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Domingo Soriano

Cómo podría el taxi terminar de un plumazo con Uber y Cabify

Imitar las condiciones de las VTC pondría a los taxistas varios pasos por delante, porque Uber o Cabify no podrían replicar muchas de sus ventajas.

Imitar las condiciones de las VTC pondría a los taxistas varios pasos por delante, porque Uber o Cabify no podrían replicar muchas de sus ventajas.
Imagen de la protesta del sector del taxi de esta semana, en el Paseo de la Castellana, a la altura del Ministerio de Fomento. | David Alonso Rincón

De todo lo ocurrido esta semana en el conflicto entre las empresas VTC y los taxistas, lo más llamativo es que nadie haya apuntado lo que, en mi opinión, es una evidencia: si los taxis quisieran, sin necesidad de más prohibiciones o cambios legislativos, podrían terminar (o dejar muy dañados) con Uber y Cabify en quince días. Y no tendrían que inventar nada nuevo. Podrían hacerlo usando las mismas armas que el enemigo. Si quieren acabar con su competencia (y a la vista está que les tienen algo de tirria) la mejor alternativa para el taxi no es presionar a Fomento, sino copiarles. Eso sí, es una alternativa demoledora. Estoy convencido de que en unas semanas les sacaban del negocio. A estas alturas probablemente no conseguirían que las VTC desaparecieran por completo, pero quedarían relegadas a una posición secundaria, para momentos con elevada demanda o como un negocio nicho para ciertos servicios: transporte para empresas, acuerdos con los hoteles...

Desde que, a mediados de los años noventa, internet comenzó a cambiar nuestras vidas, numerosas industrias han visto cómo nuevos actores comenzaban a irrumpir en su tradicional mercado o les arrebataban parte de su negocio. De las librerías a las tiendas de discos, cientos de sectores han sido transformados para siempre por las nuevas tecnologías. La respuesta habitual se puede resumir en tres pasos que casi todos ellos han dado antes o después:

  • Negar que fuera un problema y asegurar que su industria era especial y no se vería afectada por los cambios tecnológicos
  • Una vez se hizo evidente que el cambio era imparable y que los clientes huían en masa, los afectados se volvieron hacia el legislador, para exigir más protección. En cada caso, la excusa fue distinta, pero el objetivo era el mismo: conseguir una ventaja normativa que los protegiera frente a los recién llegados
  • El negocio seguía hundiéndose, las nuevas restricciones que conseguían extraerle al legislador no servían de casi nada y además perdían el favor de sus clientes (que los veían cómo a un lobby de privilegiados que exigían protección frente a la competencia)

Piensen en la música, el cine o los medios de comunicación tradicionales. Todos hicieron lo mismo. Y para todos ellos el destino fue similar. Sólo cuando cambiaron de estrategia (como las compañías discográficas cuando se aliaron a servicios tipo Spotify o pasaron a centrarse en el incremento de los ingresos por eventos en directo), también mejoraron de verdad los resultados. Quizás no volvieron los beneficios de los mejores años (pero es que eso es imposible) pero algunos pasaron de ser un sector en quiebra a tener alguna posibilidad a futuro.

El error

Pensemos en los taxis y en las VTC. La estrategia de los taxistas se ha centrado en exigir al Gobierno que las prohíba (o las restrinja al famoso 1/30), como si eso fuera el bálsamo de fierabrás que todo lo cura para el sector. Y sí, el BOE podría ayudar en esta batalla concreta. Pero eso no resolvería el problema de fondo. Sería una victoria pírrica, que crearía una falsa sensación de seguridad. De hecho, tengo para mí que una solución de este tipo sería contraproducente, porque les incentivaría a mantener las prácticas que les han traído hasta aquí.

Por eso, la huelga de esta semana es un error táctico y estratégico. En el corto plazo, la principal consecuencia de un paro como éste es que obliga al usuario a buscar otras alternativas a su disposición. Es decir, les están echando en brazos de sus competidores. Y en el medio plazo, obsesionarse con las VTC es una equivocación porque Uber y Cabify son el menor de los problemas que tienen los taxistas. Como explicaremos en el resto de este artículo, acabar con la competencia de estas empresas debería ser sencillo. Pero no lo será tanto hacerlo con aquellas otras alternativas que sí suponen un cambio completo de paradigma en el transporte urbano: desde coches de alquiler compartidos (tipo car2go o eMov) a las bicicletas-motos eléctricas que comienzan a aparecer como setas en Madrid; y eso por no hablar de la amenaza que aparece en el horizonte del coche autónomo (a ver qué ratio 1/30 exigen los taxistas cuando Google comience a poner sus coches a disposición de todo aquel que quiera montarse en ellos).

Si el objetivo es acabar con el VTC, quizás la presión política ejercida a lo largo de esta semana tenga algún sentido; pero el objetivo del taxi no debería ser ése, sino encontrar un futuro sostenible para ellos mismos. Ahí es donde se equivocan. Pensar sólo en los coches negros con la pegatina de la Comunidad de Madrid en la parte trasera es muy cortoplacista y desenfoca su mirada, que no se centra en el verdadero desafío que tienen por delante y en la que debería ser su principal preocupación: recuperar el favor del cliente.

