria más alta. Aunque la alegría de la gente duré un segundo, unos días, semanas o incluso meses, eso a él le durará para siempre.
ZP ha prometido de todo. De hecho, nos quiso convencer que como un buen pastor nos guiaría a la tierra prometida donde siempre manaría pleno empleo, paz entre las naciones y los pueblos, respeto a las identidades regionales, y que nuestro país sería reconocido en todo el mundo. Sin embargo, hoy está congelado, bloqueado, inmóvil de susto y duda. Sus genes lo tiran a seguir caminando hacia la izquierda pero su razón le pide a gritos que de una vez por todas reforme, meta mano donde tiene que meter, se ajuste el cinturón, baje los impuestos... A veces, con mucho miedo, amaga a dar medio pasito a la derecha y en seguida se acojona con los gritos de Cándido o algún otro de sus nefastos aliados. Pero nuestro presidente sigue siendo un optimista patológico. El piensa que aunque no haga nada de nada, o peor aún, tome medidas tan desaconsejables como subir el IVA, la crisis tarde o temprano remitirá. Y además lo hará justo antes de las próximas elecciones. Si a esto le sumamos que sueña con ser el presidente que sacó a los españoles campeones del mundo y que conseguirá traernos a casa el mundial del 2018... Sé que me odiarán por esto, pero espero que España no gane en Sudáfrica.