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María Jamardo

Puro teatro

Por mucho que se empeñen, resulta difícil ver el chantaje por ninguna parte.

La tragedia griega es exponente de una doble naturaleza, contradictoria: por un lado un origen serio, como resultado de la evolución literaria de antiguas composiciones en honor a algunas divinidades, y, por otro lado, una raíz que procede del género satírico, lo que supone decir que tendría, también, un significativo elemento burlón. Los actores griegos, hipocrités, de la tragedia griega guardan una estrecha relación con el mundo del culto y la fiesta. Bienvenidos al espectáculo.

Entenderán que no haya podido resistirme a la referencia anterior, dadas las circunstancias. Grecia es protagonista. Y eso que su economía no representa más que el 2% de la UE, pero no hay papel secundario para quien participa de un guión institucional equivocado desde el comienzo. En realidad, y más allá de los titulares económicos que nos ocupan, el trasfondo es otro. Pase lo que pase en el desarrollo de esta telenovela por entregas, nos enfrentamos al riesgo real de asumir que el modelo planteado para la Unión Europea haya fracasado.

Los griegos parecían haberlo entendido cuando, el pasado 26 de junio, su Gobierno rechaza la oferta de la Troika, que en palabras del propio Tsipras era una "humillación" y en consecuencia inaceptable. Atrincherados en la certeza de que, hiciesen lo que hiciesen, la política unionista no permitiría bajo ningún concepto que abandonasen el grupo, por miedo a un efecto contagio, salieron a escena dispuestos a defender su derecho a decidir sobre su futuro, o eso parecía. Porque en puridad de los hechos ciertos hasta el momento, el referéndum del próximo día 5 no plantea una disyuntiva sobre la permanencia en la Eurozona, ni siquiera sobre un posible abandono del euro (que el propio Varoufakis ha descartado de pleno), sino sobre la conveniencia de quedarse en unas u otras condiciones. O lo que es lo mismo, el Gobierno de Tsipras persigue legitimar -con el respaldo de la voluntad popular- su pretensión de cobijarse bajo el paraguas de la UE y beneficiarse de ello, pero sin someterse a su control financiero ni plegarse a sus exigencias (más que razonables, como el recorte de su descomunal gasto público y la imprescindible reforma fiscal del sistema). La cuestión es el precio que está dispuesto a pagar por ello. Y las implicaciones que tendrá para los ciudadanos griegos, que obviamente no son su prioridad, sino su excusa y escudo en un juego que carece de credibilidad y coherencia. Lo que no se puede hacer es decir una cosa y al mismo tiempo la contraria. Puro teatro.

Parece sencillo de entender y explicar que quien adquiere una deuda tiene que pagarla y que quien no esté conforme con la normas de un club debería abandonarlo sin pataletas ni algaradas. Grecia ha sido telonero de una producción tremendamente permisiva con sus incumplimientos: dos veces rescatada por valor de 240.000 millones de euros, se le han concedido dos reestructuraciones del 75% de su deuda (con quitas por un valor muy superior a la condonación alemana de 1953 consecuencia del Plan Marshall), y todo ello disfrutando del plazo más largo de vencimiento y uno de los intereses más bajos de toda Europa. Por mucho que se empeñen, resulta difícil ver el chantaje por ninguna parte.

Claro que, siendo rigurosos, lo que ocurre es corresponsabilidad de los países acreedores, de los bancos europeos que inundaron de liquidez a una Grecia que no es competitiva, que ha pasado casi la mitad de sus últimos 200 años en una situación de crisis financiera continua, cuya carta de presentación era un déficit del 7,3 % en los 20 años previos a su entrada en el euro y que lleva los últimos 27 meses en deflación continua, experimentando cinco años de caída libre del PIB. Una Grecia que probablemente no merecía entrar en la Eurozona, ni estaba preparada para ello. Una Eurozona que no ha previsto las consecuencias de una mala implementación de su moneda única, sin transferencia de competencias bancarias reales de los Estados miembros.

Si en EEUU un estado declara su bancarrota, el sistema federal se ocupa de ello. Una crisis soberana no se traduce en una crisis financiera. La cuestión es muy diferente en Grecia, donde la quiebra, los impagos y la falta de liquidez son inasumibles sin la intervención externa. Aun en el caso (improbable, debido a su elevado gasto público) de mantener constante el actual superávit primario, autofinanciarse supondría utilizar los fondos de sus depositantes, mantener el corralito indefinidamente y confiscar por lo tanto la propiedad privada de los ciudadanos. Seguramente Tsipras tenga un plan mejor…

Para entender su esperpento del último semestre y los continuos bandazos en la negociación sólo cabe entonces alegar que la desastrosa situación crediticia en que ha situado a Grecia es resultado de un pulso político que trasciende el debate económico. Cree probablemente que tiene el poder (o la misión) de dañar la credibilidad de un entramado institucional que ciertamente y de por sí es deficitario. Las dificultades económicas de Grecia no son resultado exclusivo de su entrada en el euro. Pero sí abundan en la confirmación del fracaso de la socialdemocracia en Europa. De las nefastas consecuencias de una Europa del gasto sin control. Una Europa que carece de mecanismos de contención. Una Europa que necesita abrir un debate serio sobre su modelo. Pero no bajo el ultimátum vacío, infantil y suicida de los recién llegados de la extrema izquierda.

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