El sector

El transporte de viajeros en trayectos urbanos es un negocio muy complicado, de márgenes bajos y sujeto a una incertidumbre constante (por eso no entiendo a los inversores que están quemando dinero en las muy poco rentables, hasta el momento, Uber, Lyft o Cabify, pero eso es para otro artículo). De hecho, los trayectos en taxi comenzaron a descender mucho antes de que Uber o Cabify llegasen a las ciudades españolas. La crisis era un rival mucho más peligroso que las VTC.

Cuando uno se plantea ir de un sitio a otro en una ciudad como Madrid tiene, literalmente, cientos de opciones a su disposición: coche particular y buscar aparcamiento en la calle, coche particular e ir a un parking, transporte público, ir andando, bicicleta, taxi, VTC… En los últimos años, además, han surgido muchas otras opciones o han mejorado las existentes. Por ejemplo, en Madrid la ampliación y mejora de la red de Metro han sido un golpe durísimo para el taxi; trayectos muy rentables y que hace 15-20 años eran casi obligatorios en este medio de transporte (estoy pensando en los del aeropuerto), ahora se hacen en Metro o Cercanías por mucho menos dinero. Con VTC o sin ella, el monopolio del taxi o la posibilidad de imponer precios muy por encima de sus alternativas estaban ya muy dañados.

En esto llega Uber (o Cabify) y qué ofrece. Pues no tanto como a veces se piensa, aunque mucho en un sector que posiblemente estaba muy acomodado:

  • Precios algo más bajos
  • Todos los coches reunidos en una única aplicación: no tienes que buscar a tu conductor, sólo decir dónde estás y la app te manda al más cercano
  • Puntuación del conductor: una forma de asegurarte una prestación de calidad en un servicio muy expuesto al riesgo de una mala experiencia
  • Pago con tarjeta: te cobra la app directamente sin tener que estar pendiente de este tema
  • Precio preestablecido: antes de subirte al coche ya sabes lo que te costará

Este debate no sólo ha generado ruido en España. No hay más que hacer una búsqueda sencillita en los foros de los medios de comunicación de cualquier otro país occidental para encontrarse discusiones similares con argumentos también muy parecidos, tanto a favor como en contra de taxis y VTC.

En el caso del taxi, las quejas de los usuarios se concentran en tres aspectos muy delimitados:

  1. Disponibilidad de coches, que se puede resumir en el clásico "es imposible encontrar un taxi un sábado por la noche"
  2. Incertidumbre en el precio: ya sea por miedo a que el conductor quiera engañarte, sobre todo cuando eres forastero en una ciudad ("pasamos tres veces por la misma iglesia"); ya sea por simple mala suerte ("parados en un atasco más de 20 minutos… y el taxímetro corriendo"); o por desconocimiento del cliente sobre el coste del servicio (a cualquiera le gustaría saber antes de montarse cuánto le va a costar el viaje)
  3. Servicio: uno que se queja del olor del conductor, otro de la música y el de más allá de que no tenga la posibilidad de pagar con tarjeta

Por cierto, algún comentario hay sobre los precios, pero no tantos como podría pensarse en un inicio. Eso depende más de la ciudad: hay algunas capitales europeas en las que coger un taxi parece casi tan caro como el alquiler de una limusina y ahí sí se intuye una queja y una oportunidad de negocio para las nuevas empresas. Como en todos los servicios, un precio algo más bajo ayudaría a atraer a más usuarios. No quiero decir que no sea importante, pero no me parece el problema fundamental. Por ejemplo, en España, el taxi es algo más caro que las VTC, pero no demasiado (y depende mucho del momento: hora, día, demanda, circunstancias...) De hecho, como explica este artículo de Business Insider de hace un par de días, hay muchas situaciones en las que el taxi es más barato. No he encontrado una estadística al respecto, pero en lo que tiene que ver con el coste, el problema para el usuario medio parece que reside sobre todo en no poder pactarlo con anticipación.

La clave del éxito de Uber o Cabify es que responden a las tres preocupaciones apuntadas en un solo movimiento: la app permite controlar la calidad del servicio (puntuando al conductor y sabiendo que éste será apercibido si tiene malas notas), posibilita que el usuario conozca el coste antes de montarse en el coche y facilita la búsqueda del vehículo más cercano.

