Algunos teóricos afirman que las externalidades son probablemente la razón más legítima para la intervención del Estado en las interacciones humanas. La defensa ética de la intervención es que probablemente pueda aumentar la eficiencia económica en general. Este artículo demuestra que, incluso si aceptamos este principio ético, la elección habitual de acciones que generan externalidades que se cree que justifican la intervención del Estado es puramente arbitraria.
De hecho, de acuerdo con la definición de externalidades, cualquier acción humana en una sociedad multi-individual requeriría de regulaciones bajo la justificación de mejorar la eficiencia económica (es decir, internalizando externalidades). Sin embargo la naturaleza de la existencia humana hace imposible esta internalización. Así que acabamos con una situación paradójica en la que toda acción inevitablemente incumple con el criterio ético que nos hemos impuesto.
¿Qué son las externalidades?
Hay varias definiciones de las externalidades, pero probablemente la definición más común es que las externalidades son los efectos beneficiosos o dañinos de la acción de unos sobre otros que no se tienen en cuenta en la decisión de actuar. Por ejemplo, uno de los ejemplos más comunes utilizados es la emisión industrial de gases a la atmósfera. Se dice que los propietarios de la fábrica no tendrían en cuenta el efecto dañino de los gases emitidos sobre otros miembros de la sociedad. En consecuencia, las empresas producirían más de lo que lo habrían hecho si hubieran tenido en cuenta los efectos negativos de sus acciones sobre otros. Esto sería una externalidad negativa.
Sin embargo hay también externalidades positivas, en las que se producen inintencionadamente beneficios a otros. Un ejemplo frecuentemente usado es la educación. En este caso se realiza menor cantidad de la actividad beneficiosa (la educación) si se deja a las transacciones voluntarias de los individuos. En consecuencia, tanto en los casos de externalidades negativas como positivas, aparecen "ineficiencias". Se afirma que el bienestar social total podría aumentarse ajustando la cantidad de actividades que crean externalidades hasta sus niveles socialmente óptimos.
Se cree comúnmente que la intervención del Gobierno es el mecanismo corrector. En los casos en que se realiza demasiado de una acción, el Gobierno debería limitar coercitivamente la acción que crea externalidades (regulaciones, impuestos, multas, cuotas, etc.). Alternativamente, las acciones que generen externalidades positivas deberían favorecerse utilizando los medios al alcance del Gobierno (es decir, las subvenciones).
Se supone que estas intervenciones del Gobierno llevarán a la economía a la mezcla de producción que esté lo más cerca posible de la supuestamente predicada por el modelo de competencia perfecta. En este sentido, el modelo de competencia perfecta se adopta como la piedra de toque para determinar la validez de la acción individual. De acuerdo con este principio, uno no tendría que actuar sin tener en cuenta el efecto de sus acciones en todos los demás individuos dentro de la economía.
Los límites de las externalidades
Lo primero que podríamos preguntarnos es cuántas acciones hay que creen externalidades. Podríamos entonces empezar a realizar una lista de los efectos externos oficiales actuales y advertir rápidamente que esta lista se ha ido expandiendo con el tiempo. Una de las adiciones más recientes a la lista es la provisión de bienes y servicios medioambientales.
Uno podría por tanto preguntarse cuál es el límite de esta expansión. Emplearé la verdad básica de que el conocimiento humano de la relación entre las acciones de uno y el bienestar de otra gente es siempre incompleto para demostrar que realmente no hay ningún límite a expandir la lista de acciones que crean efectos externos en las sociedades. El siguiente experimento mental sirve de ejemplo de por qué es así.
Piense en todas las cosas que hizo hoy. Se levantó en cierto momento. Probablemente se duchó y se lavó los dientes. Tal vez tomó un nutritivo desayuno o tal vez se lo saltó. Podría haber conducido prudentemente al trabajo pero tal vez algunos no fueran particularmente cuidadosos conduciendo. Tal vez fuera al gimnasio a mediodía.
Tal vez si usted se hubiera levantado 15 minutos más tarde, habría contribuido al atasco que hizo que alguna gente llegara tarde al trabajo. Podría asimismo haber contribuido a un aumento en el número de accidentes (sin estar realmente implicado en ninguno). La gente que evitó el atasco o un accidente porque usted se levantó 15 minutos antes se benefició de sus acciones. Sin embargo si usted no evaluó estos beneficios antes de decidir cuándo levantarse, levantarse en un momento concreto constituye una actividad que crea externalidades.
Tomar un desayuno nutritivo podría haber contribuido a su buen humor, lo que beneficia a todos los que entren en contacto con usted. Tal vez este efecto se propague a la gente que entre en contacto con usted. Tal vez incluso ahorró o prolongó la vida a mucha gente creando una cadena de eventos originados por el momento en que tomó un desayuno saludable.
¿Y si estas mismas acciones salvaron la vida a una mujer que dio a luz a un asesino en serie o a un genio inventor o a un gran artista? Las posibilidades son infinitas. En cualquier caso, usted no ha contabilizado todos estos posibles efectos al decidir si desayunar o no. De hecho sería un tipo especial de tortura mental realizar este procedimiento de contabilidad cada vez que uno toma una decisión.
Igualmente, si usted es amable con la gente que le rodea, podría haber contabilizado el efecto que esta acción tiene en su propio bienestar, pero si no ha considerado el efecto de sus acciones en el bienestar de todos los demás miembros de la sociedad, acaba de crear una externalidad positiva. Por otro lado, tal vez no le preocupe tratar amablemente a otra gente y se comporte de manera maledudada con todos los que se encuentra. En este caso, usted impone una externalidad negativa. La gente se ve dañada por su comportamiento sin que usted tenga que experimentar ningún "coste" por su acción. Si esta gente es de alguna forma capaz de hacerle sentir su dolor, podría haber reducido su grado de tosquedad.
