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José García Domínguez

Impuestos, pobreza y populismo

El problema de España no son los ricos. Y tampoco, por cierto, la clase media. El genuino problema de España son los pobres.

El problema de España no son los ricos. Y tampoco, por cierto, la clase media. El genuino problema de España son los pobres. Los españoles pobres, su número desmesurado y lo también desmesurado de su pobreza, he ahí la definitiva anomalía estadística que nos ha convertido ya en el tercer país más desigual de Europa, solo por delante de Grecia y Portugal. Si el verdadero problema de España fuesen los ricos, el asunto tendría fácil solución, subiéndoles los impuestos, huelga decir. Pero resulta que no es el caso. Nuestros multimillonarios locales se llevan una parte del pastel similar a la que obtienen sus iguales, los magnates del resto de Europa. A fin de cuentas, el 10% de los españoles más potentados consigue retener un 24,5% de la producción total del país. Mucho, sí, pero los ricos franceses obtienen un porcentaje algo mayor. Y Francia, sin embargo, es un país más igualitario de largo que España. En cuanto a la clase media, cabe concluir otro tanto de lo mismo. Nuestra sufrida clase media, grosso modo, se caracteriza por resultar familiarmente parecida en lo sustancial a la del resto de la Europa occidental.

Ese grupo, el gran amortiguador sociológico de los que se sitúan entre el 20% más pobre y el 20% más rico, consigue absorber aquí un 53% de la renta nacional. ¿Y eso es mucho o poco? Bueno, es algo más de lo que ingresan sus equivalentes en Francia y, décima arriba, décima abajo, la misma ración que les toca en el reparto a las clases medias alemanas, suizas o italianas. Tampoco nada muy especial, pues, sucede con esa categoría socioeconómica en España. Pero nuestros pobres sí que son distintos, muy distintos a cuanto se puede observar en el entorno inmediato que no rodea. En España, los pobres son muy pobres, más que en cualquier otra parte de la región occidental de la UE, con las dos excepciones antes referidas. Y además son muchos, demasiados, también muchos más que en cualquier otra parte del oeste comunitario, salvo Grecia y Portugal. En España, el 20% de las familias más pobres consigue retener apenas el 6% de la renta total del país. ¿Y es mucho o poco? Eso es poco, muy poco, poquísimo, una ínfima miseria. En Alemania, por ejemplo, ese mismo segmento, el de los de abajo, consigue más del 8%. A simple vista, saltar del 6 al 8 no semeja gran cosa, pero significa que un pobre alemán medio ingresa al año un 33% más que un pobre español medio.

Y ocurre que esa ominosa tara congénita que arrostramos tiene poco que ver tanto con los impuestos como con la naturaleza redistributiva de nuestro Estado del bienestar. Y es que la desigualdad extrema que retrata a la España contemporánea no resulta susceptible de ser corregida ni con más presión fiscal ni con más redistribución pública. Y ello por una razón simple: porque este es un país mucho más desigual que Alemania u Holanda no a causa de que en Alemania u Holanda se paguen más impuestos, ni tampoco porque el Estado alemán o el holandés repartan con mayor intensidad la riqueza merced a los tributos que manejan. No, Alemania u Holanda resultan mucho menos desiguales que España porque allí las diferencias de riqueza entre la población ya son mucho menores que aquí antes de pagar los impuestos. No es el Estado sino el diferente modelo productivo quien provoca que en Alemania, Holanda y demás países europeos no se observen las lacerantes diferencias sociales que caracterizan a la España actual. Así las cosas, subir los impuestos no hará que deje de subir la miseria; en absoluto. ¡Es la economía, estúpidos!

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