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José García Domínguez

Paraísos fiscales

La comedia consiste en que las grandes potencias, con EEUU e Inglaterra a la cabeza, se hacen pasar por estaditos de broma y repúblicas bananera

Los dos mayores paraísos fiscales que hay en el mundo son un par de islas del océano Atlántico. La primera se llama Manhattan y la segunda, Inglaterra. La muy extendida creencia popular que asocia el origen de los paraísos fiscales a la idílica estampa de palmeras y cocoteros ubicados en remotas playas desiertas del Caribe no es nada más que eso, una superstición popular. Porque esos territorios fiscal y financieramente opacos no surgieron de la decisión soberana de un manojo de Estados independientes que, en el ejercicio de su legítimo derecho a establecer el sistema regulatorio que considerasen más oportuno, dieron lugar al actual coladero tributario transnacional. Bien al contrario, los llamados paraísos fiscales, con la célebre excepción suiza y alguna otra que solo confirman la regla, jamás han dejado de constituir territorios sometidos a un régimen colonial y, en consecuencia, dependientes en todo del control directo por parte de los grandes Estados industriales de Occidente, muy especialmente los anglosajones.

De ahí que el jefe del Estado de la quinta potencia bancaria del planeta, las islas Caimán, se llame Isabel II. Y que el responsable constitucional de nombrar y destituir a todos los miembros del Gobierno de ese archipiélago resulte ser un tal David Cameron. Nadie se extrañe, pues, de que en tal edén del dinero negro la moneda oficial, el dólar caimanés, lleve estampada la imagen de la reina británica y que el himno nacional resulte ser uno llamado God Save the Queen. Y Caimán no es la excepción, sino la norma. Gibraltar, Jersey, las islas Tucas y Caicos, las islas Vírgenes británicas o Bermudas son exactamente lo mismo: el Estado del Reino Unido disfrazado de lagarterana. La comedia consiste en que las grandes potencias, con Estados Unidos e Inglaterra a la cabeza, se hacen pasar por estaditos de broma y repúblicas bananeras tercermundistas para así lograr que se consientan ciertas prácticas que no se podrían aplicar de otro modo sin el escándalo general de la opinión pública. En esa ingeniosa representación escénica empieza y acaba todo.

Por lo demás, sería imposible entender la desmesurada exuberancia bancaria de la City sin reparar en el papel estratégico de esos ambiguos restos del viejo Imperio para atraer capitales errantes de todo el mundo hacia Londres. Poco antes de acceder a la presidencia, Obama se permitió ironizar en público sobre el asunto. Refiriéndose a un lugar llamado Casa Ungland, edificio sito en las Caimán donde tienen su sede legar doce mil corporaciones empresariales, espetó: "O bien es el edificio más grande del mundo, o bien es la mayor estafa al fisco de la que se tenga noticia". Aunque Obama se quedó callado cuando un funcionario de las Caimán le replicó que haría mejor dirigiendo la mirada al interior de su propio país, al estado de Delaware en concreto. Allí, en la ciudad de Wilmington, el corazón mismo de la América profunda, una pequeña edificación de dos plantas con jardín, por más señas sita en la calle North Orange número 1209, alberga las sedes de… 217.000 empresas. Entre miles de otras, las de Ford, General Motors, Coca-Cola, Kentucky Fried Chicken y Hewlett-Packard. Barack no ha vuelto a hablar del asunto. Huelga decir que en Delaware, al igual que en Nevada o Wyoming, rige una legislación financiera calcada de la vigente en las islas Caimán. Y aún hay quien dice que el teatro está en crisis.  

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