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El libre comercio beneficia a los más pobres y reduce la desigualdad

La apertura comercial, lejos de perjudicar a los países y trabajadores con menos rentas, contribuye a elevar sus salarios y calidad de vida.

La apertura comercial, lejos de perjudicar a los países y trabajadores con menos rentas, contribuye a elevar sus salarios y calidad de vida.

Una de las consignas más repetidas a la hora de rechazar los tratados de libre comercio o cualquier otra forma de liberalización comercial es que esto conllevaría un aumento irremediable en la desigualdad del país en cuestión, ya que, supuestamente, los únicos beneficiados serían los más ricos a través de las grandes empresas beneficiarias de esa mayor expansión comercial.

Este argumento ha sido aplicado de forma recurrente contra la globalización o la aprobación de grandes tratados de libre comercio, como los famosos TTIP (UE-EUU) o CETA (UE-Canadá). Sin embargo, estos argumentos no sostienen ni el más mínimo análisis y son rotundamente rechazados por la evidencia disponible.

Un reciente ejemplo de ello es el caso de la India analizado en este trabajo de Beyza Ural, de la Universidad de Alberta. En él se prueba que el comercio ha reducido la desigualdad en ese país. El análisis es relativamente simple: en un país en vías de desarrollo, la apertura comercial favorecerá, sobre todo, a los trabajadores menos cualificados con sueldos más altos, puesto que la demanda de mano de obra en esas industrias crecerá al tener la posibilidad de exportar más productos al exterior, mientras sus importaciones se centrarían en productos de alto valor añadido, lo cual perjudicaría, en todo caso, a los trabajadores mejor formados.

Asimismo, por el lado de los precios, la autora encontró que existía una fuerte relación negativa entre el nivel de consumo y el porcentaje de consumo del hogar en bienes comercializables, lo cual tiene sentido, puesto que en la India el consumo de los hogares más pobres se centra en una canasta básica de alimentos, bienes que son susceptibles de intercambiarse en el comercio internacional, no así las comunicaciones, la educación, la vivienda, etc.

Así las cosas, la conclusión final se anticipa evidente: los trabajadores más pobres se benefician de potenciales incrementos salariales mayores a los de los trabajadores mejor formados y remunerados; mientras que los hogares más pobres, a los que pertenecen también estos mismos trabajadores, ven cómo el precio de sus cestas de consumo se reduce en una proporción mayor que las de los hogares más ricos, que incluyen productos y servicios no comercializables y que, por ello, no se benefician tanto de ese mayor grado de apertura.

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En el gráfico superior se muestran ambos efectos, sobre los salarios y sobre el consumo, que tuvo la liberalización sobre los hogares en la India por quintiles de gasto per cápita. Esto demuestra que los más pobres han salido mucho más beneficiados en términos relativos por este proceso que los individuos de los hogares más ricos, tanto en términos de salarios como de consumo. Y, lo que es más, que todos los hogares experimentaron un crecimiento de su bienestar.

Sin embargo, hay quien puede argumentar que esto es un caso aislado o que, como mucho, puede extrapolarse a países en vías de desarrollo. Esto tampoco es cierto, tal como demuestra este estudio del FMI, la ausencia de comercio internacional perjudicaría de manera mucho más acusada al 10% más pobre de la población que al 10% más rico, tanto en los países desarrollados como en los que aún están en vías de desarrollo. A esto hay que sumar la fuerte relación positiva que el estudio encuentra entre cambios en el grado de apertura de un país y la variación de la renta real del 20% más pobre en cada país analizado entre el año 1993-2008.

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Aunque el comercio en muchas ocasiones genera un perjuicio para algunas partes de nuestras sociedades, no se puede recurrir a la demagogia y achacar a éste el aumento de las desigualdades nacionales ni un supuesto incremento de la pobreza. Sería mejor que quienes llevan a cabo dichas afirmaciones, habitualmente sin base alguna, cambiaran su postura y, en vez de defender la reducción del comercio, apostasen por modificar la regulación estatal para que trabajadores y empresas puedan adaptarse mejor a los cambios en el tejido productivo que la apertura comercial pueda traer consigo.

Y si esto resulta insuficiente, las políticas activas para proteger a esos trabajadores "desplazados" también serían una opción, pero nunca lo será encerrarse y tratar de proteger el empleo con mayor rigidez laboral, puesto que ello impediría a empresas y trabajadores adaptarse a los nuevos escenarios que, sin duda, acabarán por llegar.

Esto viene a completar un artículo anterior donde se mostraba que la desigualdad mundial se está reduciendo, mientras que la desigualdad en cada país aumenta. Pues bien, este incremento de las desigualdades nacionales no es en absoluto atribuible al libre comercio, más bien al contrario, ya que el efecto positivo de éste, especialmente en los países más pobres, genera una reducción de la desigualdad tanto en términos mundiales (entre países) como dentro de las fronteras nacionales de cada uno de ellos.

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