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Gina Montaner

El número mágico de la felicidad

Cada vez hay más individuos y parejas que, hartos de las deudas y el fiasco de la burbuja inmobiliaria, optan por una existencia cuyo signo de identidad es el minimalismo y un estilo de vida sencillo.

Seguramente alguna vez le han pedido que elija, en caso de tener que pasar el resto de su vida en una isla desierta, un objeto que lo ayudaría a resistir la soledad. Hay quien se llevaría un libro, una película o un aparato de música para aliviar el aislamiento.

Por fortuna, se trata de un escenario imaginario que nos coloca en una situación extrema. No obstante, ahora, con una crisis económica que no tiene visos de amainar, ha tomado fuerza un movimiento cuyo lema viene a ser vivir más con menos y cuyo principal objetivo es acumular más experiencias que bienes materiales.

En internet circulan manifiestos y blogs que proponen deshacerse de lo superfluo y quedarse con unas 100 pertenencias para vivir con lo esencial. Cada vez hay más individuos y parejas que, hartos de las deudas y el fiasco de la burbuja inmobiliaria, optan por una existencia cuyo signo de identidad es el minimalismo y un estilo de vida sencillo. En las ciudades con dimensiones humanas muchos han vendido sus coches para circular en bicicleta o usar el transporte público; los defensores de esta corriente austera se están mudando a viviendas menos lujosas pero más funcionales, y en sus armarios hay las prendas y calzados justos para lucir un aspecto decoroso en la calle y en el trabajo.

Habrá quién se pregunte para qué sirve tanta frugalidad cuando la esencia del capitalismo es la variedad de apetitosas ofertas. La respuesta radica en los resultados de estudios que indican que la felicidad no está directamente relacionada a la cantidad de bienes que adquirimos. Resulta ser que el sentimiento de satisfacción y bienestar tiene mucho más que ver con los ratos de ocio, los viajes y los momentos placenteros que experimentamos. Por ejemplo, proporciona más ventura seleccionar una vivienda por el entorno que la rodea (un barrio donde se puede pasear o la vista de un paisaje placentero), que por los lujos que pueda incluir (un jacuzzi, suelos de mármol o electrodomésticos caros).

Los estudiosos que cuantifican y miden la felicidad han comprobado que una de las cosas que nos causa más gozo es proyectar cómo y dónde pasaremos los días de asueto. Tanto es así, que la planificación de unas vacaciones es motivo de mayor dicha que la súbita decisión de tomar un avión y escapar a última hora a algún paraíso. Y es que ni el plasma de último modelo ni el bolso de marca ni el auto más ostentoso son garantía de plenitud. En cambio, tener los medios suficientes para conocer ciudades bellas, descubrir maravillas naturales o pasar unos días en un paraje excepcional, generan evocaciones de un tiempo pasado que suele recordarse con agrado y nostalgia.

Los militantes de esta tendencia asceta ahorran el dinero que luego les dará más libertad de movimiento vital y laboral. La vida sencilla se convierte en sus alas, redimidos de la esclavitud de cuentas pendientes, hipotecas imposibles o tarjetas de crédito reventadas. Simplemente viven al día y con lo indispensable. Las metas son otras en sus casas desnudas de cachivaches y con la muda de ropa básica para adaptarse a los cambios de estaciones.

Limitar las posesiones a un centenar de pertenencias no es del gusto de todo el mundo. También hay quien cifra su felicidad en la cantidad de artículos que puede comprar y la posibilidad de cambiar a menudo de coche, de propiedades y de vestuario. Es evidente que no les sentaría bien la frugalidad. Pero para quien está de vuelta del exceso de consumo y está dispuesto a alojarse en espacios más sobrios, puede ser buena idea comenzar a esbozar su lista particular antes de retirarse a la isla desierta; donde habitan los sueños y los viajes que están por hacerse realidad.

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