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Francisco Cabrillo

España en el euro

Creo que todavía, en nuestro país, los costes de salida del euro serían sustancialmente mayores que los que el ajuste interno requiere. Pero este ajuste hay que hacerlo. ¿Habría sido menos penoso fuera del euro? Seguramente.

A pesar de la reciente declaración de Angela Merkel y François Hollande a favor de la permanencia de Grecia en el euro, las dudas sobre la conveniencia de que este país siga en el área de la moneda única son cada vez mayores. Es evidente que la situación es difícil; y algunos analistas predicen incluso el hundimiento del euro si uno sólo de los países miembros abandonara la unión monetaria.

No estoy de acuerdo, sin embargo, con esta última idea. Siempre he sido crítico del euro y de la forma en la que en su día se organizó la unión monetaria. Pero ni creo que la salida de Grecia la haga inviable ni pienso que hoy a nuestro país le convenga volver a tener moneda propia. Podemos preguntarnos, ciertamente, cómo habría sido la evolución de la economía española si el euro nunca hubiera existido. Y este ejercicio intelectual es tan arriesgado como interesante. Es razonable pensar, por una parte, que el crecimiento de nuestro país habría sido, en el período 2000-2007, más reducido que el que en realidad tuvimos. Pero poca duda cabe, por otra, de que, sin el euro, habría sido imposible una burbuja inmobiliaria de las dimensiones que alcanzó en años pasados y no se habría producido el elevadísimo endeudamiento externo que hoy tenemos. La razón es bastante clara: lo más probable es que, vistos los antecedentes y la forma de gestionar la economía de los gobiernos de Rodríguez Zapatero, la peseta se hubiera devaluado frente al marco alemán y otras divisas, los tipos de interés en España hubieran sido significativamente más altos y la especulación en inmuebles hubiera sido mucho menor. En otras palabras, la economía española habría continuado por su senda habitual, consistente en generar periodos de crecimiento que los propios mercados financieros terminaban ahogando; y devaluaciones que, por un lado, nos empobrecían pero, por otro, hacían caer nuestros precios y salarios internos en relación con los precios internacionales; lo que, a su vez, permitía equilibrar el sector exterior y sentar las bases de un nuevo período de crecimiento.

No es ésta la mejor forma de hacer política económica, ciertamente. Estoy convencido de que es preferible tener una moneda estable y un mecanismo de precios y salarios lo suficientemente flexible como para garantizar la competitividad del sector productivo. Pero pienso también que la peor de las soluciones posibles es tener, al mismo tiempo, una moneda sólida, sin posibilidad de devaluar, unos mercados poco flexibles y un Estado que gasta por encima de sus posibilidades.

Los problemas son muchos y graves. Pero nos guste o no, estamos atados al euro. Somos conscientes de que la moneda única hace más difícil que algunos países –el caso de Grecia es el más claro, pero no el único– salgan de la recesión y solucionen sus desequilibrios más relevantes. Pero sabemos también que los costes de salida del euro son tan grandes que, a no ser que la situación sea realmente desesperada, es preferible seguir con la moneda única. Si se rompiera el sistema del euro, la nueva dracma, el nuevo escudo o la nueva peseta no serían las mismas monedas que eran antes del año 2000. Salir de la zona euro sería reconocer un fracaso, que crearía, en todo el mundo, unas expectativas muy negativas con respecto al país que devaluara. Me temo, sin embargo, que el punto de no retorno se ha superado ya en algún caso. Y será muy difícil que un país como Grecia pueda reestructurar su economía y salir de la recesión sin una devaluación sustancial. Es decir, sin crear una nueva moneda muy depreciada con respecto a la paridad con la que la dracma se integró en su día en el euro. La única alternativa a esta estrategia sería para Grecia lo que se viene denominando una devaluación interna; es decir, un proceso de deflación, acompañado de una reducción sustancial de salarios. Pero esto implicaría un ajuste aún más duro para su economía. Los griegos tendrán que hacer muchos sacrificios tanto si se quedan en la zona euro como si salen de ella. Pero el coste será mayor en el primero de estos supuestos.

España se encuentra, sin duda, en una situación bastante mejor. Y creo que todavía, en nuestro país, los costes de salida del euro serían sustancialmente mayores que los que el ajuste interno requiere. Pero este ajuste hay que hacerlo. ¿Habría sido menos penoso fuera del euro? Seguramente. Pero hoy estamos ligados a la moneda única. Y, por la cuenta que nos trae, deberíamos mantener nuestra cadena. El gobierno parece dispuesto a hacerlo; y tiene la mayoría parlamentaria que precisa para adoptar las medidas radicales que el país necesita. No podemos perder esta oportunidad.

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