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EDITORIAL

Ni Draghi ni el BCE tienen la culpa

Los mercados y la prima no reflejan sino la realidad de una situación que, por mucho que nos duela, no van a solucionar las palabras de Draghi, Merkel o el propio Rajoy.

Difícil considerar que la intervención de Mario Draghi en el mediodía de este jueves ha sido, al menos en el corto plazo, buena para España: tan sólo unos pocos minutos después de que el presidente del Banco Central Europeo terminase de hablar las bolsas, especialmente la española y la italiana, cambiaban de signo y se desplomaban. Mientras, las primas de riesgo de ambos países iniciaban una escalada que ha llevado a la nuestra a coquetear con los 600 puntos y a la del país transalpino a superar los 500.

Sin embargo, mal haríamos en considerar que han sido las palabras del responsable del BCE las que nos han hundido, o que es su inacción la que está llevando a España al borde de un rescate que cada semana parece más inevitable. Nada más lejos de la realidad: estamos allí donde nos han llevado nuestros propios desequilibrios, nuestro despilfarro, la nefasta gestión económica de los últimos años y también el tamaño y la organización de un Estado que es obvio que los españoles no nos podemos permitir.

La prueba de ello es que las palabras de Draghi de este jueves nos han llevado allí donde estábamos hace sólo unos días... antes de que hablara, en un sentido más o menos opuesto al de hoy, el propio Draghi.

Pero lo importante no son los vaivenes ocasionales que puedan tener unos mercados evidentemente nerviosos, preocupados y desconfiados, lo sustancial es que desde finales de mayo ese indicador supera recurrentemente los niveles en los que no hace tanto dábamos por hecho el rescate.

Es decir, que los mercados y la prima no reflejan sino la realidad de una situación que, por mucho que nos duela, no van a solucionar las palabras de Draghi, Merkel o el propio Rajoy: que España es un país con un gasto público desbocado que el Gobierno no logra frenar, que es incapaz de cumplir con sus compromisos, que tiene muy difícil financiarse y, para colmo, con una estructura administrativa que no invita al optimismo.

En este sentido, el espectáculo ofrecido durante esta semana por algunas comunidades autónomas, especialmente Cataluña y Andalucía, ha sido letal: toda Europa y todos los analistas han podido contemplar como, en lugar de hacer un frente común por el ahorro, políticos de distinto signo se tiraban los trastos a la cabeza para poder seguir gastando a todo tren.

Es cierto que el BCE podría ayudar a España e Italia, pero en el mejor de los casos la intervención de la entidad emisora sólo servirá, a un precio muy elevado y lanzando un mensaje muy negativo, para comprar algo de tiempo a unos gobiernos que son los que, tal y como ha recalcado el propio Draghi, tienen que hacer los deberes. Y todo a costa de una Alemania que, claro, no quiere.

En definitiva, mientras el Gobierno del PP, los de las distintas comunidades e incluso el PSOE no sean conscientes de que la única salida a la crisis pasa por una radical y por momentos dolorosa reconversión de nuestro modelo de estado, así como por repensar nuestro Estado del Bienestar, seguiremos al albur de gestos o declaraciones que acelerarán o frenarán nuestros pasos, pero que no cambiarán el rumbo que nos lleva al precipicio.

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