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Juan Velarde

El ocaso de las utopías económicas

La utopía socialista muere por doquier, después de haber parecido triunfar, y lo hace porque mata el progreso inherente a la Revolución Industrial.

La utopía socialista muere por doquier, después de haber parecido triunfar, y lo hace porque mata el progreso inherente a la Revolución Industrial.

El siglo XIX vio crecer al liberalismo económico, era gerenciado por empresas capitalistas, con una sociedad que lo admitía y un Estado que procuraba –a veces, tras superar caídas a fondo– impulsar el sistema, primero en Europa y América, y después saltaría a Asia con Japón y a Oceanía gracias al auge de este modelo en Australia y Nueva Zelanda. En el continente africano, sometido a Europa dentro de un vasto proceso de colonización, no sucedía otra cosa. Por supuesto, tampoco ocurría gracias a políticas tan importantes como las de Witte, en la Rusia zarista.

Pero toda una serie de ideologías, nacidas desde mediados del siglo XIX y sobre todo a partir de la I Guerra Mundial, generaron, al triunfar en una serie de países, algo así como lo que parecía que iba a ser la muerte de la economía libre de mercado. Un fuerte nacionalismo económico, desde luego. Recordemos a Manoilescu. Vinculado a él, de un modo u otro, un socialismo que presentaba aspectos aparentemente atractivos. Una serie de impulsos derivados del keynesianismo que daban la impresión de que iban a completar el panorama. Pero el 29 de diciembre de 1967 Milton Friedman pronunció el discurso presidencial de la LXXX reunión de la American Economic Association, en Washington. Se titulaba, casi humildemente, El papel de la política monetaria. Por otro lado Hayek mantenía, de modo combativo, en alto el pabellón de la Escuela austriaca. A partir de ahí, todo comenzó a cambiar. El epitafio en el mundo occidental, y con ello la desaparición de una ideología socialista solvente para orientar la política económica, se colocó cuando el recién llegado a la Presidencia de la República Francesa, Mitterrand, con un programa socialista del tipo señalado, observó cómo así se derrumbaba la economía de su país por lo que tuvo, a toda velocidad, que rectificar.

Después el desbarajuste ha pasado a ser general. En Rusia reina, de nuevo, el capitalismo y éste se instala cada vez con más fuerza en China. Y de pronto, un pintoresco, y también sangriento, bastión de una de estas utopías, la Cuba castrista comienza a hacerlo. Ahora mismo, basta leer los debates y las propuestas del Congreso del Partido Comunista Cubano que se celebra en La Habana precisamente del 16 al 19 de abril de 2011. Es clave de la nueva situación, la frase de un pequeño empresario cubano, de los que impulsa Raúl Castro y van a ser avalados por este Congreso, en sus declaraciones a Benoît Leganitor, quien escribe desde La Habana para Le Point de 14 de abril de 2011, un artículo titulado Fièvre capitaliste à Cuba: "No logro grandes beneficios. Pero la búsqueda de la ganancia avanza en los cerebros. Y esta marea nadie podrá detenerla". La utopía socialista muere por doquier, después de haber parecido triunfar, y lo hace porque mata el progreso inherente a la Revolución Industrial.

Por eso en España, al perder esa marcha hacia la utopía socialista, el PSOE ha dejado de ser hijo ideológico de Pablo Iglesias, aunque mantenga sus retratos. Ha pasado a ser un simple partido radical, seguidor de lo que predicaba, por ejemplo contra la Iglesia, en el Paralelo barcelonés, Alejandro Lerroux quien acabó teniendo que entenderse, para sobrevivir políticamente, con Gil Robles y la democracia cristiana. ¡Qué cosas van a verse en este siglo XXI!

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