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El oro enfrenta a George Soros y John Paulson

El primero apuesta que se desplomará, mientras el segundo recomienda este momento como muy óptimo para la compra. ¿Quién lleva razón?

Resulta curioso cómo tratar el asunto del oro acaba generando enorme controversia por más que se quiera analizar con la mayor de las prudencias posibles. Quizás sea precisamente por eso, por no hacer apuestas fuertes en la polémica oro sí frente a oro no, por lo que de nuevo surgen voces que piden que se eviten las medias tintas.

A riesgo de parecer algo relativistas a ojos de algunos, las medias tintas son una opción tan valiosa como otra postura ante esta materia (o ante la vida misma), máxime cuando no se trata de imponer visiones particulares, sino de ilustrar, en primer lugar, sobre qué motivaciones encuentra la gente en comprar o invertir en oro y, en segundo, sobre qué alternativas parece haber de posicionarse en este metal.

Así pues, repasaremos algunos puntos que la semana pasada no tuvimos el acierto de dejar claros. Hablábamos de subidas de precios y de qué las motivaban. Lógicamente, si el stock de un bien se mantiene relativamente estable, que suban los precios en el mercado será resultado de algún otro tipo de presión que lo empuja hacia arriba y que vendrá de la demanda. En lo que respecta al oro, las cualidades que tiene explican por qué es tan querido: es atractivo y precioso, escaso por persona, hay una altísima proporción entre stock y producción anual, es fácilmente divisible y fungible, es transportable a coste relativamente bajo por el mucho valor que concentra, y, por último, un rasgo de gran trascendencia es lo duradero que es -desde que el oro se empezó a explotar económicamente, apenas ha habido pérdidas de stock, como veíamos la semana pasada-

Se conjugan, por tanto, dos componentes de gran calado: un atractivo físico que lo hace muy querido (valor subjetivo) y las cualidades objetivas también enumeradas. Ambos factores lo convierten en una extraordinaria herramienta para satisfacer las necesidades de acumular riqueza, intercambiar sin sufrir quebranto y calcular a largo plazo (por ejemplo, en préstamos o inversiones). Como bien sabe cualquier estudiante de Economía, estos usos son los que caracterizan a un dinero de excelente calidad. Y ése es, precisamente, el papel que desempeña el oro por mucho que hoy día no sea un medio de intercambio oficial. La habilidad para cubrir necesidades de acumular riqueza e intercambiar sin sufrir quebranto sigue estando presente. Que los precios del oro se disparen o caigan con estrépito dependerá de la percepción del público sobre lo imperioso de acumularlo para cubrir estas funciones.

Como se veía la semana pasada, en el estado actual de desconfianza en el papel moneda (más bien, de la posibilidad de los Bancos Centrales de defender el valor de la moneda) y en la capacidad de crecimiento económico de los países más desarrollados, se están produciendo grandes subidas de precios del oro.

Por supuesto, las crisis a las que puede enfrentarse un país, y que redundarían en subidas de precios análogas, presentan una variada gama y no sólo estarían referidas a recesiones deflacionarias como la actual: desde guerras civiles, guerras internacionales o dictaduras socialistas a hiperinflaciones, controles de cambios y corralitos bancarios. En estas circunstancias, que alguno podrá considerar apocalípticas (eso ya es una perspectiva de cada quien ante el futuro), el oro es francamente bueno como mecanismo de defensa: al principio, como refugio de valor; al final, cuando la cosa se pone realmente fea, hasta como medio de intercambio e, incluso, unidad de cuenta. Y lo será bastante más si está en Suiza, gracias a la tradición bancaria y de neutralidad bélica de este país.

