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Juan Velarde

El asunto del carbón

Intentar luchar contra algo inexorable, como es el cierre de minas tradicionales caras, carece de sentido.

El carbón de hulla tiene dos aplicaciones diferentes: ser una fuente energética importante y ser materia prima esencial para la siderometalurgia. En España –y en los estudios de localización de Alfredo Weber quedaba muy claro–, el carbón creaba actividades relacionadas con el mundo de las acerías. El caso típico era Bilbao. El mineral de hierro que iba a Inglaterra traía como flete de retorno carbón británico, y en torno a ese carbón comenzó a consolidarse la región industrial bilbaína.

Pero, dentro de una política de creciente nacionalismo económico, se decidió que el carbón tenía que ser español. Por supuesto que iba a resultar más caro, a causa de las condiciones geológicas de las minas, pero sería carbón nacional. Los yacimientos de referencia serían los de Asturias, por cierto, investigados con rapidez en cuanto comenzó la Revolución Industrial –esencialmente carbonera en sus inicios– por Jovellanos. En Asturias surgió una industria siderometalúrgica, precisamente, por la cercanía del carbón.

Todo eso tuvo sentido mientras se mantuvo el modelo proteccionista, pero comenzó a convertirse en algo que tenía que cambiar en cuanto se inició la apertura al exterior con el Plan de Estabilización de 1959. Era preciso competir con otros productos de otros países que disponían de carbón más barato. Al mismo tiempo, por la dureza del trabajo en las minas –estudiada, por cierto, por el famoso fisiólogo Grande Covián–, los salarios eran altos comparados con los de otras actividades. Además, la fuerza sindical de estos mineros pasó a ser muy importante.

Mientras no se ingresó en Europa, y dado el derrumbe de las empresas privadas, la solución fue la creación de Hunosa, aceptando su déficit, y las subvenciones. Pero con el tiempo la Unión Europea pasó a regular las subvenciones, y el sector público, donde se integraba Hunosa, tuvo que reducir gastos.

Son dos fuerzas, la comunitaria y la de la lucha contra el déficit, que se unen a otras dos. La intensidad energética española no permite combustibles caros, y en Asturias se ha creado un distrito industrial importante –efectivamente, en el pasado con la base hullera–, basado en la siderometalurgia, que tiene que ser competitivo con el exterior y exige hulla lo más barata posible, venga de Polonia o del Índico.

Todo esto convierte el conflicto actual en insoluble. Asturias precisa también carbón exterior, y las minas de León y Palencia, y no digamos las de Teruel, aún complican más los costes y una posible salida.

El viejo recuerdo sindical, al crear unas condiciones que en otras ocasiones dieron frutos, ha actuado ahora. Pero las circunstancias son radicalmente diferentes. Intentar luchar contra algo inexorable, como es el cierre de minas tradicionales caras, carece de sentido. Otra cosa es que, por seguridad, se conserve vivo algún pozo. Pero esto será siempre algo minúsculo y no resolverá el problema. Y todo ello sin considerar –pero eso es para todos los carbones– el asunto medioambiental del CO2.

Con motivo de la concesión del premio Max Weber de Ética Económica 2012, el presidente de la Confederación Federal de la Industria alemana, Hans-Peter Keitel, dijo:

"Nuestra sociedad consta de enfurecidos ciudadanos mayores de edad", dice Wotker Wolf, "que defienden sus privilegios con una especie de blindaje contra el resto del mundo". Así no vamos a ninguna parte. Se precisa algo más que el cambio de la energía. Se trata de la responsabilidad comunitaria para nosotros, nuestros vecinos y nuestros hijos.

No viene mal anotar esto con motivo del conflicto del carbón.

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