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José T. Raga

Un techo muy frágil

Que no deben preocuparse porque los impuestos los pagarán los ricos… Ustedes saben que no es así, ni ha sido así anteriormente.

El triunfo de la posverdad –ese producto de la época que nos ha tocado vivir– ha configurado un ser humano ajeno al asombro cuando trata de relacionar los hechos de su vida con los términos con que se les identifica.

Nada de extraño tiene, pues, que la posverdad, que debería anunciarnos la verdad más acrisolada, con argumentos más lúcidos y rigurosos, nos lance a un espacio de no verdad, es decir de mentira, pues al fin y al cabo el término es el producto para desfigurar el significado verdadero, contrariándolo como muestra de rebeldía.

Así las cosas, en tiempos de posverdad, el significado de un término es el contrario al que cabría suponer. Así, la expresión "techo de cristal" no alude a un techo frágil, además de traslúcido –como el cristal–, sino a uno traslúcido, sí, pero irrompible…

Por eso hoy me tengo que preguntar acerca de la fragilidad de este otro techo que preocupa tanto el Gobierno y que conocemos por techo de gasto. Éste, por su origen, y por lo que pretende quien determina su cuantía, debería ser impenetrable, irrompible y visible a todas luces, con evidencia tal que debería limitar las pretensiones del Gobierno de la nación.

¿Es así el techo de gasto a la hora de definirlo? Desde luego, no creo que nadie que haya intervenido en la fijación de un techo de gasto lo haya hecho con la pretensión de fijar un límite caprichoso o aleatorio.

El techo de gasto se fundamenta en un necesario equilibrio –en el margen– entre el sacrificio social, es decir, el de todos los contribuyentes –expresado en su renuncia al legítimo consumo de bienes privados–, y el beneficio social, es decir, el beneficio de todos los ciudadanos resultado del consumo de bienes públicos asignados por las Administraciones Públicas.

¿Han calculado el actual Gobierno y sus adláteres la persistencia de esa igualdad? La ideología, a secas, puede causar la muerte del partido que la practica –por inoperante–, pero también puede causar la muerte del pueblo sometido que, confiando o no en la acción de gobierno, haya visto incuestionable el resultado dañino de la ideología: ser de izquierdas supone, en todo caso, incrementar el gasto; es decir, romper el techo establecido.

Ya sé que se justificará por el objetivo de hacer frente a necesidades sociales. Pero empiecen preguntándose si las carteras de los beneficiados pueden enmarcarse como necesidades sociales; para mí, desde luego, no lo son.

¿Es otra confusa jugarreta de posverdad? Resistámonos a comprar como verdad lo que claramente es mentira. De ese derecho seguimos siendo sus titulares legítimos.

Por ello, no acepten lo que tratarán de venderles. Que no deben preocuparse porque los impuestos los pagarán los ricos… Ustedes saben que no es así, ni ha sido así anteriormente; salvo que ricos sean los de 2.000 euros de renta.

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