El oro ha subido, y mucho, en los últimos años. El 475% en diez años a que nos referíamos en el artículo anterior nos muestra un recorrido al alza ya muy amplio. Que siga subiendo o no es algo difícil de pronosticar. Volvemos a los dos párrafos de más arriba. Si la recesión deflacionaria que padecemos (no respecto al oro, lógicamente, pero sí respecto a salarios y precios de bienes y activos de industrias infladas durante el boom, servicios, bienes de lujo, etc.) llega a su fin y se pasa a una fase de recuperación saneada, el papel tan preponderante del oro como medio para conservar la riqueza o como posible medio de cambio (si el sistema de división del trabajo colapsara o fuera necesaria una reconstrucción monetaria con el oro de nuevo como pilar fundamental) perdería fuerza y su precio tendería a caer. Pero si las malas políticas económicas y monetarias nos conducen irremisiblemente hacia la hiperinflación por la destrucción del valor de la moneda, ya sería otro cantar. Nuevas subidas estarían aseguradas. De nuevo, hacia dónde nos encaminamos en Europa o EEUU es cuestión aparte y, sin duda, primordial. Pero las dos posibilidades, a día de hoy, persisten.

Dos inversores globalmente conocidos como George Soros y John Paulson-que saltó a la fama por anticipar la crisis de las hipotecas subprime y ganar 15.000 millones de dólares en 2007 comprando coberturas ante el impago de las mismas- mantienen precisamente una encendida polémicaal respecto de la evolución del precio del oro. El primero apuesta claramente por que va a desplomarse y, por tanto, está deshaciendo posiciones en su abultada cartera. Mientras, el segundo está recomendando este momento como muy óptimo para la compra, actuando en consecuencia él mismo. Como vemos, inversores de la talla de los dos reseñados exhiben posturas muy contradictorias entre sí en materia de inversión en oro. Veremos quién acaba llevando la razón.

Cuestión aparte es la inversión en oro como estrategia de inversión particular (más allá de si el momento es bueno o malo). Hablábamos la semana pasada de invertir un rango de un 5-10% de la cartera tras tener cubiertas necesidades básicas, vivienda, liquidez para imprevistos o incluso unas rentas pasivas aseguradas. Para los entusiastas inversores en oro, estas restricciones les parecerán intolerables, demasiado exigentes.

El mismo Paulson, lo acabamos de ver, considera que hoy estamos ante una gran oportunidad de inversión. Pero la recomendación que en su momento dimos es reflejo de una visión bastante más conservadora que la de este inversor. Ya dijimos que era una estrategia eminentemente defensiva: por la que pueda caer. Es más, supone que antes de comprar oro se debe tener mucho cubierto: el día a día, la vivienda o un colchón para eventualidades que surjan. Y para cubrirlo, necesitaremos no sólo de rentas activas, sino pasivas.

Probablemente, lo que más chocaría al lector son las rentas pasivas por no haber abundado en ese momento en mayor explicación. Las rentas activas serían las provenientes del trabajo, mientras que las pasivas tendrían su origen en la rentabilidad de algún activo y no en una contraprestación laboral. De esta manera, quien posee pisos, garajes o locales estaría obteniendo rentas pasivas por los alquileres. Igualmente, quien tiene en su poder títulos financieros que le reportan unos rendimientos periódicos está consiguiendo rentas pasivas.

Que una vez hayamos acumulado suficientes rentas y riqueza para tener cubiertos objetivos personales vitales pensemos en cubrirnos de un mal superior, como cualquier catástrofe no controlada por nosotros -guerras, depresiones económicas endémicas, catástrofes naturales-, parece bastante razonable. Incluso considerando que el oro pueda estar caro, invertir un 5% de nuestro "patrimonio excedentario" ni parece demasiado sacrificio ni puede acarrear grandes pérdidas y sí, por el contrario, asegurarnos con su revalorización y liquidez una tranquila travesía en caso de fuertes turbulencias.

Huelga decir que aquellos especialistas que se entiendan capaces de predecir fluctuaciones futuras en estos precios para lucrarse con ello desplegarán, sin ninguna duda, una estrategia bastante más agresiva. Pero es cierto que la rentabilidad de la inversión en commodities o materias primas (o en oro en particular) no se correlaciona con el crecimiento y los beneficios (o rentas) a que dan lugar en tanto que activos (como sí ocurre con las acciones), sino con todas estas tensiones en la oferta y demanda del propio bien.

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