Es mucho lo que tengo que agradecer a Buchanan, pues, a pesar de no poder ser considerado miembro de pleno derecho de la Escuela Austriaca de Economía, desde mis primeras intervenciones internacionales (siempre con el enfoque y a favor de dicha escuela), hace ya casi treinta años, nunca dejó de respetar mis exposiciones (muchas veces impregnadas de ese excesivo apasionamiento que caracteriza a los jóvenes académicos, y al que yo soy tan proclive) y, lo que es aún más importante, de apoyarlas en público con todo el prestigio de su gran sabiduría y personalidad. Especialmente emotivo y sorprendente para mí fue cuando, en la reunión general de la Mont Pèlerin Society que tuvo lugar en Río de Janeiro en 1994, guardó pacientemente su turno y pidió la palabra con el exclusivo fin de protestar por que el presidente de la mesa, el argentino Benegas Lynch, me había retirado previamente la palabra, cuando, según Buchanan resaltó,
el profesor Huerta de Soto estaba exponiendo el que quizás era uno de los argumentos más importantes de toda la conferencia, a saber, el nexo institucional que existe entre la expansión crediticia hecha posible por el ejercicio de la banca con reserva fraccionaria en contra de los principios generales del derecho (que exigen un coeficiente de caja del 100 por 100 para los depósitos a la vista) y las crisis y recesiones económicas.
Tampoco puedo olvidar las cariñosas reprimendas con que me obsequió en alguna ocasión, como cuando lancé un completo y fundamentado ataque contra Maurice Allais y su artículo de 1947 en el que creía posible la posibilidad del cálculo económico socialista, a lo que Buchanan puntualizó que, en esos años, Allais compartía el sentir general de nuestra profesión y que todavía no había sido capaz de digerir en su totalidad las contribuciones de Mises y Hayek al respecto.
La simpatía de Buchanan por los austriacos era en todo caso notoria, y así, en su conocida colección de ensayos LSE Essays on Costs, se hacía eco del argumento esencialmente austriaco de que la errada creencia de los economistas neoclásicos en la posibilidad del cálculo económico socialista tenía su origen en la incapacidad de éstos para comprender la verdadera naturaleza de los costes, subjetiva, empresarial y creativa.
En todo caso, siempre he pensado que, a pesar de su simpatía por los austriacos, Buchanan estuvo demasiado influido por el espíritu neoclásico y maximizador de Chicago, tanto en sus notabilísimas contribuciones demostrativas de los fallos en la elección pública de votantes, grupos de interés, burócratas y políticos como, sobre todo, en el desarrollo de su contractualismo constitucional (para mí una de sus aportaciones más dudosas, al margen del principio de unanimidad, que tomó de Wicksell y que siempre me ha parecido muy saludable).
Es de resaltar que Buchanan, desde joven, simpatizó con la mentalidad académica mediterránea y, en especial, con el enfoque sociológico y realista de la hacienda pública italiana. Quizá por eso creo que siempre desperté su simpatía, y le hacía gracia la existencia de un joven economista español continuamente empeñado en insistir en todos los foros en el origen hispano de la escuela de Mises y Hayek y en la importancia de los escolásticos del Siglo de Oro español. O al menos eso es lo que me quiso transmitir en diversas ocasiones mientras degustaba –en el extinto restaurante Jockey de Madrid– su plato español preferido: una cazuela de angulas (o baby eels, como él las llamaba), bien regadas con un rioja.
Por fortuna, hace escasamente cuatro meses tuve la oportunidad de rendir mi último homenaje público a Buchanan, en la sesión de apertura de la reunión general de la Mont Pèlerin Society que tuvo lugar el 3 de septiembre de 2012 en Praga, cuando, ante el presidente de la República Checa, Václav Klaus, y los más de quinientos asistentes a la misma, hice mención expresa a cómo, finalmente, Buchanan había ganado su última batalla intelectual cuando, por fin, diversos países europeos, encabezados por España, se habían visto obligados a modificar sus constituciones para, forzados por la disciplina del euro, incorporar el principio antikeynesiano de estabilidad y equilibrio presupuestarios...
Descanse en paz este gran economista liberal.