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EDITORIAL

Menos mal que lo único importante era la economía

El Gobierno de Mariano Rajoy apostó toda su estrategia política a la carta de la recuperación económica, eliminando así de su discurso el resto de materias o asuntos que forman parte del quehacer diario de las labores de estado. Como consecuencia, el PP pasó a asumir como propias o, al menos, dejó intactas, muchas de las banderas que en su día lanzó el PSOE de Zapatero, desde la negociación con ETA y la ley del aborto hasta el perfil bajo adoptado ante deriva secesionista. Sea como fuere, la cuestión es que Rajoy fió todo a la economía, lo "único importante" en la pasada legislatura, con el fin de distinguirse de la nefasta gestión y funesto recuerdo que dejó en herencia su antecesor en el cargo. El problema, sin embargo, es que ha resultado un fiasco.

España crece y crea empleo desde hace casi dos años, sí, pero la recuperación se sigue asentando sobre unas bases endebles, cuyo mantenimiento podría peligrar en caso de que el contexto económico internacional cambie de aires. Buena parte de la mejora económica registrada en los últimos trimestres se debe al desplome del petróleo, los bajísimos tipos de interés y el tirón de las exportaciones que propicia el crecimiento mundial. Se han realizado algunos avances y corregido ciertos desequilibrios, como el insostenible déficit exterior y el necesario desapalancamiento de familias y empresas, pero aún son muchas las tareas pendientes que debe realizar España en materia de reformas estructurales para garantizar un crecimiento sólido a medio y largo plazo, tal y como, insistentemente, alerta la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional, las agencias de rating y todo tipo de instituciones y organismos.

No por casualidad, el PIB todavía no ha recuperado los niveles precrisis y el paro se mantiene por encima del vergonzoso umbral del 20% tras casi ocho años de agonía económica, mientras que otros países, con burbujas similares o incluso peores a la española, como Irlanda, EEUU o las economías bálticas ya han salido oficialmente del atolladero. Igualmente, cabe destacar el brutal agujero que siguen presentando las cuentas públicas. España sufre el mayor déficit público de la zona euro con un 5,2% del PIB en 2015, tan sólo superado por Grecia, tras años de incumplimientos, despilfarros e irresponsabilidades, mientras que la deuda pública, por su parte, roza el 100%. Y ello, tras constantes e históricas subidas de impuestos, cuya aprobación ha dañado la capacidad de las familias para consumir y ahorrar, lastrando, además, el margen de las empresas para invertir en nuevos proyectos y contratar trabajadores.

Otros países afectados por la crisis, con déficits en su día más altos que el español, presentan hoy unas cuentas mucho más equilibradas y solventes gracias a una austeridad -de verdad- que el PP se ha negado a aplicar. Si España todavía no ha quebrado es por obra y gracia del BCE, después de anunciar en el verano de 2012 que haría "lo necesario" para evitar la ruptura del euro. Lo trágico, sin embargo, es que el Gobierno de Rajoy ha cargado con la impopularidad y la mala prensa de los recortes, además del coste electoral de las subidas fiscales, sin que, en realidad, haya puesto la famosa austeridad en práctica. Así pues, la estrategia no ha podido resultar peor: el déficit y la deuda siguen siendo galopantes, el enfado de los contribuyentes es más que notable por la subida de impuestos, al tiempo que se suceden las críticas por unos recortes casi inexistentes.

El bagaje de Rajoy ha sido, pues, muy negativo tanto para el PP como para los españoles: el país todavía no ha salido de la crisis y, por tanto, la mayoría de la población no percibe una mejoría sustancial en su día a día, mientras que el partido pierde millones de votos por las mentiras, los engaños y los palos que se han empeñado en asestar a sus electores. Menos mal que "lo único importante" en la pasada legislatura era la economía, según Rajoy...

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