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José García Domínguez

Merkel es Beppe Grillo con falda

La deposición última de ese Jeroen Dijsselbloem viene a confirmar la vieja máxima de que los tontos son mucho más peligrosos que los malvados.

La deposición última de ese Jeroen Dijsselbloem viene a confirmar la vieja máxima de que los tontos son mucho más peligrosos que los malvados.

La deposición última de ese Jeroen Dijsselbloem, el presidente del Eurogrupo, viene a confirmar la vieja máxima de que los tontos son mucho más peligrosos que los malvados, pues, a diferencia de estos últimos, no descansan jamás. Es sabido, nunca debe subestimarse el potencial nocivo de los lerdos. He ahí nuestro Jeroen, un idiota a jornada completa que acaba de provocar otro colapso en los mercados augurando nuevos chipres cuando lo de Chipre parecía encauzado. A fin de entender en manos de quién está hoy Europa, resulta inexcusable recurrir a aquellas célebres leyes fundamentales de la necedad humana que enunciara el gran historiador Carlo Cipolla.

Recuérdese para el caso lo que prescribe la tercera de ellas: "Una criatura necia es un individuo que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener al mismo tiempo un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio". Y por no ser, ese bocazas ni siquiera es alemán sino holandés. A buen seguro, lo del bobo de Jeroen dará pie a la preceptiva cascada de declaraciones balsámicas a cuenta de la "solidez" de los sistemas financieros español y europeo. Un enunciado, el que presume sólidos a los bancos, equiparable a celebrar el carácter gaseoso del acero inoxidable o la condición líquida de la madera de pino. Porque el capitalismo financiero, invento anglosajón y protestante, recuerda sin embargo al hinduismo.

En la cosmogonía hindú, la Tierra se sustenta sobre un elefante; el elefante sobre una tortuga; y la tortuga sobre una serpiente. El problema surge cuando se les pregunta a los creyentes sobre qué se aguanta la serpiente. De modo análogo, todo el inmenso castillo de naipes de la banca continental descansa sobre una minúscula lagartija llamada confianza. Y, a su vez, ella apenas se sostiene en la vana esperanza de que no salte un cretino como Jeroen gritando "¡Fuego!" en medio de la representación. Acusemos recibo, por lo demás, de que ya no hay diferencia alguna entre la charlatanería de un Beppe Grillo cualquiera y el proceder de los acólitos de Berlín. Porque es el ciclo electoral alemán lo que explica la verborrea de los pirómanos. Se sabe, pues, quién va a pagar la campaña de Merkel: nuestra prima de riesgo.

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