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Fundación Heritage

No hay igualdad económica sin libertad económica

Nos estamos alejando de las mismas condiciones que forjaron la economía más próspera y libre que el mundo haya conocido jamás.

De todas las ideas para reducir la desigualdad económica que el presidente Barack Obama probablemente mencione en este año electoral, no espere que mencione la única que realmente se ha probado que funciona: el empleo.

Este aplastante dictamen es difícil de refutar después de leer la edición más reciente del Índice de Libertad Económica, donde se vuelve a demostrar que los países con mayores niveles de libertad económica tienen un desempeño sustancialmente mejor en aspectos como el crecimiento económico, el ingreso per cápita, los servicios médicos, la educación, la protección del medio ambiente y la reducción de la pobreza.

Para expresarlo de la manera más sencilla, la libertad económica es el derecho fundamental de todo ser humano a controlar su propio trabajo y sus propiedades. Desde luego, esta idea no es algo nuevo. El economista Adam Smith fue el primero en fomentarla, en su obra más emblemática, La riqueza de las naciones, con lo que marcó el camino del capitalismo y el comercio actuales.

Aunque puede que moleste a los progresistas de hoy en día, el capitalismo moderno ha hecho más para reducir la pobreza que cualquier iniciativa pública.

Como acertadamente resumió el presidente Ronald Reagan, el mejor programa social es el empleo.

Desgraciadamente para nosotros, el Índice 2014 de Libertad Económica revela una crítica terrible para Estados Unidos, "la tierra de los libres", pues revela un declive pronunciado. De hecho, Estados Unidos tiene la desafortunada distinción de llevar siete años consecutivos de declive en el Índice, lo que nos ha colocado ya en la categoría de los países mayormente libres, junto a Santa Lucía, Lituania y Georgia.

Las razones de esta caída son muchas, pero resulta difícil pasar por alto el gasto desbocado del Gobierno federal y el completo desprecio por una deuda federal en constante crecimiento, que ya alcanza fácilmente los 17 billones de dólares. Aunque sería injusto vincular la totalidad de la borrachera de gastos federales al presidente Obama, lo cierto es que ha mostrado poco apremio por frenar el gasto público.

Las pruebas son abundantes, pero quizás la principal sea el fallido experimento de un billón de dólares de la atención médica, por lo que resulta poco sorprendente que los autores del Índice de Libertad Económica tengan una visión desfavorable de este absoluto despilfarro.

Aparte de la disciplina fiscal, los países son evaluados según la facilidad para abrir en ellos una empresa y la imparcialidad de sus sistemas judiciales, así como por los niveles de tributación en sus economías. Una vez más, en prácticamente todos estos apartados nos estamos alejando de las mismas condiciones que forjaron la economía más próspera y libre que el mundo haya conocido jamás.

¿Aún necesita pruebas? Bien, pues según un informe de la Asociación de Inversores Inmobiliarios Extranjeros, Londres ha adelantado a Nueva York y ya es el principal destino del planeta para la inversión en propiedades. Pero el sector inmobiliario no es la única industria que está sufriendo los embates de una economía cada vez más hostil al libre mercado, en la que abrir, poner en marcha y mantener una empresa a flote es costoso debido al aluvión de impuestos y regulaciones por culpa de leyes como la Dodd-Frank y Obamacare. Como recientemente han revelado mis compañeros de la Fundación Heritage, sólo en 2012 los nuevos costos reguladores de los que han informado las agencias totalizan 23.500 millones de dólares.

El Índice de Libertad Económica es desde hace ya 20 años una destacada obra de referencia, ya que muestra que prácticamente cualquier país tiene la capacidad y la habilidad de crear las condiciones económicas que saquen a la gente de la pobreza, al tiempo que aumenta la calidad de vida de sus ciudadanos ampliando la libertad económica. Países como Chile y Corea del Sur, que hace sólo un par de generaciones estaban anclados en la pobreza, son ahora potencias económicas internacionales que disfrutan de los beneficios de la libertad económica.

Es por ello tremendamente negativo que en nuestro propio país la clase política parezca estar mucho más interesada en librar una guerra de clases y en avivar las llamas del populismo en vez de adoptar las medidas que han demostrado que reducen la desigualdad de ingresos.

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