Los datos macroeconómicos avanzados de 2015 muestran dos hechos muy positivos. Por una parte la caída del desempleo; la mayor de las series históricas recogidas con una disminución en 354.000 personas, un 7,96% en términos anuales, y, en menor medida, un crecimiento de la población ocupada de alrededor del 3,11%. El segundo buen dato es el crecimiento económico muy por encima de la media europea con una estimación de 2015 del 3,2%. La combinación de ambos datos nos ofrece un tercer elemento positivo, la creación de empleo ha sido similar a la del crecimiento económico, lo que podría traducirse en un pequeño incremento de la competitividad. Lo mejor de este crecimiento es el incremento de la inversión en equipamiento que creció un 10% lo que muestra que las empresas apuestan por el futuro y la continuidad del crecimiento; otro buen dato es el incremento del consumo por encima del 3,4% un dato que muestra el dinamismo de los consumidores; el peor dato es que las administraciones consumieron un 3% más, lo que se contradice con lo que debería ser el principal esfuerzo del gobierno que es reducir el déficit público.
Un tercer elemento muy significativo ha sido el mantenimiento de unas tasas de interés en mínimos históricos lo que ha permitido mejorar la calidad de la deuda, ayudada por las todavía incipientes compras de deuda por el BCE. Sin embargo hay dos señales de alerta, el ritmo de reducción del desempleo en diciembre ha sido menor a los años precedentes y el crecimiento continua ralentizándose desde 1% del segundo trimestre a una estimación del 0,7% en el cuarto trimestre. Las estimaciones para 2016 son de una desaceleración del crecimiento y de la creación de empleo.
Luego vienen los datos que, sin ser malos, deberían haber sido mejores, y me refiero a la inflación y a la reducción del déficit público. Han sido los carburantes el elemento clave que ha permitido la reducción de la inflación, ya que si excluimos este elemento, el índice de precios se ha incrementado de forma ligera, lo cual no es malo del todo cuando estamos creciendo a tasas superiores al 3%. Continúan existiendo algunas tensiones inflacionistas especialmente en alimentos que cuyos precios crecieron un 1,7% consecuencia en gran parte de las condiciones climatológicas del año y hostelería con un 1% que responde al incremento del sector turismo en este año récord de visitantes y gasto. En cuanto al déficit público, continuamos gastando muy por encima de lo que recaudamos. Aunque es notorio que continua la reducción del déficit público, seguimos manifestando un situación financiera muy vulnerable. Las estimaciones implican un déficit publico por encima del 4,4% para 2015. Un pequeño resfriado internacional nos pondría las cosas muy difíciles de nuevo.
Y luego vienen los datos negativos. El más preocupante es la salida del capital de España que para el año 2015 se situará en un saldo negativo cercano a los 60.000 millones de Euros. El panorama político ha abierto notables incertidumbres en los inversores que han comenzado a abandonar sus posiciones en España en la búsqueda de otros mercados. Nadie quiere verse pillado en España con un cambio de política fiscal que perjudicara las tasas de retorno previstas. España es un país que todavía depende, para continuar en su crecimiento, de la inversión extranjera que era mucho más dinámica que la española. La empresa española continua muy endeudada y su capacidad de inversión es muy escasa. Un freno continuado a la inversión extranjera acarreará un brusco cambio de tendencia económica. La deuda pública sigue creciendo a medida que el déficit de cada año requiere de un incremento del mismo en torno a los 40.000 millones para este año, y sólo el fuerte crecimiento económico ha permitido una reducción de apenas un punto porcentual sobre el PIB. 2015 terminó con una deuda del 99% del PIB.
Aunque el gobierno en funciones considera que disponer de un presupuesto aprobado garantiza una estabilidad para todo el año, lo cierto es que en las actuales condiciones no cabe pensar en modificaciones presupuestarias ni en grandes decisiones macroeconómicas ni de inversión. De nada sirve tener un presupuesto de inversiones sin un gobierno que lo pueda ejecutar. Lo mejor es que con un poco de suerte al final del año no hay tiempo y conseguimos una rebaja adicional del déficit, pero este efecto colateral no parece deseable. La incertidumbre de que no haya un gobierno estable en los próximos años cambiará absolutamente la imagen de España en el exterior y resultarían previsibles fuerte incrementos de la prima de riesgo. Hacer la política del avestruz solo es posible cuando no hay que salir a los mercados a pedir dinero, pero con un déficit tan alto, cualquier modificación del riesgo país tendrá un impacto inmediato en las políticas sociales.
En estos momentos, para los inversores y las empresas, el mayor factor de riesgo es la deriva populista radical del PSOE. Esto significa que a largo plazo no se mantendrán las políticas actuales ya que en algún momento accederá al gobierno y, sin duda, esto altera lo que ha sido el marco de cambio pacífico en el gobierno que ha dado excelentes resultados desde 1979. Si a este hecho añadimos las tensiones nacionalistas, podemos estar comenzando a cambiar el signo del crecimiento económico, con la desventaja que esta vez no partimos como en 2008 de una situación de superávit presupuestario con una deuda baja y con un desempleo por debajo del 10% sino con una deuda del 100%, un déficit cercano al 5% y un desempleo del 20%. Eso quiere decir que el crack español todavía es posible y probable para 2017 si no se acelera la reducción del déficit y se continúa creando empleo al ritmo de 2015. Una vez el precio del petróleo rebote aunque sea técnicamente, los tipos de interés también crezcan y la inflación entre en una espiral de crecimiento moderado en torno al 2%, tendremos una deuda más costosa que se comerá una parte cada vez mayor del gasto público; si además se opta por políticas de expansión monetaria a través de una mayor endeudamiento o subiendo impuestos que dañen el crecimiento, se producirán dos efectos inmediatos: caída de la inversión extranjera e incremento de la prima de riesgo, y ya conocemos las consecuencias de esta tormenta perfecta: más desempleo que podría llegar al 30% en menos de un año y desaceleración económica, encarecimiento de la deuda y rescate, si es que alguien puede salvar un país con un millón de millones de deuda pública.