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José García Domínguez

La deuda griega la pagará usted

Estamos ante Un terremoto de dimensiones impredecibles por culpa de una calderilla que apenas supera el coste del nuevo edificio del BCE en Frankfurt.

Los que sienten que el problema es la democracia (pero no se atreven a decirlo) gritan con todas sus fuerzas para que se expulse a Grecia del euro. Desde su óptica, se trata de castigar a sus habitantes por haber osado desobedecer en las urnas. Todo lo demás, resurgir de la tormenta en los mercados de deuda y riesgo sistémico incluidos, se antoja accesoria bagatela a sus ojos. Esos malditos griegos que votaron a Syriza merecen un buen escarmiento, barruntan, y ahora ha llegado el momento de hacerles pagar por su intolerable insolencia. Marx, tan lúcido en tantas otras cuestiones, se equivocó, sin embargo, al señalar a la lucha de clases como el motor de la Historia. Su gran error fue subestimar la capacidad de influencia de los necios. El asunto griego es otra prueba.

Un asunto, por lo demás, bastante simple. Ocurre que Grecia debe pagar 1.600 millones de euros al FMI antes de fin de mes. Y resulta que no los tiene. Aunque podría conseguirlos metiendo la mano en las pensiones de los abuelos, que es lo que le piden Lagarde y Merkel. El pequeño problema reside en que, si lo hiciese, Syriza no volvería a gobernar en los próximos mil años, quizá más. Así las cosas, Bruselas podría prestarles esos 1.600 millones, pero no quiere. Unos no pueden y otros no quieren. Solo resta pues una salida, a saber, que dentro de una semana comience la voladura controlada del euro con la explosión de las primas de riesgo de España, Portugal e Italia, la urgente negociación de un nuevo rescate para la Península Ibérica en su conjunto, a fin de hacer frente a la ejecución de los avales sobre los bonos helenos, y la inmediata restauración del dracma en Atenas.

Un terremoto de dimensiones impredecibles por culpa de una calderilla que apenas supera el coste del nuevo edificio del Banco Central Europeo en Frankfurt, obra presupuestada en algo más de 1.300 millones de euros. Sea como fuere, las normas son sagradas y deben ser cumplidas. He ahí la suprema razón por la que Grecia no debería transferir ni un céntimo al FMI. Porque resulta que el FMI violó sus propios estatutos, que le prohíben taxativamente prestar a naciones insolventes, cuando, contra el criterio de Estados Unidos, decidió ceder a la presión de la Unión Europea para que entregara dinero fresco al Ejecutivo de Karamanlís.

Como a estas alturas nadie ignora, el libre mercado es un sistema económico en el que los beneficios son privados, pero las pérdidas se socializan de modo solidario entre los contribuyentes. Consecuente con ese principio filosófico, Bruselas corrió en auxilio de los accionistas de los bancos privados franceses y alemanes que habían prestado de modo temerario a la quebrada Grecia. Había que proteger a toda costa a los acreedores particulares del Estado griego para librarlos de cualquier riesgo financiero derivado de sus propias inversiones. Y para eso, entre otros, estaba el FMI. Ahora, el total de la factura conjunta, intereses de demora incluidos, asciende a la bonita suma de 350.000 millones de euros. Y, huelga decirlo, la acabará pagando usted.        

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