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Ángel Martín Oro

Hipocresía insolidaria

¿No será que lo que realmente les importa a estos líderes, tiranos del Tercer Mundo y gobernantes democráticos del primero, no son las personas que sufren la pobreza extrema, sino su popularidad ante ciertos sectores o el mantenimiento en el poder?

Todos llevamos a cabo acciones para obtener distintos fines que consideramos valiosos. Para ello es necesario aplicar los medios que estén a nuestro alcance y creamos adecuados. El valor que se le concede a un fin viene reflejado por cómo valoramos los medios. Por ejemplo, un adolescente locamente enamorado será capaz de casi cualquier cosa para conseguir a su chica.

Difícilmente la intensidad auténtica de nuestras valoraciones se puede expresar con palabras. Ésta se manifiesta realmente a través de nuestras acciones, que son las que reflejan lo que realmente somos y pensamos. En ocasiones existe una importante divergencia entre lo que decimos y lo que hacemos.

Pero es en los hechos, no en las palabras, donde está la prueba del algodón. Y aquí es donde a algunos, especialmente altos cargos políticos, se les ve el plumero y sale a relucir lo que hay: una hipocresía exquisitamente demagógica.

El caso de las políticas comerciales de protección a la agricultura que practica Occidente es quizás el más flagrante y llamativo de esta actitud. Consideren primero estas palabras de Zapatero en la reciente Cumbre de los Objetivos de Desarrollo del Milenio: "Poder decir que entendimos en los albores de este siglo XXI que nada puede hacernos avanzar más como seres humanos que conseguir que no haya un solo ser humano que muera de miseria y de pobreza extrema".

Declaraciones similares se podrían escuchar en boca de otros líderes mundiales y activistas de la "guerra contra la pobreza", aunque quizás con un menor toque de cursilería de la que nos tiene acostumbrados nuestro querido presidente.

Sin embargo, a pesar de las cuantiosas evidencias acerca de lo nefasto que resulta proteger nuestros productos agrícolas para los agricultores y familias de los países más pobres –donde la agricultura es el sector económico predominante–, muy pocos de estos gurús solidarios alzan su voz contra estas políticas empobrecedoras.

En lugar de ello, insisten en incrementar los recursos públicos dedicados a la ayuda externa al desarrollo, una receta que se ha mostrado muy poco efectiva. Como dice el economista Paul Collier, "es una estupidez proporcionar ayuda con el fin de promover el desarrollo para después adoptar políticas comerciales que lo impiden".

Esta hipocresía no es exclusiva de los líderes occidentales. También los líderes tiranos de muchos países pobres se comportan de forma similar. Muestran una gran preocupación por el bienestar de sus súbditos cuando se trata de pedir a Occidente más ayudas, pero a la hora de la verdad sus acciones –por ejemplo, políticas contra la propiedad privada o el libre comercio– generan mayor miseria y menores oportunidades.

¿No será que lo que realmente les importa a estos líderes, tiranos del Tercer Mundo y gobernantes democráticos del primero, no son las personas que sufren la pobreza extrema, sino su popularidad ante ciertos sectores o el mantenimiento en el poder? Si no fuera así, ¿por qué no se posicionan radicalmente en contra de estas políticas?

Si dieran tanto valor al fin de reducir la pobreza como dicen, seguramente serían capaces de aceptar casi cualquier coste político que se les pusiera enfrente. Pero nada más lejos de la realidad.

Si prestáramos más atención a las acciones y menos a las palabras bonitas y a las buenas intenciones...

En Libre Mercado

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