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El error de vender sólo porque lo hace todo el mundo

Es mucho más complicado decidir cuándo ha llegado el momento de deshacerse de una inversión que descubrir oportunidades de compra.

La diferencia entre un value investor y el simple operador en acciones es que el primero intenta siempre ajustarse al dogma de que las revalorizaciones deben venir de comprar barato y vender caro, mientras que el segundo parece más cómodo con la posibilidad de comprar caro para vender todavía más caro y vender barato antes de tener que vender aún más barato (stop loss).

El value investor es por definición un contrarian, alguien que va contra el "sentimiento del mercado". Para comprar barato, debe hacerlo cuando todos los demás están vendiendo y, para vender caro, hacerlo cuando todos están comprando. Por eso, el tiempo es su mejor aliado, pues es con su transcurso cuando cambian las tendencias y sus augurios quedan validados.

El value investor trata de seguir a pies juntillas el dicho francés de que hay que comprar con los cañones [durante las penalidades de la guerra] y vender con las trompetas [cuando se logra el triunfo]. No es necesariamente contraindicado invertir siguiendo tendencias: como dijo alguien, las tendencias suelen estar acertadas en las fases intermedias y espantosamente equivocadas en las fases terminales (llegando en los momentos más álgidos de burbujas y capitulaciones).

Dentro de la literatura sobre inversión, ciertamente existe mucho más espacio dedicado a qué y a cuándo comprar que a reflexionar sobre el momento indicado para vender. Seguramente, es mucho más complicado decidir cuándo ha llegado el momento de deshacerse de una inversión que descubrir oportunidades de compra a precios atractivos de buenos negocios.

Warren Buffett insiste en que si en el campo de las inversiones se evita perder dinero, el resto de las cosas que pueden pasar es bastante bueno. Siguiendo esa idea, la primera recomendación para vender unas acciones sería hacerlo cuando el modelo de negocio de la correspondiente empresa empieza a deteriorarse. Si hemos elegido para nuestras inversiones empresas de calidad –lo más aconsejable–, la señal para vender debe emerger cuando el deterioro en el negocio es ya una realidad y no una mera posibilidad futura. Esto es debido a que un buen equipo directivo puede tener la capacidad de soslayar eventuales dificultades en el horizonte. Abandonar precipitadamente nuestra inversión en una gran empresa puede resultarnos caro.

También puede ser conveniente vender unas acciones cuando éstas ya han corregido la infravaloración que nos llevó a adquirirlas. Si, por ejemplo, compramos unas acciones con un PER 6 y un crecimiento anual esperado del beneficio por acción (BPA) del 10%, es más que razonable tomar la determinación de deshacer nuestra inversión si el mercado lleva la cotización del título a un múltiplo cercano a 20.

Obviamente, no sólo es válida la recomendación inmediatamente anterior. Las recetas sobre cuál es el techo de revalorización que debemos marcarnos como objetivo para deshacernos de nuestras posiciones en un valor son variadas. Por ejemplo, John Neff, un conocido inversor en valor de los años 70, que buscaba sus inversiones fijándose en las empresas que cotizaban en mínimos de 52 semanas y seleccionaba las sobrevendidas (aquellas en las que la salida de los inversores había sido más precipitada y que no se justificaba en modo alguno por los fundamentales del negocio), rompía a deshacer posiciones cuando la revalorización empezaba a cubrir tres cuartas partes (un 75%) de la revalorización para el precio objetivo previsto en su análisis.

Aparte de estos dos supuestos de "ventas absolutas", se puede pensar en otros motivos "relativos" para vender. Uno sería el caso de que uno de nuestros valores se ha revalorizado tanto que ya empieza a tener un peso específico desproporcionado en nuestra cartera. Incluso si se trata de una magnífica empresa que mantiene intactas sus buenas expectativas, podría ser aconsejable reducir nuestra posición en aras de una mínima diversificación más prudente. Como veíamos la semana pasada, existe un riesgo potencial en colocar todos los huevos en la misma cesta aun en el caso de que esa cesta sea magnífica. Consecuentemente, si los títulos de una sola compañía empiezan a representar más de la quinta parte de todo nuestro patrimonio (más de un 20%), seguramente habrá llegado el momento de aligerar un poco esa participación.

Otro caso de desinversión "relativa" a que nos podemos referir vendría dado por nuestra necesidad de dinero para tomar posiciones en otros títulos más prometedores. Si la revalorización esperada en otro valor es superior, quizás sea un buen momento de ir haciendo algún cambio en nuestra cartera.

También es posible que sea interesante vender por motivos fiscales. Si tenemos plusvalías realizadas y minusvalías latentes, podría ser oportuno vender las acciones con pérdida potencial para minorar la carga fiscal total. Si esas acciones no suben de precio o, mejor aún, bajan durante los dos meses que la legislación fiscal prohíbe retomar la posición para poder desgravar, se abre de nuevo una interesante posibilidad de recompra.

Finalmente, unas palabras sobre cuándo NO se debe vender. Hablábamos unas líneas más arriba del carácter contracorriente de los inversores en valor, bichos raros en numerosas ocasiones incomprendidos (desde un punto de vista psicológico y teórico) no sólo por otros colegas especialistas del mercado, sino por la masa en general.

Para el value investor, una caída de las cotizaciones cuando no ha cambiado ninguno de los fundamentos que le llevaron a comprar la acción no debería ser motivo suficiente para deshacer su inversión. Al contrario, si la empresa sigue creciendo y ganando dinero, sus expectativas son buenas y los múltiplos en el precio de compra son interesantes es antes una ocasión para incrementar su posición que para deshacerla.

Como decía John Train, o bien entendemos la compañía que hemos comprado, o bien no la entendemos. Si el caso es el segundo, no tiene sentido haberla adquirido. Pero si es el primero, vender nuestra inversión simplemente por una caída en la cotización es tanto como comprar un magnífico perro de raza por 500 dólares y, al mismo tiempo, anunciar que estaríamos dispuestos a venderlo en el momento en que nadie en el mercado nos ofreciese más de 300 dólares por él.

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