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Amando de Miguel

Pensiones: nudo gordiano

A este paso, en unos pocos años quiebra del todo la Seguridad Social.

A este paso, en unos pocos años quiebra del todo la Seguridad Social.
EFE

En la política abundan los nudos gordianos, que solo se desatan dando un tajo. Este de las pensiones de los jubilados es uno de ellos. Con el esquema demográfico actual carece de solución, aunque solo sea por lo lentos que son los cambios en la natalidad y mortalidad. Ni el gran Houdini podría resolver un asunto tan intrincado.

De momento, resulta un sarcasmo la circular que ha enviado el Gobierno a los nueve millones de pensionistas. Dice fríamente que su pensión va a subir este año (y se supone que los siguientes) un 0,25% como promedio. Al mismo tiempo, las previsiones sobre los precios es que suban más de un 2% anual. Es decir, en términos reales (que es lo que importa) los pensionistas van a cobrar cada vez menos. Y no les da vergüenza a las autoridades escribir una circular como la que digo. Se podrían haber ahorrado la cartita, y así las pensiones podrían haber subido un 0,26%.

Por un lado, la situación es más grave para los jubilados porque sus necesidades aumentan. Lo que antes (ahora se dice "anteriormente") podían ser lujos (calefacción, teléfono, internet, ciertas medicinas y tratamientos de salud), ahora son bienes imprescindibles. Bien es verdad que, por otra parte, muchos jubilados de hoy cuentan con un patrimonio (casa, coche, ahorros) que no tenían sus equivalentes de hace más de medio siglo. Por tanto, se hace difícil calcular el famoso poder adquisitivo de los jubilados, no de las pensiones, como suele decirse. La sensación de la mayor parte de los mayores es que van a menos, se sienten estafados por el Fisco con el oprobioso 0,25%.

La sensación de estafa se redobla al comprobar que el monto de las pensiones se considera una retribución laboral a la hora de gravarla con el impuesto correspondiente del IRPF. Representa claramente una doble imposición, pues en su día los jubilados ya pagaron la retención correspondiente de sus sueldos. Es un caso flagrante de resignación social ante los desmanes del poder.

Nos encontramos ante un problema insoluble por una razón demográfica. Cada vez hay más jubilados y menos empleados cotizantes. A este paso, en unos pocos años quiebra del todo la Seguridad Social. Ya ha ocurrido en algunos países. Da vergüenza de que ahora nos toque a nosotros.

Se ha apuntado la solución de un nuevo impuesto para pagar el déficit actual de las pensiones, que tienen que tirar del fondo de reserva, a punto de agotarse. Estamos ante un claro ejemplo de abulia administrativa. Un sarcasmo todavía más duro sería reducir el monto (ahora dicen "montante") de las pensiones. Me temo que tal medida excitaría un levantamiento popular. Aunque, bien pensado, el pueblo español lo aguanta todo, tan ovejuno ha llegado a ser.

Apliquemos el principio de la navaja de Occam. Es decir, la solución es la más sencilla. Basta con suprimir el principio de la jubilación forzosa a una edad determinada, convencionalmente hasta ahora a los 65 años. Fue una medida que se empezó a adoptar hace más de un siglo por el Instituto de Reformas Sociales, el antecedente del Estado de Bienestar. Pero a principios del siglo XX la expectativa de años de vida al nacer (lo que dicen "esperanza de vida") equivalía a menos de 40 años. En cambio, ahora supera los 80. El cambio ha sido oceánico, pero seguimos con la inercia de la jubilación a los 65.

En lugar de la jubilación forzosa a una edad determinada, debería estudiarse una solución más flexible. Me refiero al retiro voluntario a partir de cierta edad, pero dependiendo del tipo de empleo y sobre todo de las condiciones de salud del interesado. El resultado sería que muchas personas de más de 65 años seguirían trabajando y, por tanto, cotizando. Las condiciones de trabajo son hoy mucho más benévolas que hace un siglo.

Citaré el caso que mejor conozco: yo mismo. Llevo diez años jubilado, después de agotar la prórroga de catedrático emérito. La cual significaba que, con la misma carga lectiva, recibía la mitad del sueldo. Después de mi salida automática del cuerpo de catedráticos de universidad no he dejado de publicar artículos y libros, dar conferencias y demás labores propias de mi condición. No entiendo entonces por qué no se han aprovechado mis capacidades para seguir dando clases. Mi caso podría extenderse a muchos miles de funcionarios.

La idea de una jubilación forzosa por haber cumplido determinada edad representa un grave atentado contra la dignidad humana. Es, además, un despilfarro de los recursos de capital humano. Este es el verdadero nudo gordiano de la Seguridad Social. A ver quién es el valiente que sabe propinarle un tajo.

Lo peor de la jubilación forzosa a una edad es que muchos jubilados se desmoralizan, se deprimen, se consideran inútiles, enferman y adelantan la muerte. Quizá sea la solución inmisericorde el que los jubilados fallezcan antes de tiempo. En cuyo caso se trata de un gran negocio para el Fisco: las cotizaciones pasadas se las queda bonitamente el Estado y, de paso, se ahorra ahora un gasto productivo. La cosa es así de cruel.

Se comprende también que para algunos empleados con algún quebranto de salud el hecho de jubilarse represente una liberación, una verdadero júbilo. Es otra forma de comprender lo injusto que es la jubilación forzosa a una edad. Viene a ser la última variante de la esclavitud, una institución milenaria.

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