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Fiel a su espÃritu crÃtico y provocador, mi amiga Marta GarcÃa-Aller me pasó un artÃculo que Elizabeth Dunn y Michael Norton, de la Universidad de British Columbia y la Harvard Business School respectivamente, publicaron en el New York Times con el tÃtulo "Heavens, not Havens". Estos profesores están muy preocupados porque a los estadounidenses... ¡no les gusta pagar impuestos!
No se les pasa por la cabeza que igual hay gente que ama la libertad y la propiedad privada, gente que prefiere los contratos voluntarios antes que la coacción polÃtica y legislativa. Como esto no puede ser, entonces Dunn y Norton concluyen que la dificultad estriba en los propios ciudadanos americanos, que no son capaces de darse cuenta de las grandes ventajas de los impuestos. Aunque parezca increÃble, tratan a los impuestos como si fueran otros tantos pagos libres que los ciudadanos realizan a cambio de lo que desean:
Aunque pagar cualquier cuenta, desde el alquiler hasta el saldo de las tarjetas de crédito que han superado su lÃmite, está lejos de ser agradable, hay algo en los impuestos que realmente irrita a los norteamericanos (...) ¿Por qué los odian? Una razón es que a la gente no le resulta fácil ver cómo los impuestos proporcionan prestaciones (...) El Estado tiene claramente un problema de marketing.
Como si esta barbaridad no fuera suficiente, siguen adelante y señalan otra cosa rara de los americanos: son un pueblo feliz a pesar de que los ciudadanos más felices son... ¡los que pagan impuestos más altos! Reconocen, eso sÃ, con un aire de sabidurÃa y amplios horizontes, que igual en esto de la felicidad hay otras razones además de los tipos elevados en el IRPF...
Pero una vez envueltos en las brumas de la corrección polÃtica, es difÃcil salir:
En todo el mundo, la gente es más feliz en los paÃses con impuestos progresivos porque está satisfecha con los servicios que esos dólares suministran, de la educación al transporte. Sin embargo, los americanos no ven en sus impuestos nada más que despilfarro. ¿Qué puede hacer el Estado para que pagar impuestos sea un experiencia feliz?
No se rÃa usted, que los firmantes son profesores de universidades muy prestigiosas. Nos quejamos de las nuestras, pero en EEUU también hay supuestos economistas que no son capaces de distinguir entre libertad y coacción... y si lo hacen es para lamentar que aún haya tanta gente que ¡prefiera la primera!
Por supuesto, idolatran a Obama: por fin, aseguran, hay un presidente que permitirá a los contribuyentes... no, no, no les permitirá mantener lo que es suyo, eso nunca. Lo que sà hará es permitir que vean dónde se gastan sus dólares. Vamos, que lo que importa no es la libertad sino la "transparencia". Allà también propagan ese camelo.
La pobreza del análisis culmina cuando los autores perciben una "peculiar ironÃa": resulta que los estadounidenses rechazan los impuestos y al mismo tiempo son de los pueblos más solidarios del planeta a la hora de ayudar a los menos favorecidos. ¡Y les parece eso una "ironÃa"!
La explicación es que, en serio, repitámoslo con un último escalofrÃo, no distinguen entre polÃtica y sociedad, es decir, incurren en un totalitarismo de manual:
Aunque los impuestos difieren de las donaciones en muchos aspectos [¡que no detallan!], ambos conllevan sacrificios en aras del bien común. En consecuencia, pagar impuestos puede producir algunos de los mismos beneficios emocionales que hacer obras de caridad, especialmente si es posible elegir a dónde van esos dólares.
En el último párrafo, que podrÃa incluirse en la próxima edición de 1984, nos piden que reflexionemos sobre lo mucho que nuestro éxito se debe a los demás, y que concluyamos, no, no, no debemos concluir en términos de fomentar la responsabilidad individual y la solidaridad libre, no, no, eso nunca. La conclusión que debemos extraer es... sÃ, claro que sÃ, que es muy bueno pagar impuestos.