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Juan Fernando Robles

Lo que Don Emilio no le ha podido legar a su hija

Ana Patricia tiene la formación, el tiempo y el dinero para seguir haciendo la banca tradicional y rentable a la que nos tienen acostumbrados.

Tuve ocasión de conocer a Ana Patricia Botín cuando juntos, por decir algo, fracasamos en la aventura de internet, allá por el año 2000. El empresario que no haya fracasado alguna vez que levante la mano y entre esas no estará la de la nueva presidenta del grupo Santander, cuya gran experiencia en los negocios le ha llevado a pasar por diferentes sectores, aunque lo suyo sea evidentemente la banca y los mercados financieros.

Porque no es el fracaso lo que define precisamente a los Botín y ese pequeño episodio le daría la necesaria perspectiva y experiencia de cómo se ven las cosas desde el otro lado, desde la economía más o menos real, porque lo de internet tenía en aquel momento muy poco de real. En la práctica no era sino un negocio financiero en el cuál se descontaban expectativas futuras. Es decir, muy de su terreno a decir verdad. De aquella Ana Patricia Botín, que salía en los papeles como una mujer de la era digital, a ésta hay casi tres lustros y mucha experiencia financiera a sus espaldas.

Diseñada por ella misma y su padre para liderar el grupo a la jubilación del patriarca, que se intuía próxima, la desgracia le ha convertido no prematuramente, pero sí súbitamente, en presidenta del mayor banco español y uno de los principales del mundo. No en balde decía una encuesta en 2013 que, tras la reina Isabel II, era la mujer más influyente de UK, algo un poco exagerado para la cantidad de mujeres importantes que hay allí, y que encaja más con el nuevo papel que deberá desempeñar en la economía global que en el que venía desempeñando hasta ahora.

¿Es el grupo Santander una empresa familiar como para que la sucesión sea tan unánime y directa? A decir verdad no, pero la realidad es que una entidad financiera de ese calibre necesita estabilidad en su proyecto y transmitir al mercado que nada de lo que sucede en su gobierno corporativo es improvisado. Que Ana Patricia Botín haya accedido a la presidencia puede ser cualquier cosa menos una improvisación. Todo previsible, todo tranquilo y nada de lo que preocuparse ni para los accionistas, ni para los empleados, ni para los clientes. Cualquier guerra por sentarse en ese sillón que se hubiera desatado, cualquier enfrentamiento en el consejo que hubiera apoyado cualquier otra opción, aunque esa opción hubiera sido un hermano de la susodicha, les habría hecho perder dinero a todos. Ana Patricia salía, por tanto, mucho más barata.

Los hijos no tienen por qué ser tan brillantes como los padres. De hecho, muchos hijos fracasan donde los padres acertaron, pero también suele ocurrir que a veces aciertan donde los padres fracasaron. El grupo Santander no es un barco a la deriva que haya que enderezar. Aun sin hacer nada, tiene inercia en sus motores para darle muchas satisfacciones a todos los stakeholders de la compañía y no hay, en el medio plazo, nada por lo que preocuparse.

¿Qué cambios caben esperar en esta nueva etapa? El grupo Santander tiene varias asignaturas pendientes para terminar de convertirse en ese banco global indiscutible. Una de ellas es su escasa presencia en Asia, lugar clave donde los haya para asegurar el futuro de su crecimiento y seguir remando cara el viento que más sople. Es de esperar, pues, que haya movimientos en ese sentido, y que uno de los trabajos que pueden esperarse de la nueva presidenta sea conseguir una implantación asiática tan compleja como necesaria.

Aunque se comenta hasta la saciedad que Botín fue un innovador en la forma de hacer banca, nada más lejos de la realidad. Santander es un banco tradicional donde los haya, pero que sabe llegar al mercado con campañas bien diseñadas. Decir que innovó con la supercuenta es no comprender que quien realmente inventó el producto fue la banca extranjera, que tomaba dinero del interbancario y empezó a tomarlo directamente de los clientes para financiar sus operaciones de banca al por mayor. No, decididamente Botín y sus equipos no inventaron nada, pero sí supieron masificar aquello que otros inventaban con un habilidoso benchmarking. Es decir, la innovación de Santander no fue la banca que hacía, sino la forma de venderla, pero cobrando más que bien por aquello que vendía, base de un sólido negocio que en determinados segmentos tenía en la rotación de clientes su mejor forma de explotarlos. Les costó comprender los conceptos de fidelización de clientes y aun ahora les cuesta, porque su gestión tiene como centro la cuenta de resultados. No, decididamente, Santander no ha sido un banco muy innovador, pero sí bien organizado y que ha sabido interpretar el libro de la banca con gran ortodoxia. Si haces banca como hay que hacerla, sin experimentos, con prudencia y con un ojo siempre puesto en cobrar los intereses y las comisiones correspondientes -y si puedes, más- el resultado acaba por ser bueno. Y así, todo le sale mejor al banco y a los contribuyentes y, de hecho, no ha necesitado ayudas a pesar de todo lo que ha caído en el sector financiero. Pero, insisto, no ha sido por obra de la innovación, sino precisamente por todo lo contrario, porque la diversificación, incluso geográfica, es un postulado de párvulos de banca. El valor diferencial no es tanto lo que hizo, sino haber tenido, partiendo de donde partía, la capacidad de hacerlo.

La nueva presidenta cuenta con los equipos que le ha legado su padre: los de gestión, los ojeadores de oportunidades, los que venden cualquier cosa de la mejor forma. Tiene la formación, el tiempo y el dinero, tanto suyo como de los accionistas y millones de clientes, para seguir haciendo la banca tradicional y rentable a la que nos tienen acostumbrados y, seguramente, tendrá la buena cabeza de hablar poco, porque cuando un banquero habla sube el pan. De hecho, tras mucho años casi mudo, a su padre le dio por hacer declaraciones, algunas de ellas de las que es mejor no acordarse, como alabar la política económica de Zapatero que nos conducía a la quiebra sin remedio.

Ana Patricia lo tiene todo, hasta un título de Harvard. Y de todo lo que le han legado, lo peor es que tiene el listón tan alto como lo tuvieron los hijos de Lola Flores. ¿Aguantará al frente del gigante? ¿Durante cuánto tiempo? Su padre no paró hasta que el rojo estuvo puesto en todas las sucursales del grupo, hasta que se quitó de en medio, aunque fuera a golpe de talonario, a cualquiera que estorbara. Llegarán los que estorben a Ana Patricia y cada vez serán más grandes. El príncipe llegó a Rey, ella a presidenta. Lo previsible en esas circunstancias era llegar. Ahora veremos si aquella mujer con ese pequeño fracaso en la especulación de la era digital se convierte en la nueva líder del sector financiero, porque eso no se lo ha podido dejar su padre, eso se lo tendrá que ganar nadando entre los tiburones.

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