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Juan Velarde

Costa, hoy

Costa no era proteccionista, sino librecambista.

Desde que Keynes lo escribió en la parte final de su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, nadie discute lo que sigue:

Los hombres prácticos que creen estar completamente al margen de cualquier influencia de tipo intelectual son, por lo regular, esclavos de algún economista difunto.

En el caso concreto de España, eso queda perfectamente nítido en el libro de Jaime Lamo de Espinosa Joaquín Costa. Agricultura, agronomía y política hidráulica (Eumedia, Madrid, 2012, 95 págs.).

Queda claro tras su lectura, en primer lugar, que Costa no era proteccionista, sino librecambista. El librecambismo de Costa tiene un antecedente en David Ricardo y sus planteamientos sobre el vino y el paño en Portugal y Gran Bretaña. Aquellos productos, agrarios e industriales, que no fueran capaces de competir con los del exterior deberían abandonarse. En cambio, las producciones de regadío –desde las vitivinícolas a las frutícolas, de las hortalizas o al olivar– deberían ocupar un lugar preferente. También los bosques. Y esto tendría que relacionarse con un desarrollo creciente del regadío.

Toda una serie de personalidades y de instituciones, desde Manuel Lorenzo Pardo al Iryda (Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario), siguieron esa orientación. Frente a ella, en polémicas que tuvieron lugar, sobre todo, desde 1880 a 1884, un ingeniero agrónomo, Eduardo Abela y Sanz de Andino, número 1 de la primera promoción de esta carrera, defendía la producción de secano –especialmente del trigo– en el interior del país, recurriendo, como ya sucedía entonces en los Estados Unidos, a la mecanización agraria. Ahora vemos que los dos planteamientos son coordinables, pero a finales del siglo XIX la polémica fue muy importante.

Como se sabe, Costa luchó contra un mal español muy extendido en aquellos tiempos: el caciquismo. En este contexto se enmarca su célebre expresión sobre la necesidad que tenía nuestro sistema político de un "cirujano de hierro", que Tierno Galván, sin base alguna, calificó de prefascista. A este respecto, consúltese Oligarquía y caciquismo, libro que dirigió el propio Costa.

Costa fue también agrimensor. Hay controversia –con base en Antón del Olmet– sobre si deseó convertirse en ingeniero agrónomo. En algún sentido, fue un precursor de Flores de Lemus y su famoso ensayo Sobre una dirección fundamental de la producción rural española.

No podemos dejar a un lado que Henry George causó fuerte impacto en nuestro hombre, como lo había causado en todas partes donde se había publicado su obra, aparecida en 1877, Progreso y pobreza; con una base bien conocida, el impuesto sobre la tierra, que no es susceptible de ser trasladado. Esto lleva a Costa a plantearse: ¿es que los españoles no hemos actuado realmente en el terreno doctrinal del colectivismo agrario? El aragonés va a apoyarse, además de en Henry George, en Álvaro Flórez Estrada. Olvidar esto lleva a plantear de modo muy irregular a Costa, incluida la desamortización de 1855.

Su obra El colectivismo agrario en España es un trabajo monumental. Creo que pocos especialistas de ahora serían capaces de hacer un análisis de historia de las doctrinas, una recopilación de vivencias y hechos de semejante volumen e intensidad. Ahora bien, no veo que la empresa deba impresionarnos sólo por el hecho de que sea muy difícil de acometer.

Este autor ha esculpido una especie de estatua gigantesca, enorme, que impresiona por sus dimensiones, pero en la cual el acabado no existe. 

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