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Carlos Rodríguez Braun

Izquierda y modestia

Todo el rato insiste la izquierda en que sus políticas antiliberales son buenas para los más modestos, es decir, precisamente a quienes más humillan.

Todo el rato insiste la izquierda en que sus políticas antiliberales son buenas para los más modestos, es decir, precisamente a quienes más humillan.

Alfred Bosch, portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados, se quejó de las subidas del IVA porque "perjudican a la gente más modesta, porque gravan a todo el mundo por igual". Inmaculada Rodríguez-Piñero, secretaria general de Economía del PSOE, se opuso a la supresión de la deducción por vivienda, y dijo que debería "beneficiar a las personas más modestas". ¿Qué le pasa a la izquierda con la modestia?

Por extraño que parezca, no hay nada particularmente malo en la imposición indirecta. El liberalismo clásico la consideró la mejor fiscalidad, mucho mejor que la directa, a la que criticaron, con razón, argumentando que no podía establecerse sin que el fisco se entrometiera en la vida privada de los ciudadanos, un argumento que hoy parece ridículo, pero sólo porque al parecer ya estamos acostumbrados a las incursiones punitivas del poder. Incluso las aplaudimos.

En la tradición liberal lo que estaba mal era la imposición misma, que debía ser limitada para preservar la libertad. Todo esto se ha perdido, igual que muchos economistas han perdido la memoria de James Buchanan, y eso que le dieron un Premio Nobel y ha estado vivo hasta hace pocos meses. Prefirieron olvidarlo, porque Buchanan quitó el velo de la inocencia de la Hacienda Pública, invitándonos a analizar la lógica del poder, de modo de comprender, por ejemplo, que la coacción fiscal necesita legitimarse, y para eso recurre a la degradante justificación de que los impuestos están bien siempre que se cobren de manera diferente. Eso, que es lo contrario de la justicia, ha venido a presentarse como espejo de la misma. Y así crece el Estado, forzándonos a todos a ser modestos, sobre todo a los más modestos.

Pero ellos son en realidad el último objetivo del interés de la izquierda, salvo a la hora de votar: en efecto, todo su discurso estriba en alegar que ellos y sólo ellos cuidan de los más pobres, pero, como el Estado es demasiado grande, no hay manera de financiarlo sino es cobrándoles cada vez más a los más pobres (pobre no sólo es el que no tiene dinero sino el que no puede ocultárselo a Hacienda). Ante esta situación, la única alternativa de la izquierda es mentir. Y por eso todo el rato insiste en que sus políticas antiliberales son buenas para los más modestos, es decir, precisamente a quienes más humillan.

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