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EDITORIAL

Por qué Europa no debe ceder ante Grecia

El euro, cuya adhesión es voluntaria, posee unas reglas básicas muy claras. Si Grecia no quiere cumplirlas es muy libre de abrir la puerta e irse.

El primer ministro griego, Alexis Tsipras, comparecerá ante el Parlamento heleno este viernes para dar cuenta de las últimas negociaciones sobre el rescate internacional de su país, el mismo día en el que Atenas deberá amortizar otros 300 millones de euros del préstamo concedido por el Fondo Monetario Internacional. A pesar de que Grecia, por un lado, y los acreedores, por el otro, insisten machaconamente en que el acuerdo está cerca, lo cierto es que apenas se han producido avances desde que el pasado febrero Tsipras aceptó extender el actual plan de rescate otros cuatro meses.

El tiempo, poco a poco, se acaba y son muchas las voces que exigen una cesión por parte de las instituciones europeas para evitar el temido escenario de la quiebra o la salida del euro de Grecia. Sin embargo, esa opción no solo sería profundamente injusta e inmoral, sino muy contraproducente, tanto para Grecia como para el futuro de la moneda única. Los acreedores del Estado griego, con los socios de la Zona Euro en primer lugar, no deben ceder un ápice ante las irresponsables reivindicaciones de Syriza.

En primer lugar, porque supondría un incumplimiento intolerable de las condiciones acordadas en el programa de rescate. Grecia ha recibido hasta el momento cerca de 240.000 millones de euros a través de diversos programas de asistencia, una cuantía superior al tamaño total de su PIB, e incluso se le ha concedido una sustancial quita del 50% sobre la deuda que acumulaban sus acreedores privados. Lo mínimo que se le puede exigir a Atenas tras semejante ayuda internacional es una serie de reformas estructurales y ajustes presupuestarios para garantizar su sostenibilidad financiera.

En segundo lugar, porque la austeridad y la mejora de la competitividad es el único camino viable para que Grecia evite la quiebra y, en última instancia, pueda salir del atolladero de la crisis. Los ajustes que tanto rechazan los griegos son los ingredientes de la impopular, aunque imprescindible, receta que han puesto en marcha otros países europeos para superar sus graves dificultades económicas, como Irlanda, Letonia, Lituania, Estonia y, en mucha menor medida, Portugal y España. Si Syriza revierte esa senda, Grecia no sólo será incapaz de devolver su deuda, sino que, además, sumergirá a la población en una crisis aún más profunda y larga.

En tercer lugar, porque ceder ante Tsipras alentará las expectativas electorales de otros partidos populistas en el sur de Europa, como Podemos en España y el Movimiento Cinco Estrellas en Italia, países cuyo tamaño e importancia sí es crucial para el futuro de la moneda única y de la UE. Y eso sin contar que torcer el brazo ante Grecia reforzará, igualmente, a las emergentes formaciones euroescépticas del norte del continente, azuzando el lógico rechazo de los votantes al rescate indiscriminado de Gobiernos irresponsables con el dinero de todos los europeos.

Ahora que el plazo de la negociación está llegando a su fin, Bruselas, el Eurogrupo, el BCE y el FMI deben mantenerse firmes y rechazar de plano el mezquino chantaje de Syriza, cuyo único objetivo es mantener un Estado sobredimensionado, ineficiente e insostenible a costa del bolsillo de los contribuyentes de la UE bajo la amenaza de la ruptura del euro. El proyecto de la moneda única, del que se forma parte voluntariamente, posee unas reglas básicas muy claras para garantizar su funcionamiento. Si Grecia no quiere cumplirlas es muy libre de abrir la puerta e irse.

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