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José García Domínguez

Por un salario mínimo de 2.150 euros

Los inmigrantes no se dirigen a los lugares donde los sueldos son más altos, sino a aquellos sitios donde hay empleos disponibles al alcance de sus capacidades.

California anda a estas horas a punto de aprobar un salario mínimo de 15 dólares por hora para los trabajadores del estado. Eso significará una nómina base de 2.150 euros al mes para todo el mundo. Pero California no es el único territorio de la Unión donde ha vuelto con fuerza la idea de un salario mínimo digno de ese nombre. La ciudad de Los Ángeles ya aprobó su propio salario mínimo municipal, también de 15 dólares por hora trabajada, en mayo de 2015. Por su parte, las autoridades locales de Seattle han establecido como obligatoria una tarifa horaria superior en un 60% a la mínima vigente en su estado, el de Washington, donde está fijada en 9,32 dólares. En el municipio de Nueva York, en fin, está previsto ya que se implante también el mínimo legal de 15 dólares en 2018. Es la tendencia general. La idea de un SMI alto, abandonada a finales de la década de los setenta tras la irrupción en escena de la doctrina de Milton Friedman y demás teóricos de la Escuela de Chicago, retorna a los Estados Unidos. Pero no solo allí.

Francia, sin ir más lejos, ha establecido un sueldo mínimo superior en más de un 60% al español. Teniendo en cuenta la diferencia de precios entre lo dos países, es decir fijando las receptivas cuantías en ponderaciones de poder adquisitivo, el SMI de Francia es hoy de 17.437 euros al año, frente a los 11.121 del español. También expresado en términos ponderados por los precios nacionales, el de Holanda es de 18.276, el de Alemania de 18.731 y el de Bélgica de 17.838. Suiza o Austria, por su parte, no poseen ningún salario mínimo regulado por ley, pero, en la práctica, es como si lo tuvieran. Al cabo, reforzar el poder negociador de los sindicatos en los sectores de baja calificación, amén de establecer estrictas barreras a la entrada a los inmigrantes con esas mismas características socio-laborales, políticas ambas que aplican a rajatabla Suiza y Austria, tiene idéntico efecto final. Y de ahí que un camarero suizo con la capacitación profesional mínima gane un 50% más que su equivalente en España. En concreto, un camarero raso ingresa en Suiza, también teniendo en cuenta para el cálculo la diferencia de precios entre los dos países, 29.474 euros al año, frente a los escasos 18.294 de sus homólogos hispanos. (Los datos numéricos que aparecen en el artículo han sido tomados del último libro de Miquel Puig, el ya imprescindible La gran estafa).

Ante todo ello, el argumento que durante los últimos doscientos años han venido repitiendo sin cesar los economistas ortodoxos es que el salario mínimo crea paro. Y cuanto más alto, más paro. Según esa doctrina, pues, debería haber mucho más desempleo en Francia que en España, pero ocurre justo al revés. Tan al revés que España presenta justo el doble, un 20,5% frente al 10,2% de los franceses. Nada muy extraño, por lo demás. De hecho, no se observa ninguna correlación estadística significativa entre la existencia de un salario mínimo nacional y las tasas de paro de los países que forman parte de la OCDE. Ninguna. Y es que la vieja teoría ortodoxa quizá podría compadecerse con la verdad en un mundo en el que no existieran los movimientos migratorios masivos. En un mundo sin inmigrantes, es decir en un mundo ideal e idealizado que ya no existe en ninguna parte, el salario mínimo puede, según y como, provocar desempleo. Pero en un mundo plagado de inmigrantes legales e ilegales, es decir en un universo como el que sí existe, ocurre lo contrario. El salario mínimo elevado opera como un freno a la inmigración y, de modo indirecto, al paro. Pues incentiva a los trabajadores autóctonos menos formados para que mejoren sus capacidades profesionales y, al tiempo, desincentiva la creación de empleos de baja calidad por parte de los empresarios, los llamados a ser ocupados por extranjeros.

De ahí que Bélgica o Francia no recibiesen oleadas de inmigrantes a finales del siglo XX y España sí. Porque, en el mundo tangible, crear empleo no es sinónimo de reducir el paro. Bien al contrario, producir al por mayor empleo barato y nada cualificado, la gran especialidad de España durante los últimos veinte años, únicamente significa que el país en cuestión se postula para convertirse en un imán planetario de la inmigración global. No otra fue, por cierto, la suprema hazaña económica por la que serán recordados en los anales Aznar y Zapatero. Porque los inmigrantes no se dirigen a los lugares donde los sueldos son más altos, sino a aquellos sitios donde hay empleos disponibles al alcance de sus capacidades. El salario mínimo de 15 dólares la hora en California tendrá el mismo efecto que ese muro que el cafre de Trump quisiera levantar en la frontera con México, pero sin necesidad de tener que construirlo. De ahí que tanto izquierda como derecha inteligentes estén recuperando la idea de un salario mínimo decente a ambos lados del Atlántico. Lástima que aquí no se entienda.                              

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