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Juan Ramón Rallo

Contra Soros, pro Greenspan

Puede que la realidad no encaje demasiado bien con las preconcepciones teóricas de Soros, pero qué más da. Para los socialistas nunca es un mal momento para defender que la política económica óptima pasa por el déficit, la inflación y las devaluaciones.

El especulador Soros, como ya hicieran el mendaz Krugman y el dilapidador Obama, critica a Merkel por, oh, ser austera. Gran defecto este de los teutones de no querer gastar más de lo que ingresan, sobre todo cuando tienen a su vera ejemplos tan reconfortantes sobre los salvíficos efectos de la prodigalidad como son Grecia, España o Portugal. Si tan sólo fuera un Zapatero cualquiera el que gobernara Alemania en lugar de una fracasada como Merkel, es probable que la depresión mundial ya hubiese terminado hace tiempo.

Sí, porque si Grecia o España no sirvieran para constatar las delicias del gasto público, ahí tenemos otro ejemplo atronador del éxito de las políticas keynesianas: Japón. La economía nipona lleva 20 años en crisis a pesar de que (o mejor, gracias a) su deuda pública ha aumentado del 60% al 220%. Milagroso ungüento que les ha permitido crecer al vertiginoso ritmo del 0,38% anual en términos nominales. Desde luego no es un mal negocio digno de ser imitado por todo el orbe: con tal de incrementar el PIB japonés en 36.400 millones de yenes, su Gobierno ha aumentado su deuda en 777.000 millones.

Barrunta Soros que si abandonamos las doctrinas de Lord Keynes nos sumiremos en una espiral deflacionista que conducirá a Europa a una Tercera Guerra Mundial. Ya se sabe que el ascenso del nazismo se debió fundamentalmente a esa potentísima deflación en la República de Weimar que llevó a que los precios aumentaran a una tasa anual cercana a los 363 mil millones por cien, que incentivó a los bravos germanos a emplear sus sólidos marcos para calentar hogueras o edificar paredes y que, por supuesto, destruyó su sistema bancario, falto ipso facto de fondos propios suficientes como para soportar el riesgo de impago de un préstamo extendido contra un paquete de pipas. Ah no, disculpen, que eso no es deflación, sino hiperinflación.

Por supuesto podemos volver a echar nuestra mirada sobre el contraejemplo japonés, ese que de manera tan consistente ha aplicado las directrices de Keynes. Gracias a los sucesivos planes de estímulo aprobados, la tasa media anual de inflación nipona en 20 años ha alcanzado el elevadísimo guarismo del 0,2%.

Bien, puede que la realidad no encaje demasiado bien con las preconcepciones teóricas de Soros y demás keynesianos, pero qué más da. Para los socialistas nunca es un mal momento para defender que la política económica óptima pasa por dilapidar a manos llenas el dinero del contribuyente, promover la máxima inflación posible y devaluar las divisas.

Alguien debería recordar lo evidente: con la pirámide de deuda que tenemos a nuestras espaldas, no podemos hacer prácticamente nada para evitar la deflación (tal vez lo único sería seguir los pasos ya mencionados de Weimar), es decir, la liquidación de la deuda y de las malas inversiones a precios cada vez más bajos. Japón lo ha probado casi todo, desde expansiones fiscales a expansiones monetarias, y todo ha fracasado.

Y en medio de tanto despropósito manirroto, ¿alguna opinión sensata? Sí, el causante último de todo este desaguisado, el ex presidente de la Fed Alan Greenspan, demuestra que sigue en plena forma y que conserva la enorme sapiencia económica que dejó aparcada durante su mandato al frente de la Fed. Dice Greenspan en un artículo en el Wall Street Journal:

En mi opinión los temores de que una contracción presupuestaria provocará una recaída de la actividad económica están fuera de lugar. La actual tendencia de gasto es tan apremiante que es muy dudoso que cualquier restricción del presupuesto que sea políticamente viable desate alguna fuerza deflacionista adicional. Si contuviéramos la emisión de nueva deuda pública, las presiones sobre los mercados privados de capitales se relajarían.

Greenspan urge a Estados Unidos y al resto del mundo a emprender "un cambio tectónico en su política fiscal". Ya es hora: el camino es el que ha abierto Alemania, no el que despejó Grecia. A diferencia de lo que sostiene Soros, si el euro logra sobrevivir no será desde luego gracias a la quiebra de Europa. Sería la primera vez.

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