Al principio no había crisis. La economía española estaba saneada, las cuentas del Estado libres de polvo y paja, y el sistema financiero boyante y estabilizado. Luego llegó el aciago verano de 2008, y entonces sí que hubo crisis, aunque entonces eran responsables los bancos norteamericanos y los especuladores que se habían enriquecido con unas hipotecas exóticas. No se sabe bien por qué, aquella crisis contagió a la economía española. Pero no hay mal que por bien no venga y la crisis, al fin reconocida, vino a demostrar la maldad intrínseca del capitalismo. Así que nuestros socialistas aprovecharon la ocasión para celebrar el fin del liberalismo económico.
Durante un tiempo, Rodríguez Zapatero no debió de dar crédito a lo que estaba ocurriendo. Había planteado una revolución ideológica y de costumbres, exclusivamente postmoderna. Ahora se le presentaba la oportunidad de demostrar que el socialismo seguía vigente, que estaba ahí, al alcance de la mano. Incluso lo llamaban, en tono implorante, los agentes del capitalismo en trance de perecer, arrastrados por la desvergüenza y la codicia de que habían hecho gala en los últimos veinte años... El Estado triunfaba, podía hacer lo que quería, se mostraba capaz de arreglarlo todo.
Tal vez aquellos momentos de embriaguez, que de ser cierta esta hipótesis debieron de ser memorables, expliquen lo que ha sucedido después. Como era previsible, toda aquella ilusión se ha desvanecido al cabo de no mucho tiempo. Estamos justamente en la resaca de la borrachera provocada por la inyección de ideología dura que Rodríguez Zapatero, epítome moderno de los socialistas de todos los partidos, clases y nacionalidades, se permitió con la crisis financiera. Volvemos a comprobar que los gobiernos no se lo pueden permitir todo, ni son capaces de rescatarnos de todas las situaciones, y que la política no sirve a la hora de generar prosperidad, que hay que respetar las reglas y las leyes, que no se puede saquear sistemáticamente a los contribuyentes, e incluso (esto es lo peor) que es necesario trabajar, aunque sea de vez en cuando.
Los socialistas ya han elaborado una nueva explicación, la de los especuladores contra España, contra el euro, contra Europa. Habrá quien se la crea, claro está: es sencilla, fácil de entender y permite albergar la esperanza de que se va a seguir viviendo del cuento, quiero decir del socialismo. Aun así, las cuentas ya no salen.
Rodríguez Zapatero, por su parte, no aceptará la realidad porque no se puede asumir el final de un ideal tan bello como el que creyó protagonizar hace menos dos años. Y acabaremos abrasados en la pira funeraria de quien optó, heroicamente, por inmolarse en el altar de los sueños rotos. Socialismo o muerte, compañeros liberados.