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Guillermo Dupuy

Tocar fondo y quedarse en él

No es lo mismo que nuestra crisis toque fondo en forma de “V” a que lo haga en forma de “L”

En otoño veremos si la crisis que padecemos ha tocado fondo, tal y como ahora parece, o simplemente hemos vivido una pequeña y efímera etapa de brotes verdes como aquella que vivimos en 2011 en la que durante varios meses consecutivos se redujo el número de parados.

Ahora bien: Como en parte ya han apuntado en este periódico Emilio J. Gonzalez y Franscisco Aranda, la cuestión no debería ser tanto saber si por fin ya hemos tocado fondo sino saber si vamos a rebotar con fuerza o permanecer durante mucho tiempo hundidos en él. Dicho de otra forma más simplista. No es lo mismo que nuestra crisis toque fondo en forma de "V" a que lo haga en forma de "L". Y a esto último es a lo que, me temo, nos condena la hipocresía de un gobierno que predica las reformas que no practica y que, en realidad, prefiere el consenso continuista antes que tener que enfrentarse con los privilegiados beneficiarios del statu quo.

La ausencia de verdaderas reformas que liberalicen nuestra economía –con la excepción de la bien orientada pero claramente insuficiente reforma de nuestro mercado laboral- y la obsesión del Gobierno por apuntalar un sector público claramente sobredimensionado supone una rémora que, no nos condenará indefectiblemente a seguir cayendo, pero desde luego debilita enormemente la capacidad de recuperación de nuestro sector privado.

Quienes de manera elogiosa hacia el gobierno ya nos anuncian el final de la crisis basan, en realidad, su optimismo en la consumación de una reforma laboral que el gobierno no ha consumado; en la reforma de unas pensiones que el Ejecutivo no ha ejecutado; en las disposiciones de reducción del gasto autonómico que el gobierno ha aprobado pero no ha hecho cumplir; en una reforma energética que el gobierno ni siquiera ha formulado o en una unidad de mercado que sigue sin formar parte de la realidad.

Tenemos un presidente de Gobierno que considera, tal y como él mismo ha declarado, que España "no tiene un problema estructural" en sus cuentas públicas, sino tan solo uno "coyuntural". Lo cierto es que ese problema estructural que Rajoy niega lo tiene en realidad toda Europa, si bien España de manera todavía más acusada.

Tenemos un presidente que, a la vista también de sus propias declaraciones y, sobretodo de su acción de gobierno, ya no considera que la simplificación y rebaja de los impuestos son un instrumento para la creación de empleo y de riqueza sino más bien un lujo que sólo nos podremos de verdad permitir una vez hayamos salido de la crisis.

Artículo aparte merecería el fatal y decisivo ritmo de endeudamiento al que nos ha abocado no sólo la renuencia de Rajoy a la hora de adelgazar al Estado sino tambien su empobrecedora subida de impuestos, tan demencial que ha sido contraproducente hasta en términos recaudatorios.

Así las cosas, ¿qué quieren que les diga? Si he de ser optimista, sólo puedo serlo en base a la sorprendente y enorme capacidad de reajuste de nuestro menguado y debilitado sector privado, en la fuerza asombrosa de la gente por salir adelante. Pese al Gobierno, no gracias a él.

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