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El pecado original del euro: las diferencias norte-sur en la Eurozona

Los países mediterráneos mantienen fuertes divergencias con sus vecinos del norte que explican buena parte de la actual crisis.

Cuando hace más de una década, los países europeos comenzaron el camino hacia la moneda única que terminó con la aparición del euro, muchos pensaron que éste era el paso definitivo en la construcción política europea. Durante unos años, pareció que el experimento había funcionado bien: hubo crecimiento, la nueva divisa era una fuente de estabilidad y las reglas comunes parecían haber impuesto una cierta armonización en las políticas europeas.

Sin embargo, la llegada de la crisis lo cambió todo. Las diferencias entre los distintos países de la Eurozona, hasta entonces ocultas, comenzaron a aflorar. Muchos expertos habían alertado de que sería muy difícil mantener la estabilidad en una unión monetaria si no había al mismo tiempo una unificación legislativa y fiscal. Es decir, era necesario armonizar las políticas de todos los jugadores para que nadie pudiese estar tentando de aprovecharse de las buenas prácticas de los demás.

Pero nada de eso se hizo. Ni siquiera el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que fijaba sólo dos reglas comunes, déficit público máximo del 3% del PIB y un límite para la deuda pública del 60%, se cumplió. Alemania y Francia fueron las primeras en saltárselo, cuando entre 2003 y 2005 sus economías sufrieron una pequeña recesión. Luego, muchos otros países decidieron no cumplir con estas normas. La consecuencia es la crisis de deuda pública en la que vive la Eurozona en estos momentos.

Por eso, no es extraño que hayan vuelto a aparecer las voces lamentándose de una unión monetaria realizada sobre bases mucho menos sólidas de lo necesario. Los países del sur de Europa no tenían (y no tienen) el grado de desarrollo económico, las instituciones, la regulación y el convencimiento político y social de que es necesario cumplir con determinadas obligaciones. Este miércoles, The Economist ha publicado un gráfico que en ocho sencillas tablas explica las diferencias entre el norte (Austria, Bélgica, Francia, Alemania, Luxemburgo, Holanda e Irlanda) y el sur de Europa (España, Italia, Grecia y Portugal). Pocas imágenes son más aclaratorias de por qué está pasando lo que vemos cada día en los periódicos.

Básicamente, los ocho pequeños cuadros del gráfico se pueden dividir en dos: desarrollo económico y finanzas públicas.

- Desarrollo económico y legislativo: como puede verse en la primera tabla, los países del sur son sustancialmente más pobres que los del norte. Este hecho se debe a muchas causas (históricas, sociales, etc.) pero también se explica por la rigidez de sus economías e introduce un factor de desequilibrio en las relaciones dentro de la Eurozona. De esta manera, la productividad por hora es mucho mayor en los países ricos (incluso aunque allí la mano de obra es más cara), lo que se traduce en mayor producción industrial, menor desempleo y más inversión en el exterior. También por eso son más eficientes, más flexibles y están mejor preparados para resistir una crisis como la actual.

- Finanzas públicas: las otras tres tablas hacen referencia a la salud de las cuentas de las administraciones. También aquí se puede ver una importante diferencia entre unos y otros. Así, mientras los políticos del sur de Europa han dilapidado el dinero de sus contribuyentes, acumulando una deuda neta que supera el 100% de su PIB (de media, España estará a final de año alrededor del 65-70%). Los países del norte se mantienen en el entorno del 80%. Además, el déficit de los periféricos seguirá este año por encima del 5% (lo que quiere decir que no se han apretado el cinturón tanto como dicen), mientras que el de los vecinos del norte estará en el 3%. No es extraño que los rendimientos de los bonos vayan del 2% de media para unos mientras sobrepasan el 8% para los otros.

Con este panorama, uno de los objetivos de cualquier política que quiera sentar las bases de un futuro sólido para la Eurozona debe ser la armonización. Sería muy difícil para cualquier unión monetaria sobrevivir con unos territorios tan diferentes. Puede que, en este sentido, la crisis sea un proceso doloroso pero inevitable en ese camino de construcción europea que comenzó hace más de medio siglo y que hoy algunos piensan que podría descarrilar.

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