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Cristina Losada

La cruel igualdad americana

Qué curiosa paradoja ésa de que dónde más intervienen los gobiernos en la vida privada del ciudadano, se insista en conceder al político una esfera privada inviolable, no sometida a evaluación ni a escrutinio.

La detención de uno de los hombres más poderosos del mundo, acusado de agresión sexual, ha provocado la conmoción natural ante un suceso de esa clase. Y digo bien: la detención, pues a la vista de algunas reacciones a este lado del Atlántico, se ha de concluir que ha causado más estupor el arresto que el posible delito de Strauss-Kahn. Cierto, no todos los días se extrae de un avión, a punto del despegue, al director de un organismo internacional a fin de llevarle esposado ante la justicia. Y cierto también, esa actuación policial es prácticamente impensable fuera de los Estados Unidos de América. Pero resulta que allí ocupar un alto cargo, e incluso uno de enorme relevancia, no impresiona a la policía ni al juez. ¡Qué raro país! Trata de igual modo a un vulgar camello de Harlem que al elegante director del FMI. Y si han de hacer noche en comisaría, los mete en la misma celda.

En algún periódico francés, esa expeditiva acción de la policía, ese trato sin contemplaciones –"cruel", según el PSF– dispensado al gran señor de las finanzas, se ha relacionado con el ancestral puritanismo americano. Allí, sentencia el tópico, son más estrictos con la vida privada de las figuras públicas y no se admiten excursiones al lado salvaje: ni canas al aire ni adulterios ni intentos de violación. En suma, son muy poco tolerantes y especialmente intransigentes con los que se dedican a la política. Y ese alto grado de exigencia produce extrañeza y lamentos en la vieja Europa, que recuerda casos como el de Mitterrand: de haberle requerido que fuera un marido ejemplar, nos lo habríamos perdido. Qué lástima. Y qué curiosa paradoja ésa de que dónde más intervienen los gobiernos en la vida privada del ciudadano, se insista en conceder al político una esfera privada inviolable, no sometida a evaluación ni a escrutinio.

Ahora sabemos que todo el mundo sabía. Se había escrito que Sarkozy le advirtió que debía de tener cuidado: "Ahí se no se andan con bromas. Evita coger el ascensor tú solo con una becaria, ya sabes a lo que me refiero. Francia no se puede permitir un escándalo". Pero el conocimiento de su incontinencia no impidió que se le propusiera para el cargo. Así, de esa tradición europea de indulgencia hacia la vida privada del hombre público, de la costumbre de recibir con un guiño comprensivo conductas poco edificantes, se ha derivado el escándalo. Y el descrédito para el FMI y para Francia.

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