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Alberto Gómez

La burbuja interior

Todos se niegan a bajarse del 4x4 y quieren seguir con su ficción. Si antes veían enemigos de la estabilidad y agoreros antipatriotas cuando se anunciaba la caída, ahora sólo encuentran a especuladores malintencionados.

Contaba el empresario Revilla, en una de sus clases de finanzas a sus secuestradores etarras, que en la fiebre de finales de los 80 lo rentable era vender su fábrica de embutidos e invertir en oficinas en el centro de Madrid. ¿Quién se molestaba en recibir un 2 o un 3% de beneficios en la industria si una compraventa inmobiliaria podía darle un 10 o un 15% de un año a otro (incluso sin recalificaciones de por medio)? Con las hipotecas al nivel casi de la inflación, comprar y vender pisos a préstamo ha sido el negocio por excelencia del español. La escasez de suelo provocada por la indecente legislación que tenemos y la mafia del ladrillo, de la que todos formamos parte, ha hecho que subieran los precios más que en cualquier otro país europeo.

Nuevamente, en los últimos años nos hemos lanzado a comprar pisos con los préstamos baratos que indirectamente daban los bancos centrales. La entrada de China en el mercado mundial nos ha permitido adquirir ordenadores, aparatos de aire acondicionado, muebles... a la mitad o la tercera parte de los precios anteriores. Con la revalorización ficticia de nuestras propiedades y el abaratamiento de productos, nos hemos creído ricos. Los bancos centrales occidentales consentían la fabricación de dinero en forma de préstamos porque la cesta de la compra no subía. Como Revilla en los años 80, hemos cerrado todas las actividades productivas que no rendían lo suficiente, sobre todo ahora que competían con los asiáticos. Hemos cerrado las zapaterías y hemos creado negocios al socaire de esa competencia como restaurantes, inmobiliarias, agencias de viajes, spas... para dar servicio a esa nueva clase de ricos virtuales, nosotros.

Ahora, toda esa gran masa de dinero creado se desvanece entre los cascotes de inmuebles y urbanizaciones a medio construir y esos negocios de lujo creados por la euforia han de cerrar o adaptarse a la nueva situación. La rigidez extrema de la legislación laboral hace que eso no pueda conseguirse sin mandar a millones de personas al paro. Curiosamente, incluso los bazares abiertos hasta las 11 de toda la vida, que los vecinos de Madrid cerraron para dedicarse a hacer restaurantes de 5 tenedores, resurgen de la mano de los orientales.

Llevados por la euforia anterior, unos se han hecho de izquierdas y han abrazado la alianza de civilizaciones mientras daban la patada a la parienta y cambiaban de chalet. Otros no han llegado tan lejos, pero todos han pensado que nos habíamos emancipado de las leyes de la realidad y el progreso era eterno. Todos se niegan a bajarse del 4x4 y quieren seguir con su ficción. Si antes preferían ver enemigos de la estabilidad y agoreros antipatriotas cuando se anunciaba la caída, ahora sólo observan a especuladores malintencionados cuando los inversores ya no confían en España. 

¿Qué mas necesitamos para salir de esta enajenación de progres ricos? Quizá el aliento en la espalda del Sultán de Marruecos pidiendo Ceuta y Melilla ayude un poco.

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