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José García Domínguez

Por qué el paro no se va a acabar nunca

Soñar, ya se sabe, es gratis. Pensar, en cambio, exige un coste en neuronas.

Soñar, ya se sabe, es gratis. Pensar, en cambio, exige un coste en neuronas.

Lo de siempre. Unos cuantos contratos temporales de camareros y friegaplatos durante la Semana Santa han servido de coartada estadística para que gobernantes y periodistas se hayan puesto a fantasear de nuevo con el cuento macroeconómico de la lechera. Soñar, ya se sabe, es gratis. Pensar, en cambio, exige un coste en neuronas. Ocurre que ni gobernantes ni gobernados quieren admitir lo obvio. Y lo obvio es que en España todo el mundo está endeudado hasta las cejas. Y cuando en un país debe dinero hasta el apuntador, la gente solo piensa en desendeudarse. En sensata consecuencia, hace eso que tanto gusta a los tertulianos: gastar menos de lo que ingresa. Pero si todo el mundo procede de tan virtuoso modo, las empresas tendrán un problema grave, a saber, que habrán fabricado muchos, muchísimos más cachivaches de los que esa misma gente estaba dispuesta a comprar.

Y entonces las empresas se verán obligadas a despedir más trabajadores innecesarios. Y a raíz de eso la gente aún comprará menos cachivaches de los que fabrican. Y vuelta a empezar. Y suma y sigue. Porque en un país, verbigracia éste, donde todo el mundo está entrampado con un crédito, únicamente hay dos maneras de crecer. Dos y solo dos. O se atraen turistas del extranjero. O se exportan los cachivaches que nadie quiere. No hay ninguna otra posibilidad. Ninguna. Podemos, pues, seguir haciendo lo de toda la vida: colocar más hamacas en las playas, más hoteles baratos en la costa y más jarras de cerveza para los adolescentes ingleses que vienen a alcoholizarse de Lloret de Mar. Procediendo de tal guisa, crearemos lo de toda la vida: empleos precarios, de baja cualificación y mal pagados. Aunque algo es algo, claro.

Por cierto, también volverían a desembarcar en Barajas nuevos inmigrantes de Centro y Sudamérica atraídos por esos puestos de trabajo. Está calculado: con ocho millones de turistas adicionales por temporada, España rebajaría su tasa de desempleo hasta un nivel del 19%. Eso sí, los hijos de la clase media tendrían que estar dispuestos a colgar sus títulos de ingenieros aeronáuticos y sus MBA para empezar a ejercer de barmen y guías turísticos en Benidorm. La segunda opción, exportar, tiene un problema: Alemania no nos deja. Ni a nosotros, ni a Francia, ni a Italia ni a nadie. El 75% de nuestro comercio exterior se realiza con el resto de Europa. Y dentro de Europa, Francia y Alemania son nuestros principales clientes. Si ellos nos compraran más y nos vendieran menos, el asunto quizá podría funcionar. Pero ocurre justo al revés: Alemania basa todo su crecimiento en las exportaciones a sus socios del sur. Lejos de vendernos menos, nos vende cada vez más. Y en ésas andamos, camino de nada. Si Agatha Christie tuviese que buscar un título para esta historia, seguro que le pondría La ratonera. Y acertaría. Dejad de soñar despiertos: el paro crónico no ha hecho más que empezar.

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