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José García Domínguez

El salario mínimo no crea paro

La premisa axiomática compartida por los que aún se oponen al sueldo mínimo no se compadece en absoluto con lo que sucede en el mundo real.

"Si gracias a ti ingreso 15 pero me cuestas 20, mejor no te contrato". El argumento central de todos los publicistas que estos días se prodigan en los medios de comunicación para oponerse al incremento del salario mínimo puede resumirse en esa frase entrecomillada. Frase, por lo demás, que semeja a primera vista una evidencia de puro sentido común, algo en apariencia tan obvio e indiscutible que casi pudiera considerarse una pérdida inútil de tiempo dedicar ni un solo segundo a poner en cuestión su consistencia lógica interna. Y, sin embargo, se trata de una falacia; y no de una falacia cualquiera, sino de una de las falacias más populares tanto entre el público no especializado como entre los propios economistas con formación académica. "Si gracias a ti ingreso 15 pero me cuestas 20, mejor no te contrato", idea tan intuitiva que desemboca en el corolario inmediato de que un aumento del sueldo mínimo provocará más desempleo involuntario, choca, sin embargo, con una limitación insoslayable que impone la realidad, limitación insoslayable que la vacía por completo de significado.

Porque el razonamiento, en apariencia impecable, de que si la contribución mensual que efectúa un trabajador a los ingresos totales de la empresa resulta ser inferior al salario mínimo legal entonces el empresario optará por despedirlo falla por la base, ya que es imposible para el empresario, completamente imposible, cuantificar en dinero la aportación de un trabajador individual a la cuenta de resultados de su empresa. Igual que resulta imposible conocer cuál es la aportación de un tornillo concreto a la productividad de una máquina que contiene en su interior otros cientos de tornillos iguales, amén de decenas de piezas distintas, también es imposible saber cuál es la contribución específica e individualizada de, pongamos por caso, un oficinista del Banco de Santander en una sucursal de Albacete a la cuenta de resultados consolidada anual de ese grupo financiero. Simplemente, no se puede saber.

Entiéndase, resulta factible discernir, y por tanto medir en dinero, la aportación de una plantilla entera a los ingresos de una empresa, pero no la de un trabajador individual de esa misma empresa (salvo, huelga decir, ciertas excepciones muy singulares, como, entre otras, las de los comerciales que cobran en base a comisiones por ventas). De ahí que que la premisa axiomática compartida por esos economistas que aún se oponen al sueldo mínimo, la de que en un mercado competitivo el salario será igual a la productividad marginal del trabajador, no se compadezca en absoluto con lo que sucede en el mundo real. Porque un empresario puede saber que el trabajador A le cuesta 20 cada mes, pero carece de la información necesaria para poder averiguar si A aporta 15, más de 15 o menos de 15. Y si no hay forma humana de que pueda averiguar si aporta 15, 20 o 25, tampoco hay forma humana de que pueda saber si le convendría despedirlo tras la última subida del SMI aprobada por el Consejo de Ministros.

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