Lo curioso es que no hay nada en ese modelo de negocio que los taxis no puedan replicar mañana mismo. Imagínense:

  • todos los taxis de Madrid en una única plataforma
  • con precios no sujetos al absurdo decreto municipal anual, sino fijados por ellos mismos, con criterios de mercado. Y sí, quizás tendrían que ser un poco más bajos que en la actualidad, pero ni mucho menos supondría tirar las tarifas; entre otras cosas porque, a cambio de las otras ventajas que ofrece el taxi, podría pedir un precio algo más elevado que sus competidores
  • con todas las comodidades propias de este avance tecnológico: pago a través de la app, precio del trayecto prefijado…
  • y un servicio valorado por el usuario y que incluya unos requisitos mínimos que todos los taxistas tendrían que cumplir bajo la amenaza de ser expulsados de la app en caso de no hacerlo

15.500 'coches con chófer'

Alguno pensará que lo anterior sólo pondría al taxi al nivel de las VTC. Pero no es así. Les situaría muchos pasos por delante. De hecho, les pondría en una situación tal que resulta complicado intuir cómo podrían competir aquéllas. Porque mientras que lo que distingue ahora a Uber y Cabify se puede copiar en un click, los taxis tienen una serie de prerrogativas (y no voy a discutir aquí si están justificadas o no) que los colocarían en clara ventaja respecto a sus rivales: desde la posibilidad de parar a un coche por la calle, al uso del carril bus, el acceso a las calles reservadas a los servicios públicos o las zonas de espera en aeropuertos o estaciones.

Pero no es sólo esto. Como decíamos antes, en este sector es clave (quizás sea lo más importante) el número de coches que tengas en las calles. Lo que el usuario quiere, cuando desenfunda su móvil y entra en la app de turno, es saber que el vehículo solicitado llegará en el menor tiempo posible. Y ahí, de nuevo, los taxis tienen una posición de partida muy favorable. En Madrid, por ejemplo, hay casi 15.500 licencias de taxi por apenas 4.300 de VTC (un 28%).

Es cierto que no hay más de estas últimas porque están limitadas por ley. Pero incluso aunque se liberalizase el sector por completo: si todos los taxis estuvieran en la misma plataforma, ¿podrían Uber y Cabify sostener una lucha contra un competidor con ese número de coches ya en marcha en la capital de España? ¿A cuánto ascenderían sus pérdidas hasta ser rentables? ¿Cuántos coches extra necesitarían? No deseo ningún mal a estas empresas ni a sus conductores, pero se me hace muy complicado pensar en cómo podrían hacer frente a un rival tan formidable. Y eso por no hablar de si se mantiene la actual proporción 15/4: en esa situación, el taxi debería arrasar.

El problema es que esto obligaría al sector a salir de su posición de confort y a competir:

  • habría que terminar con los precios fijados por el ayuntamiento de turno (aunque con esa app de la que hablamos podrían fijar entre ellos esos precios para maximizar sus ingresos y ajustarse a la demanda); también habría que limitar al máximo las demás restricciones artificiales impuestas por ley
  • por supuesto, todo esto les empujaría a ofrecer un servicio de primera, con lo que eso implica (y no, no me refiero a ponerse corbata o bajarse a abrir la puerta… no es eso lo que preocupa al usuario).
  • también les obligaría a ponerse de acuerdo en cómo organizar esa única app que reúna a los 15.000 taxis de Madrid (esto se antoja imprescindible). Al menos para eso sí deberían servir las movilizaciones de esta semana: han demostrado que, cuando quieren, los taxistas pueden ponerse de acuerdo

Si de verdad quieren cambiar las cosas, no debería ser un imposible. Incluso, podrían plantearse pedir al ayuntamiento un incremento en el número de licencias, para reforzar ese efecto del que hablamos: tener más coches que cubran toda la demanda en una sola aplicación (aunque a lo mejor no es ni siquiera necesario, ahora las restricciones al uso de los taxis ya reducen de forma artificial la oferta de este servicio). Es cierto que quizás no puedan volver a los años de vino y rosas, los anteriores a la crisis, con ingresos disparados por el crecimiento económico y la falta de competencia. Asumir esto último tampoco será sencillo.

De hecho, el mayor peligro de este escenario que dibujo (el taxi gana a Uber y Cabify y estos acaban retirándose de una ciudad por la imposibilidad de competir) es que generaría un pésimo incentivo para volver a las prácticas erróneas de las que hablábamos antes: olvidarse del cliente y pensar que el negocio funcionará por que sí.

Llevo toda mi vida viviendo en Madrid y, aunque no cojo un taxi cada día, sí lo hago con cierta frecuencia (a cambio, sólo he montado dos veces en VTC). La gran mayoría de mis experiencias en este medio de transporte han sido buenas. El servicio y el precio han sido casi siempre los normales. Nunca me he encontrado con un taxista que yo intuyese que me estaba intentando timar o dando una vuelta por el camino más rebuscado. Quizás por eso, a pesar de las imágenes de la última semana (y ha habido algunas escenas inaceptables) le tengo simpatía a este gremio.

También es verdad que creo que, en lo esencial, tanto el taxi como las VTC están condenados en un futuro cercano por los avances tecnológicos (de eso hablaremos otro día). Pero lo que tengo muy claro es que si el taxi quiere sobrevivir debería asumir que su futuro no pasa por las prohibiciones o por hacerse antipático al usuario, sino por pensar en el cliente y potenciar sus fortalezas, que las tiene y muchas. Desgraciadamente, no parece que sea ése el camino que han decidido tomar.

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