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Emérito Quintana

La hucha de las pensiones nunca ha existido: es un artificio contable

El superávit de la Seguridad Social se invirtió en su día en deuda pública española. El Estado se prestó dinero a sí mismo.

El superávit de la Seguridad Social se invirtió en su día en deuda pública española. El Estado se prestó dinero a sí mismo.

Mucho se ha hablado recientemente sobre la famosa "hucha de las pensiones", y es lógico que despierte un gran interés dado el impacto que la Seguridad Social tiene en nuestras vidas.

Los gobiernos siempre tuvieron la astucia de crear un presupuesto separado para el sistema de Seguridad Social, con sus respectivos impuestos, creando la ilusión de que la Seguridad Social no forma parte del Estado. Como ya sabemos, en los sistemas de reparto no hay ningún ahorro, pues las contribuciones de los trabajadores de hoy sirven para pagar a los jubilados de hoy, pero en sus inicios este modelo generaba un gran superávit, ya que había millones de personas contribuyendo y sólo decenas de miles cobrando.

¿Qué hacer entonces con todo ese dinero "extra"?, ¿lo guardamos en una hucha?. De eso nada, es demasiado tentador como para no gastarlo también hoy. La solución es simple, la Seguridad Social lo "invierte" en deuda pública, compra bonos que emite el Estado, y el Estado recibe el dinero y se lo gasta ese mismo año. Al final, el dinero vuelve a las mismas manos y el Estado se debe ese dinero a sí mismo. Probad con vuestro bolsillo derecho y vuestro bolsillo izquierdo.

Contablemente parece que hay una hucha, pero económicamente es absurdo, todo ese dinero ya se ha gastado, la hucha es un artificio contable. Si en algún momento algo impide comprar deuda del propio país, como pasó durante unos años en España cuando nos bajaron el rating de calidad crediticia, al poco tiempo se cambia la ley para que se pueda seguir comprando deuda española.

Todo el discurso en torno a la supuesta hucha alimentaba la idea de que las pensiones funcionan como una especie de seguro, existiendo una relación entre lo que se aporta y lo que se recibirá, lo que hace que la gente se indigne al percibir una pensión mediocre "después de todo lo que ha cotizado". Pero esto es un gran engaño, nuestra pensión futura será la que los políticos de nuestros hijos y nietos decidan que sea en el futuro, en función de lo que haya entonces para repartir.

Y lo que habrá para repartir será cada vez menos, no sólo por el envejecimiento de la población y el mayor número de jubilados con respecto a los trabajadores, sino por el menor crecimiento económico que provoca este sistema perverso al hacer creer a la gente que no necesita ahorrar. Sin ahorro en las familias ni en el sistema de pensiones no hay crecimiento económico, cuyo motor es la acumulación de ahorro y capital, no el consumo. La Seguridad Social nos hace más pobres y agrava el sufrimiento en las recesiones económicas.

Además, este impuesto es soportado íntegramente por los trabajadores. Como muchos ya sabrán, cada euro de las cotizaciones a la Seguridad Social, incluyendo las que paga el empresario, forman parte del coste laboral total y, por tanto, del sueldo del trabajador. Quizá si esa parte que engañosamente se dice que paga el empresario se incluyera en el salario bruto nos daríamos cuenta más fácilmente de que nos roban un tercio de nuestro sueldo en esta estafa estatal. Pero no nos ha de extrañar el carácter coactivo y paternalista de dicho sistema que trata a los trabajadores como niños pequeños, propio del fascismo más trasnochado, pues dicho modelo europeo de reparto fue creado en 1883 por el canciller alemán Bismarck, y adoptado en España por Franco y en Italia por Mussolini.

Vemos, por tanto, que la Seguridad Social no es ni segura ni social. No es segura porque no hay ninguna garantía ni ningún seguro con el que podamos reclamar si no se cumplen las promesas, ni ninguna acumulación de nuestras aportaciones porque todo se gasta en el año; tampoco es social, porque estamos obligando a los jóvenes a participar en un sistema fraudulento quitándoles un tercio de su salario que tanto necesitan para pagar a pensionistas, sean pobres o millonarios. Además, es altamente inmoral poner sobre los hombros de nuestros hijos y nietos la carga creciente de soportar nuestras pensiones en el futuro sin su consentimiento.

¿Y qué solucionan hay? Los economistas se enzarzan en acalorados debates sobre qué modelo estatal de pensiones es el mejor, el más justo o el más sostenible. Los socialistas optan por mantener los sistemas de reparto y las subidas de impuestos -si es a los ricos, mejor- y los liberales por las medidas de sostenibilidad o los sistemas de capitalización. Sin embargo, todos ellos caen presa de la retórica de los políticos, los cuales han firmado un pacto de silencio para no atacarse mutuamente con este tema y posponer indefinidamente la gran reforma. Hay muchos intereses creados y quien diga la verdad perderá las elecciones, por lo que sólo nos queda resignarnos y, tras ser nuestros sueldos esquilmados, empezar a ahorrar para el futuro.

¿No me intentarás vender un plan de pensiones? Los planes de pensiones de los bancos son productos horribles; como tienen ventaja fiscal, saben que les va a llegar dinero de todas formas y no se preocupan por gestionarlo bien, salvo las gestoras independientes. Además, los políticos pueden cambiar las reglas de juego por el camino. Sea una simple cuenta corriente, un seguro de ahorro garantizado, un fondo de inversión o un inmueble, lo importante es que entendamos en lo que invertimos, que nos fijemos en los incentivos de la gente que nos lo vende y que pensemos de forma conservadora y a largo plazo para asegurarnos un futuro que los gobiernos no nos proporcionarán.

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