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José García Domínguez

Lo de Grecia es un timo piramidal

El drama griego no está a punto de terminar. Todo lo contrario.

De no encarnar el origen primero de la cultura occidental Grecia habría pasado a la posteridad por ser el único lugar del mundo que siguió tomando en serio la curva del tal Laffer tras los mastodónticos déficits fiscales de Reagan, su víctima más celebrada. Y es que el drama de Grecia para nada tuvo su génesis en el dispendio público, sino bien al contrario en los liliputienses tipos impositivos de cuando los días de vino y rosas. A fin de cuentas, el gasto público griego en 2009, instante procesal en que todo se vino abajo, no era excesivo para los estándares de la Unión Europea. El Estado absorbía allí un 54% del PIB, no mucho menos que en Finlandia o Francia; no mucho más que en Italia, Austria, Bélgica u Holanda. Lo disparatado no era el gasto, sino los ingresos tributarios llamados a sostenerlo.

Al punto de que únicamente tres países europeos recaudaban por aquel entonces todavía menos que la hacienda helena, un pírrico 38% del PIB; países entre los que, por cierto, figura España junto a Irlanda y Eslovaquia. Y en esto llegó el Apocalipsis. Los salarios se desplomaron un 37%. Las pensiones verían evaporarse un 48% de su poder de compra en el último lustro. El número de empleados públicos encogería en un 30%. El paro alcanzaría niveles africanos –o españoles, que tanto monta–, hasta coronar el 27% actual. La morosidad bancaria escalaría hasta un espeluznante 40%. La deuda pública, es fama, deambularía en torno al 180% de hoy mismo. El PIB real, en fin, caería un 27% desde que se empezó a aplicar la receta de la austeridad. Una guerra de trincheras con Turquía no hubiese tenido efectos demasiado distintos sobre los principales indicadores macroeconómico del país. Y en Bruselas aún les parece poco.

Las pirámides de Ponzi, un timo más viejo que andar a pie, son esas estafas en las que los ingenuos que pican reciben los intereses de su inversión merced al dinero fresco aportado por otros incautos que llegan después. El dinero, huelga decirlo, no se invierte en nada; simplemente, cambia de manos sin asignarse a empleo productivo alguno. En consecuencia, el ensueño de la riqueza repentina solo se mantiene mientras crezca el número de pardillos captados por la red. Así, en cuanto dejan de afluir, el tinglado se desmorona sobre sus cimientos de humo. Bien, pues la austeridad Ponzi, hoy doctrina canónica en la Eurozona, es una estafa intelectual que opera de modo parejo.

A los países en dificultades se les ofrece el señuelo de reducir su deuda a cambio de apretarse el cinturón, aceptando nuevos préstamos para responder a las amortizaciones de sus bonos. Igual que en la variante tradicional del timo, el dinero no se invierte en nada. En nada de nada. Ergo, el país sigue igual que antes de ser rescatado, pero con más deudas. Lo que sigue después está en cualquier manual (serio) de introducción a la Economía: la demanda pública mutilada por efecto de la austeridad provoca una caída automática del PIB. Circunstancia que se traduce en la consiguiente reducción de los ingresos tributarios del Estado. Algo que empuja a que torne a dispararse de nuevo el déficit. De ahí a la perentoria necesidad de nuevos créditos solo habrá un paso. Y vuelta a empezar. Más incrementos adicionales de la deuda inicial. Más austeridad. Menos recaudación. Más déficit. Et caetera. Y ahora nos anuncian a bombo y platillo… más de lo mismo. El drama griego no está a punto de terminar. Todo lo contrario.

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