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Cristina Losada

¡Echen a esos malditos!

Muchos claman por expulsar a Grecia del euro en la esperanza de que esa amputación permita salvar al resto. Pero una solución quirúrgica, limpia y sin efectos secundarios, no está garantizada.

No son pocas las voces que claman por expulsar a Grecia del euro o presionarla para una salida voluntaria, en la esperanza de que la amputación del miembro gangrenado permita que el resto del cuerpo se recupere y se salve. Viene a ser como lo de la manzana podrida: elimínesela y las demás manzanitas del cesto podrán librarse del contagio. Ah, si esa solución quirúrgica, limpia y sin efectos secundarios, estuviera garantizada. En tal caso, quizá se habría aplicado. Porque no se ha rescatado a Grecia por altruismo, ni en atención al papel histórico de la Grecia clásica, ni siquiera, finalmente, por sus acreedores, que ahí hubo quita. Se la ha mantenido en el euro con respiración asistida ante los riesgos que entraña su salida para los demás miembros del selecto club; en definitiva, para el club mismo.

El peligro que se ha querido conjurar, y malamente, es parecido al que corre un castillo de naipes. Pues la salida de un miembro del euro sería prueba inequívoca de que la fragmentación del club es altamente probable. Una vez rota la valla protectora por el flanco griego, se dará por supuesto que podrá rasgarse por otros. La palabra de los dirigentes europeos valdrá todavía menos de lo que vale ahora. Y el exponencial aumento de la incertidumbre sobre el futuro de la eurozona es el terreno abonado para que se despliegue la conducta que hará realidad el pronóstico. La profecía autocumplida, vaya. Primero, el turno de los puntos débiles. Sus primas de riesgo se pondrían aún más estratosféricas. Y vuelta a empezar. Bien. Más fondos y más rescates, pero todo tiene un límite. Expulsemos, entonces, a la siguiente manzana podrida. Amputemos otro miembro. Sí, ¡menos mal que nos queda Portugal! Pero después está España, y después otro, y luego otro, y luego; ¿hasta dónde llegará la marea?

La hipótesis de la avalancha es sólo una hipótesis, pero lo suficientemente aterradora como para que la eurozona haya sostenido a Grecia, si bien con una política del palo y la zanahoria que no ha dado, en fin, brillantes resultados. Al contrario. Las elecciones, en mala hora convocadas, han puesto la nota esquizoide: no a los ajustes, sí al euro. Mucho me temo, sin embargo, que los males del club no empiezan ni acaban en el socio griego. La vulnerabilidad de la eurozona parece indicar que hay fallos de partida en el diseño del euro. En suma, ni echándolos.

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