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Santiago Navajas

Los papeles de Panamá y la rebelión fiscal del libertino Glistrup

¿Hay algo más progresista que no pagar impuestos?

El affaire de los papeles de Panamá ha puesto en cuestión el papel de los paraísos o refugios fiscales. La propuesta políticamente correcta es la que apuesta por su prohibición. Sin embargo, cabe sostener que fuese más fácil para cualquiera, independientemente de su riqueza, poder optar por un tipo de tributación acorde a su compromiso político, económico y moral con la sociedad en la que vive.

Coincidiendo con la polémica panameña, se ha estrenado en una plataforma cinematográfica online la película danesa Sexo, drogas e impuestos, basada en la cruzada que el abogado de dicho país Mogens Glistrup emprendió quijotescamente contra la obligación de pagar impuestos, para lo cual fundó el Partido para el Progreso en los años 70 (llegó a tener más de veinte escaños en el Parlamento). Glistrup era el mejor amigo de un gran y excéntrico empresario danés, Simon Spies. Es decir, su asesor fiscal. Spies era libertino (de ahí lo de aumentar el consumo de drogas y sexo) y Glistrup era liberal (por eso lo de bajar impuestos).

El guión de la película está trufado de diálogos impactantes y mensajes contundentes. Billy Wilder podría haberlo escrito como una continuación de Uno, dos, tres. Cuando Spies comenta que no hay impuestos sobre la libido (sobre la prostitución), la esposa de su contertulio le responde que quizás sea porque el amor no se tendría que comprar, a lo que el empresario le responde que a lo mejor es porque si no, a ella también habría que hacerle pagar un impuesto.

Glistrup tiene varios lemas en los que sintetiza su postura:

– Dime a quién gravas y te diré quién eres.

– Hay dos normas. Los ricos deducen impuestos y evaden la ley tributaria (...) La clase gobernante adaptan las leyes a sus necesidades. Están al mando.

– Por un dolor de muelas, vas al dentista. Por un dolor de impuestos, al asesor.

El plan de Glistrup consistía en que todo el mundo pudiese crear su propia empresa para evadir impuestos. De este modo, basándose en una de las ventajas de la sociedad moderna, la deslocalización, todos podrían decidir la tasa impositiva que querrían pagar y adaptar su vida en consecuencia. Podría haber denominado a su performance artístico-política 1776, ya que se consideraba el John Adams de la revolución danesa del contribuyente, al que permitía realizar su Declaración de Independencia (Fiscal).

El debate sobre la moralidad de los impuestos, sobre el deber de pagarlos, Glistrup lo planteaba como una cuestión de objeción fiscal, de consideración moral sobre si una acción es buena o mal desde el punto de vista ético:

Algunos son budistas, otros cristianos; para mí, pagar impuestos es inmoral. Intento pagar lo que me parece adecuado, no tengo los números aquí. Hay motivos para felicitar a los que pagan menos impuestos y condenar a los que pagan más. Evadir impuestos es arriesgado, ya que puedes topar con la ley. Así, los evasores de impuestos se pueden comparar con los saboteadores de trenes durante la Segunda Guerra Mundial. Hacen un trabajo peligroso pero patriótico.

Cuando se plantea decir que su propuesta ha sido una broma, los abogados del Estado le amenazan con ir a la cárcel. Entonces se reafirma en sus tesis. Y todo el mundo, incluido Spies, lo abandona. Salvo, claro, los policías que aparecen de noche en su casa, "como ladrones", y se convierten en los invitados involuntarios a una fiesta en la que todos sus amigos le han traicionado. Spies, amenazado con una investigación por parte de Hacienda, el primero. "Lo sacrificas todo en el altar de la mediocridad", le espeta Glistrup a Spies, que le había seguido en su lucha contra las grandes empresas pero que no se atreve a enfrentarse al todopoderoso Leviatán del Estado, al que se pinta en la película como el monopolio ilegítimo de la violencia.

Si alguien ha encarnado alguna vez la virtud de la resiliencia, ese fue Glistrup. Si no puedes con tu enemigo, hazle una opa hostil. Así que, ni corto ni perezoso, organizó un partido político al que, con ironía y desparpajo, denominó Partido del Progreso. ¿Hay algo más progresista que no pagar impuestos? Que se lo digan al Zapatero que, de repente, descubrió que bajar impuestos era de izquierdas. Los lemas del partido eran tres (tomen nota):

1. El impuesto sobre la renta es desmesurado.

2. El papeleo se ha salido de madre.

3. La tiranía de los párrafos está entorpeciendo nuestros buenos ánimos.

O dicho de otro modo, si los "burócratas calzonazos" van a por ti, conviértete en su jefe supremo desde la jefatura del Gobierno. ¿Qué hacer entonces con servicios públicos esenciales como el Ministerio de Defensa? Con esa mezcla de dadaísmo y sentido común, de ingenuidad y talante suicida, Glistrup proponía sustituirlo por un simple magnetofón que repitiese constantemente en ruso: "¡Nos rendimos!".

A los daneses les caía bien un tipo que repartía trigo, en forma de bajadas de impuestos, como forma de predicar. La respuesta de los aparatos del Estado fue filtrar la investigación en curso que estaban haciendo contra él a pesar de que estuviera en fase de borrador y, de hecho, no tuviesen nada probado. A pesar de la persecución de Hacienda, y con los medios de comunicación llamándole "criminal", Glistrup, este libertino fiscal, consiguió para su Partido del Progreso más del 25% de los votos. Nunca ha estado la utopía liberal más cerca de concretarse que con este asalto al cuartel de invierno del Estado elefantiásico.

Un país sin gente que haya aprendido el marxismo en un seminario y nos imponga una ideología concreta. Un lugar donde podamos beber cerveza si queremos y hacer lo que nos gusta.

La propuesta de Glistrup a la reina tras las elecciones fue suprimir el cargo de presidente del Gobierno (algo que se le habrá pasado por la cabeza a nuestro Felipe VI, ante tanta incompetencia política a su alrededor en estos meses). Él se encargaría de ser únicamente el ministro de Desmantelamiento de la Empresa Pública. Quizá gracias a la campaña de Glistrup hay una mayor sensibilización en Dinamarca contra el gigantismo del Estado. Comparen el 45,1% de deuda pública que tenía el país nórdico en 2014 con el 99,3% que padecemos en España. Y creciendo. Pero aquí no aparece ningún Glistrup en lontananza.

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