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Amando de Miguel

El final del dinero

La realidad que se nos viene encima es que se acabará el uso de billetes y monedas para las compras menudas de cada día.

Hace unos pocos miles de años nuestros ancestros descubrieron que algunos bienes podían ser tan valiosos que podrían servir para sustituir con ventaja al puro trueque, la transacción predominante hasta entonces. Es de suponer que utilizarían para ello unos bienes escasos que a todos vendría bien acumular en previsión de futuras adquisiciones. Uno de ellos fue el ganado, puesto que apenas se había iniciado la época de domesticación de animales. Ganado en latín es pecus. Todavía hoy decimos "pecuniario" para referirnos al dinero.

Pronto se vio que el bien más preciado y fácil de acumular y manejar era el oro y, en su defecto, otros metales, como la plata, el broce o el cobre. Y así ha continuado hasta hoy mismo, aunque las aleaciones de las monedas son hoy muy baratas. Hace unos cientos de años, con la generalización de la imprenta, se añadió una forma más fácil de manipular: el papel moneda. También continúa en nuestro mundo. En su día el billete de banco era realmente un recibo que nos extendía la autoridad monetaria. Hoy el billete es un valor en sí mismo. Con todo, el oro sigue siendo un fetiche; realmente su valor no ha dejado de crecer en los últimos decenios.

Por todas partes se avizora el final de las formas tradicionales del dinero, incluidas las tarjetas de plástico. La nueva alternativa es la de las monedas virtuales, que son solo asientos contables. En realidad, el dinero que tenemos en el banco no es algo material, sino una abstracción numérica. Bien es verdad que podemos sacar físicamente algunos billetes de nuestra cuenta para el uso cotidiano. Pero también podemos pagar con la tarjeta, que sigue siendo una forma que podríamos considerar como virtual.

La realidad que se nos viene encima es que se acabará también el uso de billetes y monedas para las compras menudas de cada día. Pagaremos las compras con el teléfono o con la tarjeta. Llegará un momento en el que los billetes de banco serán solo un objeto de recuerdo, como los sellos de correos.

Otro desarrollo paralelo es que se atenuarán mucho las compras en tiendas o equivalentes. A través del teléfono o afines será posible adquirir casi todo lo necesario, que nos llegará por mensajería al lugar destinado de recepción. Ya estamos viendo la decadencia del comercio tradicional y el auge de los servicios de compra por internet y de transporte personalizado. La cosa no ha hecho más que empezar. Muchas tiendas cerrarán para siempre, como casi han desaparecido las salas de cine tradicionales, los zapateros de portal, los serenos, los periódicos de papel o los cobradores de los tranvías. No hay temor de que todo ello provoque un paro generalizado. Se esfuman muchos trabajos, pero aparecen otros, más diversificados y complejos, menos manuales y más de servicios de atención personal.

La desaparición del dinero como tal hará fenecer el negocio bancario como el único que tramite las transferencias de dinero (ahora ya virtual) y el crédito. Mejor dicho, lo que desaparece es el carácter exclusivo de los bancos. Sus funciones las realizarán muchas otras empresas, despachos profesionales e incluso individuos privados. No tiene mucho sentido el estatuto actual del oligopolio bancario, acentuado, además, por las continuas fusiones empresariales.

Todos esos nuevos desarrollos ya están en marcha. Actualmente, el dinero que se acumula en las cuentas del banco es más bien un asiento contable con cada uno de los clientes. Llegará un momento en que los titulares de las cuentas se relacionarán entre ellos sin necesidad de la mediación bancaria.

Al final volveremos al principio: a la economía del trueque, solo que ahora mucho más compleja. Los intermediarios van a ser más bien abstracciones numéricas, apuntes digitales. No se sabe cómo puede evolucionar la codicia en un mundo sin dinero. Nadie ha previsto que se pueda alterar fácilmente la tabla de los pecados capitales, consustancial a la naturaleza humana.

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