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Emilio Campmany

El contubernio

El vacuo espectáculo que los dos grandes partidos han montado en el Congreso a cuenta de Bankia está resultando una obra de mutuo tapado de vergüenzas, como esas primeras películas del destape donde parecía que ibas a ver algo y luego no se veía nada.

Ser incompetente no exige de por sí ser falsario. Pero interesa a los políticos incapaces el acuerdo tácito de no destaparse unos a otros la falta de aptitud que en general padecen. Y es verdad que no todos son unos inútiles, pero incluso los que no lo son se abstienen de acusar a los que sí. El vacuo espectáculo que los dos grandes partidos han montado en el Congreso de los Diputados a cuenta de Bankia está resultando una obra de mutuo tapado de vergüenzas, como esas primeras películas del destape donde parecía que ibas a ver algo y luego no se veía nada. Entre Fernández Ordoñez y Rodrigo Rato han consumido horas y horas de monólogo y de ellas la única impresión que se extrae es que nadie tiene la culpa de nada. Que si el ciclo económico adverso, que si escenarios imprevisibles y yo qué sé que más generalidades. Parece como si no hubiera pasado nada, como si no tuviéramos que darle 30.000 millones a Bankia a consecuencia de haber sido gestionada con los pies o como si sus accionistas no hubieran sido poco menos que estafados tras haber sido animados a comprar a tres y pico euros una acción que hoy no vale ni uno.

Pues bien, ante tamaño fraude, el político de un partido que dirigió el Banco tan sólo tiene que decir que hizo lo correcto, lo cual es muy de agradecer porque quién sabe cuánto nos habría costado si hubiera actuado incorrectamente. Y el otro político del otro partido, que tenía la función de supervisar lo que hiciera el otro con el banco, dice que el vigilado lo hizo de cine y que quien se equivocó fue el Gobierno al dimitirle. Rato le devuelve el piropo diciendo que fue Fernández Ordóñez quien se empeñó en fusionar Caja Madrid con Bancaja, que hay consenso en que fue un error, pero luego admite que nadie le obligó a fusionarse.

Y los políticos se han tragado los dos pestiños con mucha solemnidad, la misma que suelen emplear cuando se reúnen para decirse tonterías unos a otros en público. Si es para esto para lo que tienen todavía abierto el Congreso de los Diputados a estas alturas de julio, lo que es por mí, pueden cerrarlo ya e irse de vacaciones. Ya tendrán tiempo en septiembre o mejor en octubre de volver a sus banalidades y a hacer como que se llevan muy mal. En cambio, no hay discrepancia que valga cuando hay de por medio subvenciones destinadas a las empresas que los mantienen de una u otra forma a todos ellos. Y, si llega el escándalo, se montan unas comparecencias para que los políticos responsables se marquen un rigodón ante quienes se supone que tienen que dar explicaciones. Y hasta la próxima sobre la base del hoy por ti, mañana por mí. Y dice Luis María Anson que hace falta un pacto de Estado. Lo que hace falta es que lo rompan, pero no el de Estado, sino el del reparto del botín.

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