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José García Domínguez

Cuando 'El País' pedía que nos intervinieran

Ah, la memoria, ese gran cementerio.

Ah, la memoria, ese gran cementerio.

Si no se reduce con urgencia la prima de riesgo seguirá la desconfianza de los inversores hacia España y la salida de la recesión será insegura y tardía, quizá más allá de 2014. Ésta es una conclusión en la que coinciden todos los analistas económicos, las instituciones nacionales e internacionales y, en privado, el equipo económico de Mariano Rajoy. Pues bien, a pesar de este diagnóstico unánime, el Gobierno se resiste a aplicar el remedio más rápido y eficaz para reducir ese coste financiero asfixiante, que es el de solicitar la intervención. El Gobierno sabe y los ciudadanos también que la petición se producirá tarde o temprano. Porque la estabilidad de la prima de riesgo española durante las últimas semanas es un espejismo. Aplazar la petición de rescate equivale a condenar a la economía española a una recesión prolongada y dolorosa.

Sin duda, al lector le sonará, y mucho, la musiquilla con que empieza esta columna, cantinela tan recurrente hace apenas doce meses. Pero quizá tendría más dificultades a la hora de identificar al autor material de la melodía. Y es que la partitura cuyos primeros compases le acabo de interpretar no fue compuesta por ningún club de fans del Tea Party. Y tampoco procede, por cierto, de lo que en tiempos se llamaron "poderes fácticos" y ahora que somos modernos responden por lobbies. Frío, frío. Nada que ver con los entusiastas oficiales del aceite de ricino presupuestario y el darwinismo de mercado.

Bien al contrario, ese enunciado de ahí arriba vio la luz en un editorial del diario El País, el gallardo guerrero del antifaz que combate por tierra, mar y aire a las mil hidras del siniestro pensamiento único neoliberal, cuyo brazo armado, ya se sabe, es la troika. Por más señas, el del 10 de diciembre de 2012. La palmadita en la espalda que le acaban de dar a Rajoy en la capital del Imperio tiene bastante que ver con eso, con la lúcida serenidad de su ministro de Economía, el hombre que supo mantener la cabeza en su sitio cuando todo el mundo a su alrededor la había perdido. Porque si De Guindos hubiese hecho caso a los cantos de sirena del ilustre vocero de la progresía, a estas horas ya habría un inquilino socialista en La Moncloa, que era de lo que se trataba. Ah, la memoria, ese gran cementerio.

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