Ah, por cierto, ¿qué aspecto tiene usted? ¿Le gusta a la gente su aspecto físico? Tal vez les guste cuando le ven limpio, aseado y en forma o con un maquillaje elegante. Pero alguna gente podría preferir verle de una forma más natural, más cotidiana. Podría haber incluso gente que encuentre su apariencia física desagradable de cualquier forma.
Aunque puede estar preocupándose por su aspecto para alcanzar beneficios personales en interacciones con la gente en su entorno inmediato, puede haber mucha gente que disfruta de su aspecto a la que usted nunca consideró al tomar sus decisiones. También puede haber gente a la que le desagrade su aspecto pulcro. Tal vez le envidien y resulte doloroso para ellos ver su atlética figura. Por otro lado, su usted es de esos que no mantienen una higiene personal o si no tiene una figura atlética, a alguna gente le podría desagradar verle en público.
De cualquier manera, usted está creando efectos externos en otra gente por la forma en que se les presenta. Alguna gente puede disfrutar de los efectos beneficiosos de mirarle, mientras que otros tienen que afrontar algunos efectos perjudiciales. Estos efectos son externos porque usted no ha tenido en cuenta las experiencias de todos los demás al tomar la decisión de presentarse en público.
Podríamos continuar esta lista indefinidamente solo para darnos cuenta de que para determinar adecuadamente el efecto de cada una de nuestras acciones en otros tendríamos que ser capaces de observar un mundo paralelo en el que hubiésemos tomado una acción alternativa y comparar los dos resultados. Tendríamos que repetir este "ejercicio" para todos los posibles cursos de acción que puedan producirse hasta que descubramos el curso que valoremos más, dados sus efectos en todos los miembros de la sociedad. Y necesitaríamos hacer esto en cada momento consciente de nuestras vidas (pues actuamos constantemente).
De hecho, con esto no basta. La segunda condición para nuestra internalización de externalidades es que tenemos que conocer la evaluación de todos de los distintos resultados alternativos de nuestra acción con el fin de poner nuestro propio juicio de valor en el bienestar de cada persona. Por eso nunca sabremos el efecto real de levantarnos a las 6:15 en lugar de a las 6:30 de esta mañana.
Así que cualquier cosa que hagamos afecta a mucha gente de muchas formas distintas. En el caso de la mayoría de estas interacciones no hay forma de determinar la naturaleza de nuestro efecto sobre otros. Incluso si tenemos toda la intención de hacerlo, es inevitable que no seamos capaces de contabilizar el efecto de nuestras acciones en otros individuos de la sociedad. En otras palabras, todo lo que hacemos produce inevitablemente efectos externos.
Por consiguiente, tendemos a centrarnos solo en acciones para las cuales es relativamente directo identificar las relaciones más inmediatas de causa y efecto al tiempo que ignoramos todas las demás. Por ejemplo, si los funcionarios de inmigración no hubieran permitido a Nikola Tesla, el inventor del generador de corriente alterna (AC), entrar en Estados Unidos en 1884, nunca habríamos sabido que esta acción habría impedido a Tesla construir la primera planta generadora de AC en Niagara Falls, Nueva York. La restricción de la inmigración no se habría calificado como una acción que impedía potencialmente la electrificación del mundo en ese momento. En su lugar, se habría registrado como un inmigrante menos en territorio de EEUU.
La razón por la que nos centramos en acciones más repetitivas y aparentemente más "predecibles" es que estas acciones nos permiten observar alguna regularidad o patrón. Ejemplos de dichas acciones son las emisiones de gases a la atmósfera, el vertido de sólidos o líquidos en el agua, la generación de vibraciones aéreas, la producción de un paisaje agradable (p. ej., con vistas de granjas), la construcción de capital humano (p. ej., con educación).
Pero no hay razón objetiva para detenerse aquí. El mismo principio podría aplicarse a otras acciones repetitivas como mantener la higiene personal, ser educado (o no) con otros, trabajar duro (o ser un vago), levantarse e irse a la cama a una hora concreta, ser un buen (o incompetente) padre, marido, madre o esposa. La lista puede continuar hasta el infinito.
Así que de acuerdo con la definición de las externalidades, todo lo que hacemos podría ser regulado por el Estado. Pero una investigación más cuidadosa revela por qué esto sería una conclusión superficial.
El Estado no es una fuerza mágica que actúa de acuerdo con leyes distintas de las leyes de la acción humana. El aparato del Estado está compuesto de seres humanos y por tanto está sujeto a la misma lógica que cualquier otro grupo de individuos. En consecuencia, como cualquier acción, las acciones de los funcionarios públicos inevitablemente generarán efectos externos no contabilizados.
Como cualquier ser humano, también son incapaces de identificar las relaciones causales entre sus acciones y el bienestar de la mayoría de los individuos en la sociedad. Así, incluso si suponemos que la internalización de las externalidades es el principio que debe guiar nuestras normativas, confiar en un grupo de individuos para implantar este principio no tiene mucho sentido.
Conclusión
Finalmente debemos concluir que las externalidades son una consecuencia de las leyes de la naturaleza, no alguna anomalía en un modelo de competencia perfecta. Sin embargo esto no significa que no debamos preocuparnos de cómo nuestras acciones afectan a otros.
Simplemente significa que si somos sinceros acerca de la naturaleza de los efectos externos de la acción humana, tendremos que admitir que la internalización de las externalidades, como derivada de la teoría utilitarista de los derechos, es una mala elección para un estándar ético simplemente porque ninguna acción puede cumplir nunca este estándar. Así que hay buenas razones para considerar otros métodos de evaluar los resultados de la acción humana.