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Juan Ramón Rallo

Elemental

Con el actual agujero presupuestario, reducir el gasto en 10.000 millones no llega siquiera a la categoría de chocolate del loro. Que hay mucho por donde recortar, no lo dudo; que los recortes propuestos hasta ahora son imprescindibles, tampoco.

No debería haber sido necesario que viniera Jean-Claude Juncker a recordarnos algo de lo que todos deberíamos ser muy conscientes: que, siendo optimistas, este año exhibiremos un déficit de 90.000 millones de euros. Si alguien piensa que este desequilibrio estructural en nuestras cuentas podía mantenerse con apenas un recorte cosmético de 10.000 millones anuales, es que no es consciente todavía de dónde estamos: nuestro Gobierno está endeudándonos a un ritmo insostenible justo cuando los ahorradores nacionales e internacionales se están empobreciendo y se esfuerzan por discriminar qué deudores son solventes y cuáles no. Y España en este baremo tiene cada vez peor pinta.

La izquierda extrema y la "derecha" populista de nuestro país se empeñan, sin embargo, en negar que estemos en crisis y que sea necesario hacer sacrificios; justo lo mismo que hacía el PSOE antes de las elecciones para ganarlas y que ahora repiten PP e IU para escalar posiciones en las encuestas. Aducen ambos, cada uno dando rienda suelta a sus particulares demonios, que el recorte del Gobierno es antisocial, innecesario, insuficiente, injusto (y muchos calificativos más de los que no quiero acordarme) porque existen alternativas: unos piden subir los impuestos a los ricos y otros perpetrar los recortes en otras partidas presupuestarias.

Unos y otros se olvidan de la simple aritmética: si en 2009 gastamos casi en doble de lo que ingresamos, será algo complicado que la consolidación se logre sólo subiendo impuestos o sólo quitándole el sueldo a Aído, Chaves y demás ralea. Es evidente que si ingresamos 150 y gastamos 300, el mayor margen para eliminar el déficit está en el lado de unos pagos del todo desbocados y no de unos ingresos que son exiguos precisamente porque proceden de una economía privada en retroceso y que ya tiene que hacer frente a su propia montaña de deudas.

Por un lado, la izquierda extrema debería tener presente que para duplicar los ingresos del Estado habría que doblar los impuestos que pagan todos los españoles –ricos, medianos, pobres y muy pobres– y ni siquiera en ese caso lo lograríamos (si pasamos de un IVA del 18% a uno del 36%, ¿la gente seguirá consumiendo lo mismo?). Pero claro, en ese caso nos ahorraríamos escuchar su insufrible demagogia de la que viven, sueldo público y subvención mediante.

La "derecha" populista, por su parte, debería tener presente que los modestos recortes que propone como alternativos a los de Zapatero deberían ser en todo caso complementarios, si es que tiene algún interés en evitar la bancarrota nacional (que vaya usted a saber ); pues, con el actual agujero presupuestario, reducir los desembolsos públicos en 10.000 millones no llega siquiera a la categoría de chocolate del loro. Que hay mucho por donde recortar, no lo dudo; que los recortes propuestos hasta ahora son imprescindibles, tampoco. Pero claro, qué sería de nosotros si Cospedal, González Pons y compañía se dedicaran no ya a arrimar el hombro –que desde luego esta catástrofe de Gobierno no se merece nada de eso–, sino simplemente a no pegarse cabezazos contra la realidad de las cifras.

Ahora, el corazón de Europa nos exige más recortes: no otros recortes ni, de momento, más impuestos. Nada que no supiéramos o que no viniéramos reclamando al menos desde 2008, pero sí algo que el PSOE primero y el resto de partidos políticos españoles después, nos han ocultado y nos siguen queriendo ocultar. Cuanto antes seamos conscientes de ello (de que, como en el Reino Unido, afectará al modo de vida de todos) mejor. Peor que quien engaña es quien quiere ser engañado.

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